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A los 21 años, poco después de que su trayectoria deportiva dejara atrás una estela resplandeciente como juvenil para encarar las exigencias de la etapa superior, Karina Díaz se topó de frente con algo que en ese momento no estaba en sus planes: Un embarazo.
Venía de rozar la excelencia como atleta juvenil y tenía el anhelo de continuar esos logros tras escalar a lo más alto del karate cuando su médico le anunció que un feto se gestaba en su vientre.
Como era de esperarse, aquella noticia fue un shock, más para una joven que estaba en su “prime” en el deporte y otro de sus grandes sueños en la vida ya comenzaba a andar, su carrera de medicina, en la que cursaba el segundo semestre en la UASD.
“Fue un poco impactante porque cuando salí embarazada iniciaba el nivel más elevado de mi carrera, venía de ser bicampeona panamericana juvenil y se convirtió en una situación que, tras enterarme, tuve que alejarme de la disciplina por más de un año y medio”, expresa la tres veces medallista panamericana, divididas en dos platas en Guadalajara y Toronto, 2011 y 2015, así como bronce en Lima 2019 en los 55 kilogramos.
Aunque por momentos pensó que todo se iría a pique, halló en su familia el soporte emocional y principal sostén que le permitió seguir adelante con sus carreras y que su embarazo no se convirtiera en una especie de pesar.
“Mi madre, Nancy Altagracia Medina (licenciada en educación física) fue sin dudas mi principal apoyo, sabía de mis compromisos de representar al país al más alto nivel y me ayudó en todo lo que necesitaba”, expresó la ocho veces medallista entre Panamericanos y Centroamericanos.
Su padre, Domingo Arturo Díaz, también le animó a continuar, pero con la condición de que encontrara tiempo para los estudios, pues su anhelo era que sus tres hijos fueran profesionales. Jonathan Díaz, el mayor, es agrimensor y Erick culmina la carrera de ingeniería.
Su hijo Wilkin Arturo nació el 16 de mayo de 2009, permaneció inactiva durante seis meses, y a los ocho viajó a Cuba para una especie de clasificatorio para los Centroamericanos de Mayagüez en 2010, certamen en el que consiguió dos preseas de oro. Este desempeño se convirtió en el mejor relanzamiento para una carrera en la que los éxitos superaban con creces los sinsabores.
Estar poco tiempo con su vástago, no celebrar sus cumpleaños en las fechas señaladas, pasar tanto tiempo en la villa olímpica eran situaciones que mortificaban a la hoy retirada atleta. Pero su familia siempre estuvo ahí para llenar ese vacío, también encontró el apoyo de la Federación de Karate y el Creso.
Un futuro médico
Su hijo Wilkin hoy es un joven de 16 años, judoca, incluso con logros internacionales, practica fútbol y, lo mejor de todo, cursa el 5to curso (3ro de bachillerato) y tiene metas definidas: Ser médico cirujano ortopeda.
“Cuando te escucho decir esas cosas, con la firmeza de lo que quieres estudiar, hasta se me erizan los pelos y me digo a mí misma que han valido la pena los esfuerzos que hicimos para llevarlo hasta ahí”, sostiene la también propietaria de la escuela Karina Díaz Escuela de Karate. “Mi hijo es mi amigo, hacemos tareas juntos, yo le sirvo de sparring, me ayuda en la escuela, almorzamos juntos y muchas otras cosas más”, relata la hoy profesional graduada en psicología industrial.
En la actualidad, Karina trabaja en el Ministerio de la Juventud, como encargada de reclutamiento y selección. Hace poco fue reconocida por su brillante trayectoria en el deporte y como la gran profesional que ha sido en la educación.
Lleva unos cuantos meses trabajando en esa entidad, tras previamente hacerlo en el Ministerio de Deportes como analista, tuvo una exitosa carrera en los Juegos Militares, en los que consiguió una veintena de preseas siendo parte del Ejército Nacional, institución a la que representó con dignidad y orgullo durante unos 20 años. Tras su retiro pasó a desempeñar las funciones de entrenadora del equipo de esa entidad, labor que ejerció hasta este año. Este domingo, Karina y su hijo esperan cumplir una tradición de años que es celebrar el Día de las Madres junto a sus padres en San Juan, donde como cada año le esperará un rico plato de chenchén, plato preferido del llamado Granero del Sur.
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