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A tan solo 1 hora en avión o de 30 a 35 minutos en ferry desde la ciudad de Ceiba, en Puerto Rico, se llega a Vieques, una islita cariñosamente conocida como Isla Nena. Con apenas 34 kilómetros de largo, parece una fantasía tropical con sus playas vírgenes, maravillas naturales y sus famosos caballos salvajes.
Mi compañero y yo nos escapamos de la rutina diaria hacia Vieques por 4 noches con ganas de playa y aventura. Salimos de San Juan e hicimos el viaje de 1 hora en coche hasta Ceiba para embarcarnos en el ferry.
Nos alojamos en el Amapola Beach Inn, justo en el malecón de Esperanza, pintoresco pueblo del sur de Vieques. A la espera del check-in, desayunamos al aire libre en el Café del Mar y alquilamos un carrito de golf 4×4 para movernos por la isla.
Nuestra primera parada fue el Balneario Sunbay. Para llegar a una zona remota de la playa, en vez de tomar la vía principal, fuimos por un camino de tierra lleno de baches, pasando junto a los famosos caballos salvajes, resguardados del sol bajo la sombra. Disfrutamos a solas de la amplia playa, de arena suave y aguas azules enmarcadas por cayos y colinas.
Tras el check-in, nos aventuramos por calles estrechas hacia la afamada Playa Negra. Aparcamos en una zona designada, caminamos por un sendero de tierra y arena bajo los árboles hasta llegar a esta playa escondida entre acantilados.
Nos impactó el contraste del agua y la arena negra y sedosa que se compacta fácilmente en nuestras manos. El color se debe a material volcánico que arrastra un arroyo durante las fuertes lluvias. Su arena, compuesta por magnetita, la hacen magnética. ¡Lleva un imán y compruébalo tú mismo!
Antes del anochecer, regresamos al malecón de Esperanza. En Banana’s, con vista a los catamaranes que iluminan la costa de Cayo Real, cenamos sliders, hamburguesas y un trago de la casa: Viequense. Al día siguiente, caminamos varios kilómetros por la costa hasta un istmo que conecta a Esperanza con Cayo de Tierra.
Cruzamos el istmo rodeado por una bahía cristalina y con cuidado nos abrimos paso por las rocas del cayo. Pasamos una laguna escondida entre árboles hasta llegar a Shipwreck Beach, así llamada por el velero naufragado, destrozado y grafiteado, que allí han dejado. Contrasta con el hermoso paisaje, convirtiéndolo en un lugar popular para fotografías.
Tras la larga caminata de regreso, paramos en Arenamar, un bar y restaurante en Sunbay, a tomar un trago de ron local en un coco recién cortado y una piña colada increíble. Por la noche, fuimos en un tour, agendado en Jak Watersports, a conocer Mosquito Bay, una de las bahías bioluminiscentes más brillantes del mundo. Íbamos con el grupo en un pequeño autobús por un camino difícil, estrecho, oscuro y con baches.
La bahía oscura era intimidante; los guías nos advirtieron de la fuerte corriente que en el kayak afrontaríamos, pero la experiencia se volvió inolvidable viendo cómo los dinoflagelados brillaban cada vez que los remos rompían la superficie del agua. Debido al fondo transparente de nuestros kayaks, parecía como si nos deslizáramos sobre un cielo estrellado.
Al final, el guía, con un láser, nos señaló constelaciones, claramente visibles gracias a la ausencia de contaminación lumínica. Regresamos agotados y nos fuimos a dormir.
Vieques alberga asimismo ciertas curiosidades como el Hombre de Puerto Ferro. Lo vemos al día siguiente. Estábamos solos, y en la quietud del área, meditamos, impresionados por el tamaño de este extraño rompecabezas natural formado por grandes rocas y árboles.
Cuentan que en este sitio arqueológico descubrieron los restos de un hombre de 4.000 años de antigüedad, rodeado por las rocas. Esos restos se exhiben en un museo, pero las rocas permanecen con un aire de misterio. Nadie sabe si las colocaron allí intencionalmente o si son una formación natural.
Para aprovechar más la playa, volvimos a Esperanza. Tomamos un café en Arenamar y continuamos hasta el Balneario Sunbay, nadando y descansando en medio de la naturaleza. Concluimos el día con unos tragos en un bar junto al mar y una pizza artesanal en Anubis Pizza viendo como el sol se escondía tras los veleros.
Luego exploramos un poco el norte de la isla, donde está el Museo Fortín del Conde Mirasol. Queríamos conocer más sobre la compleja relación de Vieques y la Marina estadounidense, pero estaba cerrado. Regresamos a Esperanza, devolvimos el carrito de golf y almorzamos en Banana’s.
Caminamos por el malecón con nostalgia, pensando en nuestro próximo viaje. No es un adiós, sino un hasta luego – aún nos queda mucho por descubrir en la isla de Vieques.
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