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MADRID, 15 de mayo. (EDICIONES) –
Estamos tan habituados a nuestro cuerpo que, verdaderamente, no nos preguntamos por qué es como es, por qué se construyó así, por qué tenemos la cabeza donde la tenemos, o los ojos y la boca colocados en la cara, y no en otra parte de nuestro organismo.
“El cuerpo humano no es resultado de un diseño inteligente, sino que es el producto de un proceso evolutivo, una sucesión de pruebas, de innovaciones y de errores a lo largo de millones de años. Este proceso ha dejado su huella en nuestro desarrollo embrionario, por lo que existe una historia sorprendente detrás de cada uno de nuestros órganos”, advierte el biólogo especialista en evolución Ramón Muñoz-Chápuli, y catedrático de la Universidad de Málaga, en ‘El cuerpo una historia por partes’ (Shackleton Books).
No obstante, la configuración de nuestro cuerpo humano no ha cambiado tanto a pesar del paso del tiempo, pese a la creencia popular. Tal y como destaca este experto en una entrevista con Europa Press Salud Infosalus, un aspecto que se ha aprendido con las nuevas formas de ver la evolución es que las especies, en realidad, “cambian muy poco a lo largo de la existencia”. Cuenta que aparecen tras una serie de mecanismos evolutivos, para después extinguirse por diversas razones. Y que siempre ha sido así.
¿SOMOS FRUTO DE LA EVOLUCIÓN?
“¿Cómo cambiará el cuerpo humano con el paso de los años? La respuesta fácil es decir que tendremos la cabeza más grande, o el pulgar más desarrollado por el uso de móviles, pero no será así. Si tenemos un futuro no seremos muy diferentes de lo que somos ahora. Si los humanos de hace 20-30.000 años eran diferentes de los actuales se debió a cuestiones ambientales, por ejemplo la alimentación, pero realmente no hemos cambiado tanto, ni lo haremos. La evolución de nuevas especies se suele producir por saltos”, aclara este profesor universitario ya jubilado.
‘El cuerpo una historia por partes’ (Shackleton Books) surge como fruto de su experiencia como docente universitario de Biología. Tras verificar que realmente no conocemos la historia de nuestro cuerpo pretende narrar su “doble historia”, aunando la historia evolutiva del cuerpo humano, junto con el desarrollo tras 9 meses de gestación. Según sus propias palabras, se trata de “la primera doble aproximación, evolutiva y embriológica, que se realiza en un manual divulgativo del cuerpo humano”.
“Estas dos historias están conectadas porque la visión clásica de la evolución se basa en mutaciones genéticas y en selección natural, con lo que varían los linajes en el tiempo. Pero en las últimas décadas se han identificado genes clave para la regulación del desarrollo embrionario, unos genes cuyas mutaciones pueden generar innovaciones evolutivas. Ésta es la conexión entre desarrollo embrionario y evolución”, comenta.
EL OÍDO NO ESTABA PENSADO PARA OÍR
Entre esas innovaciones evolutivas, por ejemplo, destaca Muñoz-Chápuli que en nuestro oído tenemos tres huesos (estribo, yunque, y martillo) que transportan sonido al oído interno. “El yunque y el martillo derivan de las mandíbulas de los primeros vertebrados. Y las actuales mandíbulas de los tiburones corresponden a nuestro yunque y a nuestro martillo”, resalta.
Pero también nuestra adenohipófisis, según prosigue, encargada de controlar, entre otras cosas, nuestros procesos reproductivos, se forma en el desarrollo embrionario a partir de una pequeña bolsa que emerge del techo de la boca. “En los antepasados de los vertebrados esta bolsa del techo de la boca era un órgano sensorial que detectaba hormonas reproductivas”, afirma este catedrático de la Universidad de Málaga.
Por otro lado, resalta que el oído “nunca estuvo pensado para oír”, aunque ha terminado adaptándose a captar los sonidos. “La prueba es que el oído interno se localiza en el fondo del cráneo, que realmente es el peor lugar para detectar sonidos. En cambio, los insectos lo tienen en el exterior”, subraya.
POR QUÉ LA FARINGE DESTACA SOBRE OTROS ÓRGANOS
Muñoz-Chapuli cuenta que, en su origen, el oído se dedicaba a detectar movimientos y aceleraciones: “El desarrollo de un órgano auditivo exigió la formación de un conducto auditivo, y una cadena de huesecillos derivados de la faringe branquial”.
Es por ello por lo que comenta que, si tuviera que destacar una parte del cuerpo con una historia “fascinante”, ésta sería la faringe, “aunque sólo nos acordemos de ella cuando estamos constipados”.
Considera, así, que “la historia de nuestra faringe embrionaria es fascinante”, y subraya que es muy parecida a la de los peces: “Tiene sus arcos branquiales y su musculatura. Pero de esta faringe embrionaria van a derivar durante el desarrollo la musculatura facial, la glándula tiroides, el timo, los pulmones, la laringe, y el oído medio y externo. Hablamos, oímos, y nos expresamos facialmente gracias a derivados de la faringe embrionaria”.
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