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Con el inicio del Cónclave este miércoles, los rumores, conjeturas e incluso apuestas sobre quién ocupará el Trono de San Pedro, comienzan a aumentar. Han surgido muchos nombres, pero no entraré en detalles sobre ellos. Más bien, prefiero exponer, como católico practicante y político, el perfil que entiendo debe tener nuestro próximo Pontífice.
El Papa juega un rol en la sociedad temporal y en la sociedad espiritual. En la primera, no solo como jefe de Estado del Vaticano, sino en su papel como entidad política que con su palabra incide en conflictos bélicos, crisis sociales y tensiones entre países, hasta los programas humanitarios que preside en las regiones más pobres del mundo. Como Vicario de Cristo en la tierra, es el llamado a pastorear los billones de feligreses cristianos, entre estos, evidentemente, los católicos. Y afirmo esto porque la incidencia espiritual del Sumo Pontífice trasciende en las comunidades ortodoxas y otras profesiones del cristianismo que nacieron en el seno de la Iglesia Católica.
Basado en este contexto, y como explicamos en mi artículo “Los Papas de nuestra era”, tanto Juan Pablo II, Benedicto XVI, como Francisco jugaron un rol específico en los momentos en los que les tocó asumir el papado.
Los desafíos que enfrentará el próximo Pontífice ameritan un perfil conservador, en el fondo. Es decir, un Papa que vele por el cumplimiento del dogma en los estamentos de la Iglesia, desde el Vaticano hasta la parroquia más humilde. Que priorice los valores que tradicionalmente ha promulgado el cristianismo, teniendo en cuenta que vivimos en sociedades vacías de contenido y ansiosas de espiritualidad, que muchas veces consumen ideologías distorsionadas en busca de algo que pueda llenarles el cerebro y el alma. No debe dar espacio a ambigüedades, pues estamos en una época donde se necesita la mayor claridad posible en la exposición de los dogmas cristianos. Finalmente, que rescate el sentido de la familia, una institución que al parecer pierde adeptos día tras día.
En cuanto a la forma, sí, necesitamos un Papa que pueda conectar dentro de un mundo hiperconectado. Comunicar en esta era implica ser cercano, guardando la solemnidad del cargo, evidentemente. Un Papa que pueda presentarle a la juventud el valor de ser católico, la importancia de vivir la fe, de asumir una causa proveniente de las tradiciones cristianas. Pero que también enfrente los males que afectan a la Iglesia, con vehemencia y coherencia. Y de igual manera, que apoye a las órdenes religiosas, feligreses, sacerdotes, y medios de comunicación, que promuevan la verdadera cara de la Iglesia.
En el contexto geopolítico actual, necesitamos un Papa que sea un árbitro en Occidente, y que vele por las reglas de juego entre Oriente y Occidente. En el plano de Occidente, porque definitivamente no hay unión de este lado del mundo, pues estamos divididos en diferentes polos, de acuerdo a los criterios comerciales y bélicos del momento. Se perdió totalmente el sentido de lo que representaba la civilización occidental, en cuanto al bloque político y social. En el segundo plano, pues pudiéramos evitarnos guerras y conflictos innecesarios con la participación de un actor respetado por ambos bloques como es el Papa.
Si alguno de los nombres resonantes (y no tan resonantes) en este Cónclave cumple con estos requisitos, o parte de ellos, pues que el Espíritu Santo ilumine a sus colegas para hacer la elección correcta.
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