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Hay mensajes que cruzan las fronteras invisibles de Internet, tan fraternales y humanos, que conmueven el alma de quien los recibe con la fuerza de un terremoto.
Eso me pasó con este mensaje que me envió una amiga muy querida, desde Nueva York.
Leamos:
Quería librarme de ese cataclismo emocional y encontrar la salida de mi devastador laberinto, como es el silencio.
El laberinto del silencio. Perfecto y alucinante como una esfera vacía. ¿Hay otra trampa más precisa y eficaz para que los demás, confundidos y desorientados, desnuden ante nosotros la verdadera esencia de su alma? ¿Y qué de mí? ¿No me siento también atrapado?
Encontré la forma de liberarme, de alcanzar el sosiego necesario; e inmediatamente asumo que debo compartir aquel mensaje con algunos de mis más cercanos seguidores, amigos y socios del parnaso nacional. El mensaje trajo a mi puerto una ola de solidaridad impresionante; y comparto, de manera específica, dos de ellos.
Leamos:
“Muy emotivo testimonio. Ahora le toca a la hija leer por ella. Tendrá el doble de beneficio, ella estará aprendiendo del escritor y fortalecerá los lazos de madre e hija al motivar su imaginación en cada uno de los cuentos leídos. Hermoso”.
La lectura, interpreto por el siguiente mensaje que transcribo, también es una tarea de relevo:
“Es misión de la hija leerle. Así son dos: su hija lee y su madre, en silencio, escuchará los cuentos que antes leía por ella misma”.
En ese mismo orden, vierto otras opiniones, más breves y emotivas.
“Qué pena que ha perdido la visión”, “Que tierno y triste, pero bello”, “Muy lindo, pero lamentable testimonio”, “Bonito testimonio”, “Excelente. Qué hermoso”, “Eso se llama ser una lectora fiel”, “Mira qué bien. Muy lamentable que la madre se quedara sin visión”, “Felicidades. Buena motivación”, “Eso vale. Eso nos muestra que no hemos vivido en vano”, “Excelente”, “Eres un buen escritor”.
En ese orden, y trasladándome a una segunda persona, puedo decir que los cuentos de Rafael Garcia Romero tienen la ponderación del escritor y académico Virgilio López Azuán.
Leamos:
“La factura poética está presente en la muestra de este destacado narrador. Algunos autores aseguran que, si la prosa no tiene, aunque sea, una pizca de poesía, está incompleta. Yo también lo creo. No es que haya una fusión de género literario o manera de abordar el relato. No. Es que hay un poeta en García Romero que se columpia en su prosa, funámbulo y hasta marginado. Su fantasma lumínico se hace elástico en los cuentos “Una almohada vacía, a tu lado” y “Una despedida formal”. Este último es fascinante”.
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