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Aunque con algunos aspectos aún por concretar, Estados Unidos y el Reino Unido anunciaron el jueves el primer pacto comercial del segundo mandato de Donald Trump. Este acuerdo, por sus resultados, demuestra que los aranceles no son tan negativos como afirman sus opositores, ni tan beneficiosos como pregona el presidente estadounidense. Si se emplean de manera equilibrada y cuidadosa, pueden ser una herramienta para fomentar la estabilidad en el comercio global.
El acuerdo incluye la reducción del impuesto a la importación de automóviles del 25 % al 10 % para unos 100.000 vehículos anuales. A pesar de que Estados Unidos mantiene un arancel del 10 % sobre la mayoría de los productos británicos, el primer ministro británico, Keir Starmer, lo describe, desde una planta de Jaguar Land Rover en West Midlands, como una “plataforma excelente” (también se han reducido los aranceles sobre el acero y el aluminio, que Trump había elevado a principios de este año al 25 %, y se han acordado nuevas vías para el comercio entre ambos países).
A pesar de estas concesiones, Trump ha declarado que “con este acuerdo, el Reino Unido se une a Estados Unidos para afirmar que la reciprocidad y la equidad son un principio fundamental y crucial del comercio internacional”.
Los mercados reaccionaron favorablemente al anuncio del acuerdo, que podría servir como modelo en las negociaciones que el gobierno de Estados Unidos ha iniciado con otros países, con la misma finalidad.
Incluso, el acuerdo podría impulsar alianzas con países tan distantes como China, con quien el gobierno estadounidense comenzó negociaciones este fin de semana en Suiza.
Un acuerdo comercial con China facilitaría la transición hacia la nueva era comercial en curso para ambos países y para el mundo, además de generar nuevas oportunidades para todas las partes.
Estamos en un momento en el que debemos comprender que, para lograr un buen acuerdo, lo importante no es el punto de partida, sino, hacia dónde nos guíe el buen criterio.
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