Salud

La historia de Lucía Victorino: El amor de una madre frente a los retos de criar a una hija con necesidades especiales

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Lucía Victorino y su hija Luisa se funden en un abrazo, una muestra clara de amor incondicional.

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Lucía Victorino y su hija Luisa se funden en un abrazo, una muestra clara de amor incondicional. Desde que Luisa nació, la vida de su madre cambió para siempre. No fue un cambio repentino, sino una transformación profunda, callada y continua, que la fue moldeando con los años. “¿Qué te digo?” Mi vida ha mejorado mucho, asegura Lucía Victorino con una mezcla de orgullo y serenidad. Su historia, aunque marcada por la dificultad, está llena de amor, fe y una fortaleza nacida del cuidado diario de sus cinco hijos. Luisa llegó siendo la menor entre ellos. Lucía, aunque ya experimentada en la maternidad, le tocó afrontar esta nueva etapa, a la par de ser madre soltera. Cuenta que observaba en su hija un comportamiento, que al principio consideraba normal para su edad; pero la historia cambió cuando la niña ingresó a la escuela y, tras completar el preescolar con dificultad, ya no la aceptaron debido a su comportamiento. “Esa noticia me cayó como un balazo al corazón”, recuerda con notable congoja. Narra que, tras llevarla a recibir asistencia profesional, fue diagnosticada con problemas de conducta. Un diagnóstico que, aunque doloroso, fue también una guía para el camino a seguir como madre de Luisa. Aún hoy, sigue luchando sin quejarse. No puede trabajar porque Luisa le demanda gran parte de su tiempo, lo que agrava sus necesidades, pero aun así dice sentirse agradecida porque Dios nunca la ha abandonado. “No tengo un trabajo de lunes a viernes porque no puedo. Pero a veces, buscar lo material hace que uno pierda lo espiritual y por eso he aprendido a manejarme”, aseguró. Desde un sofá en la sala de su casa, Lucía cuenta que con su hija más pequeña aprendió otra cara de la maternidad, teniendo que convertirse también en terapeuta, gestora, cuidadora y enfermera sin descanso. No obstante, cuando le preguntan por Luisa, habla de ella con amor, ternura y orgullo, propio de quienes han batallado por años con la única arma de la voluntad. “Lo que más necesita Luisa es ayuda para desarrollar sus habilidades, para integrarse. Que pueda ir a la escuela, hacer un curso, que tenga una rutina. Que tenga un futuro”, expresa con nostalgia. Y como toda madre, tiene sueños, sueños que son para su hija. “Yo sueño que Luisa se pueda preparar para la vida. Que pueda integrarse a la sociedad, porque ella es todo conmigo… mi miedo es que le hagan daño porque no sabe defenderse”. “Lo único que quiero es que Luisa pueda decir un día: ‘Voy al médico sola’… y que pueda hacer sus cosas con confianza”. En su camino de casi dos décadas siendo madre de una niña especial, dice que ha aprendido mucho. Y a otras madres les deja un claro mensaje: “Acepten la condición de sus hijos. No los vean como una carga. Esos niños son una bendición que Dios le da a las madres especiales”. Y lo dice con certeza, ella es una madre especial. Pero también exige lo justo. “Yo demando más ayuda del Estado. Porque por la condición de nuestros hijos, no podemos salir a la calle a buscar el sustento. Y esos niños necesitan alimentos, medicinas, educación y terapias”. En ese rol de madre para con sus cinco hijos, ella ha sabido sostenerse con organización y amor, logrando sacar a sus vástagos adelante y asegura, hoy día ese es su mayor orgullo. “Mis hijos nunca me han dado problemas. Nunca ha venido un policía a mi puerta ni he tenido que correr a un hospital por ellos… Dios me ha dado la capacidad para resolver, por eso puedo decir que soy la mejor madre que puedo ser con la ayuda de Dios”.

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