Salud

A 21 años de la tragedia del río Blanco que sepultó un barrio en Jimaní

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Nos cansamos de buscarla y no apareció", cuenta Ovidio Dotel, sumido en la tristeza.

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“Aquella fue una madrugada sombría, oscura. Cuando nosotros nos despertamos con los truenos y los llantos de la gente”, relata el alcalde Laureano Santana.

Marian estaba en el tercer trimestre de embarazo, residente en La 40, Jimaní, con planes de ver crecer a su familia. Se acostó una noche de domingo y se sumergió en un sueño del que no despertó.

Era tiempo de lluvia en un barrio construido a la espalda del río Blanco o Soliete, con alrededor de 90 años sin producir crecidas. La madrugada se tiñó de tragedia, las aguas arrasaron con todo a su paso.

Ese 24 de mayo de 2004 dejó la fragilidad del ser humano al descubierto, en una catástrofe irreparable en la que no se contabilizan los muertos con precisión -según reportes de 400 a 500-, y cuyo golpe continúa sintiéndose en una zona donde nadie volvió a construir.

“A mí se me fue una hija en el río. Nos cansamos de buscarla y no apareció”, cuenta Ovidio Dotel, sumido en la tristeza. “Esa muchacha vivía en La 40, con su esposo (Enríque). Lo encontramos a los dos días encima de escombros. Él quedó vivo. El río lo dejó ahí y se durmió”.

Ovidio lo recuerda en cada tormenta. Ha tenido que despedirse sin el último abrazo de Marián, sus primos y una cuñada. Y como afirma: en ningún momento imaginó estar en presencia de tantos muertos, a quienes no pudo velar.

“Fue la primera vez que yo en mi vida vi tantos muertos. Y cuando llegamos al hospital, porque estaban recogiendo los cadáveres, era con una pala mecánica que los echaban en un camión (y de ahí) para una fosa común”, relata.

Los cuerpos desfigurados fueron trasladados a una fosa común en la carretera Jimaní-Boca de Cachón. Es el pasado que nadie rescata.

La magnitud de lo ocurrido aumenta al sumar la devastación en Haití, pues el río nace en la cadena montañosa “La Selle”, el pico más alto de esa nación.

“Estaban todos irreconocibles, porque eso era arrastrando, esa noche usted se miraba las manos y no se las veía de oscuridad que había. Eso era fuerte. Era una cosa que no quisiéramos ni recordar”, expresa Ovidio.

La riada ocurrió en la madrugada, no hubo avisos.

“Ya no quiero recordar eso, yo perdí todo, no perdí la vida porque me cuidé y había muchachos que me cuidaban, pero yo no me quiero recordar de eso”, manifiesta la septuagenaria Eladia Santana, en medio de la negación tras perder casa y colmado.

La despertó la sensación de humedad y los ramos que penetraron en su vivienda. Intentó caminar a la galería, la puerta estaba atascada y luego presenció cómo la corriente desprendió los hierros.

No tenía posibilidades de salir, el agua estuvo más de una hora adentrándose a la residencia. El único recurso fue esperar que acabara la tormenta.

“La puerta se fue con todo y los hierros que tenía la casa. Y nosotros (refiriéndose a su esposo) nos quedamos en la galería, ahí callados, tranquilos. No entramos para allá (el interior) ni para acá (salida)”, narra.

Así como ella, la tragedia dejó marcas en todo aquel a quien se le pregunte en Jimaní. Un ejemplo es Laureano Santana, actual alcalde del municipio, y en su momento actuó en la asistencia a las víctimas.

“Esa fue una madrugada sombría, oscura. Cuando nosotros nos despertamos con los truenos y los llantos de la gente. Eso fue tenebroso”, dice antes de que las lágrimas humedecieran su rostro.

Le tocó transitar en calles inundadas en las que con facilidad encontró cuerpos mutilados. Todavía con recuerdos de la señora arrastrada por la corriente hacia un árbol.

“A eso de las 5:30 de la mañana, mi hermano Ananio Santana nos fue a buscar en una camioneta. Cuando llegamos a la (calle) 27 de Febrero con Tirso de Molina, no podíamos pasar. Y ahí encontramos la primera víctima, una señora que estaba en una mata de jabilla. Eso fue tenebroso”, cuenta.

Esa imagen continuó repitiéndose. Los fallecidos terminaron apilados antes de determinarse su traslado a una fosa común.

“Después de ahí nosotros por todos lados encontrábamos gente mutilada. Y muerta. Ya a las 4 o 5 de la tarde, ahí tenían apiladas a las personas. Era como que tú picabas madera y los ponías así”, recuerda Santana.

Según un reporte del 7 de junio de 2004, la lista de muertes ascendió a 394 y 278 desaparecidos durante el desbordamiento. Ese día se reanudó la docencia en Jimaní, con 90 niños que no regresaron a su pupitre.

La lentitud de las ayudas fue motivo de quejas entre los damnificados, como recogen los titulares de Listín Diario de la época.

En un contexto que obligó a actuaciones conjuntas: Hipólito Mejía preparaba el traspaso de mando a Leonel Fernández, quien a su vez buscó ayuda en Estados Unidos.

En ese momento, las pérdidas se calcularon en $90 millones de pesos. El mal clima dificultó las labores de rescate, incidiendo en la cantidad de personas que no regresaron.

Los números: 903 viviendas afectadas, de las cuales 620 dañadas, 212 en ruinas, 71 con daños parciales y 35 sometidas a limpieza debido a la basura y escombros.

Organismos internacionales mostraron su disposición a colaborar, incluido lo dispuesto en la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y el Caribe – Unión Europea (ALCUE) que se escenificó en Guadalajara, México, del 28 al 29 de mayo.

Y, sin embargo, una catástrofe como esta puede volver a sacudir Jimaní.

El alcalde Santana recomienda reencauzar el río, aun cuando los permisos medioambientales dificultan esto.

En la avenida 27 de febrero, la principal de la común cabecera de la provincia Independencia, se encuentra un monumento en honor a las víctimas.

Una escultura de yeso y cemento, pintada de blanco, que mantiene en la memoria a los padres, hijos, hermanos, tíos, amigos o vecinos que no despertaron tras la infausta madrugada.

Hoy, los rescatados están reubicados en una creciente barriada que lleva de nombre Villa Solidaridad. Allí es donde Eladia se levantó, rebautizando su negocio como Colmado Sobreviviente.

No regresó a La 40. Es un terreno donde impera la maleza y los pedazos de concreto ilustran lo que alguna vez fue. “Hay miedo, por eso nadie ha vuelto a construir en esa zona”, cuenta Santana.

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