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Muchos usuarios de la palabra escrita o hablada tienen la costumbre de excederse en el uso de palabras. Intelectuales, líderes políticos, dirigentes gremiales y otros oradores frente a un auditorio suelen mostrar este exceso verbal. Esa falta de control al hablar en público les lleva a hablar más de lo permitido, en contra de la prudencia y las reglas del evento o de las circunstancias.
Escritores, sociólogos, filósofos y profesores protestan con visible enfado cuando al hablar en un foro se les limita el tiempo. Se muestran incapaces, a pesar de sus grados académicos, para hablar estrictamente en el tiempo indicado por los organizadores. Unos se enfadan y se rebelan, otros continúan hablando sin inmutarse, aunque les pasen avisos, les hagan señales o les den cualquier indicio de que deben acortar su discurso.
Para describir esta tendencia, contamos en español con los términos verborrea y verborragia.
Ambos comparten la misma raíz y el elemento compositivo -rrea o -rragia. Todas las palabras en nuestro idioma que se forman con estas terminaciones se asocian con la idea de flujo, abundancia o profusión de algo.
Por ejemplo: el elemento /-rragia/ proviene del griego y significa “romper”, “hacer brotar”. En español equivale a ‘flujo’, ‘derramamiento’. Y así se forma verborragia (exceso de palabras). Como hemorragia, que es la pérdida de sangre, y blenorragia, que se refiere al flujo mucoso debido a la inflamación de una membrana, especialmente en la uretra.
Por otro lado, el elemento compositivo /-rrea/ significa ‘flujo’, ‘acción de manar’. El Diccionario de la lengua española, al definir esa partícula, pone como ejemplos las palabras verborrea y seborrea (exceso de grasa en la piel). Verborrea es la verbosidad excesiva. En este grupo se incluyen también gonorrea y diarrea, ambos males caracterizados por flujos no deseados.
Con la terminación /-rragia/ tenemos una palabra muy conocida: hemorragia, un flujo de sangre que hay que detener porque causa problemas a la persona afectada. La hemorragia se percibe fácilmente como peligrosa, pero no la verborragia o el flujo incontrolable de palabras.
Con la terminación /-rrea/ tenemos una palabra muy conocida que nombra la abundancia de otra materia corporal diferente en color, consistencia y olor a la sangre. Normalmente causa preocupación a quien la padece, además de las molestias que ocasiona.
Paneles y coloquios organizados por personas consideradas inteligentes, donde los protagonistas o ponentes se suponen inteligentes, se ven perjudicados porque a veces alguno de los participantes no logra acatar la norma de hablar solo diez minutos, como se había establecido para todos los oradores. Esa persona no lo sabe, pero tiene una discapacidad. Quien más ha estudiado debería estar en mejor disposición para hablar en el tiempo acordado.
Quien se presenta a un coloquio con tres o cuatro participantes y lleva una exposición que requiere cuarenta minutos para ser desarrollada no es el más apto, es precisamente lo opuesto. Si necesita el tiempo de una conferencia para expresar lo que podría decir en ocho minutos, debería ser descalificado.
En el ámbito político es donde más se aprecia el vicio de la verborragia. En toda asamblea o reunión, cada participante quiere hablar, y sin limitaciones. Un buen orador requiere varias habilidades: conocer el tema que aborda, expresarse con corrección y propiedad y, sobre todo, saber cuándo terminar.
Es de necios insistir en hablar después de que el tiempo asignado ha finalizado y, aunque es triste decirlo, quien no puede hablar en el tiempo que le han dado es una persona con una discapacidad, aunque no lo sepa. Verborragia, como la hemorragia, o verborrea, como la diarrea, son males peligrosos.
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