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Al despedirse de sus seguidores, Jesús les asegura: “El Espíritu Santo, el Asistente, que el Padre enviará en mi nombre, será quien les instruya y les recuerde todo lo que les he dicho” (Juan 14, 23 – 29).
Requerimos un abogado defensor, ya que en ocasiones el tribunal de nuestra conciencia activa mecanismos de autodestrucción. Por esta razón el Espíritu nos recuerda que “Dios es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo” (1ª de Juan 3, 20).
Precisamos un defensor, debido a que el mal, personificado en la Biblia como Satán, es un acusador que mina la capacidad humana de obrar el bien, para perdernos (Job 1 y 2). Satán siempre ha sido “homicida y embustero”. Podría engañarnos si carecemos de un buen abogado (Juan 8, 44).
Para razonar con claridad. Jesús nos obsequia su paz en el Evangelio de hoy. “Mi paz les doy, mi paz les dejo: no se la doy como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden”.
Eso que algunos denominan “la paz de República Dominicana”, es una fachada ilusoria, que esconde condiciones de vida terribles para un par de millones de ciudadanos. No nos dejemos llevar por la pasividad complaciente. Aprovechemos la buena voluntad dominicana para crear oportunidades de empleo, inversión, siembra, salud, educación, formación técnica y ahorro para la gente humilde. Una banca de apuestas no le queda lejos a nadie. Así deberíamos establecer pequeñas unidades barriales y rurales donde cada ciudadano pueda apoyarse para prosperar y ser mejor.
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Los cristianos estamos llamados a unirnos a toda la gente de buena voluntad que exige campañas donde se presenten propuestas concretas y no se transformen en certámenes de belleza, ni apuestas en peleas de gallos.
No estamos perdidos, Jesús es la Palabra del Padre.
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