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A Winston Franklin Vargas Valdez (Platón), un destacado dirigente del antiguo Movimiento Popular Dominicano (MPD), la mayor y más combativa organización de izquierda de la posguerra, bajo el liderazgo de Maximiliano Gómez Horacio (El Moreno) y Otto Morales Efres.
Pese a su prolongada militancia en la organización Roja y Negra, lo conocí en persona en el año 1973, cuando llegué como recluso involuntario a la famosa cárcel de La Victoria, construida por el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina e inaugurada el 17 de agosto de 1952, finalizando su cuarto y último periodo presidencial, mas no su mandato, que concluyó el 30 de mayo de 1961.
Antes de unirse a las filas del emepedeísmo, estuvo en uno de los cuerpos militares del país, donde adquirió amplia experiencia en esa área.
Era el mayor de una familia con fuerte militancia emepedeísta, la organización marxista más grande de la época. Hermano de Wanda, aguerrida dirigente del partido y de las fundadoras de la Federación de Mujeres Dominicanas (FMD), sus hermanos Julito (EPD) y Gregorio, ambos destacados dirigentes medios del partido con quienes tuve el honor de compartir militancia.
Platón fue uno de los veinte presos políticos canjeados por el teniente coronel Donald J. Crowley, agregado aéreo de la embajada estadounidense en el país, secuestrado el 24 de marzo de 1970. Secuestro llevado a cabo por un comando unificado antirreeleccionista que exigía la libertad de un grupo de presos políticos sometidos a toda clase de tortura por el régimen balaguerista, cuyas vidas pendían de un hilo o de la voluntad de cualquiera de los “incontrolables” descritos por el propio presidente y que ya habían desaparecido a Guido Gil Díaz y a Henry Santos, ambos apresados y luego ejecutados.
Obligado Balaguer por el gobierno de Richard Nixon, que, a través del Departamento de Estado de los Estados Unidos, había declarado que aprobaba el canje de presos políticos en la República Dominicana por el teniente coronel Donald J. Crowley “si era la única manera de obtener la libertad del diplomático secuestrado”.
Los veinte prisioneros viajaron a México tras gestiones realizadas por el embajador dominicano ante el gobierno de ese país, Héctor García Godoy, quien obtuvo el visado y la admisión en la delegación diplomática, desde donde viajaron a la nación azteca el 26 de marzo de ese mismo año.
Desde México, la gran mayoría de los canjeados viajó a Cuba, de donde todos los emepedeístas, con El Moreno a la cabeza, partieron hacia Europa, periplo en el cual Platón lideró el círculo protector del líder de la organización hasta su partida hacia los Estados Unidos junto a Clodomiro Gatreaux (Clodo), para regresar al país a continuar la lucha por el derrocamiento del régimen balaguerista mediante una gran coalición opositora.
Tan pronto pisó suelo, se integró a la dirección del partido, que ya había sufrido los golpes de los asesinatos de Otto Morales el 16 de julio de 1970 y de Amín Abel Hasbún, el 24 de septiembre del mismo año. También habían sido encarcelados, el 13 de enero de 1971, seis dirigentes en el Ensanche Luperón, dejando a la organización prácticamente sin cabeza. Labor que no cesó y alcanzó a otro secretario general del partido, Roberto Figueroa Taylor (Chapó), el 7 de julio de ese fatídico año en que ya había sido asesinado, el 23 de mayo en Bruselas, por la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA), Maximiliano Gómez (El Moreno).
Ya de vuelta en el país, a Platón se le asignó trabajo en la región este, donde fue aprehendido nuevamente en 1972 en la ciudad de La Romana.
En esta nueva prisión, fue donde conocí personalmente a una leyenda del emepedeísmo, al que encontré al llegar a finales de octubre de 1973 a un infierno llamado Penal de La Victoria, en el que pasé tres años junto a Platón y al núcleo de dirigentes. Él había sobrevivido a la orgía de sangre que los organismos represivos del país habían desatado contra nuestra organización bajo la asesoría de la CIA, intensificada después del secuestro de Crowley.
En esos tres años conviví con Platón en una pequeña celda de unos 20 metros de largo por aproximadamente 8 metros de ancho, a la que los presos llamaban Macondo, por las cosas increíbles que allí ocurrían, donde los vicios y las virtudes salían a flote y donde las dificultades ponían de manifiesto la verdadera naturaleza humana de cada uno de los privados de libertad.
Nunca lo vi triste ni melancólico, siguiendo su rutina diaria de ejercicios y mucha lectura de todo tipo, desde la teoría marxista hasta los clásicos de la literatura universal. Era un lector voraz y conocedor del idioma de Cervantes, lo que lo llevaría más tarde a ser un excelente corrector de estilo de libros y artículos, que al final de su vida ejerció para su sustento y el de su familia.
Me fui de la cárcel con la añoranza de dejar allí a mi familia, a mis hermanos, a mis camaradas, incluyendo a mi admirado Winston Franklin Vargas Valdez (Platón), con quien seguí siendo amigo, aunque en la calle tomáramos caminos diferentes: él en el Núcleo Comunista de los Trabajadores y yo en el MPD.
Donde nunca hubo diferencias entre nosotros fue en la predilección por el son cubano. Era un bailarín extraordinario y le gustaba jugarme bromas, algo que aceptaba con humildad.
La última vez que lo vi fue en el velorio de su compañera de muchos años, Altagracia Castillo (Tatica), miembro de una familia antitrujillista y de una militancia emepedeísta ejemplar, como lo fue su hermano Vinicio Petronio Castillo (El Pelu) (EPD) y Faruk y Saad Miguel Castillo. Allí lo vi muy deteriorado, luchando contra un cáncer que finalmente le ganó la batalla.
Hoy, al darte mi último adiós, quiero reiterar que los hombres como tú nunca mueren, mientras vivan en las memorias de todos los que, como yo, reconocemos tus hazañas y tu lealtad a la causa que abrazaste y que defendiste con valor espartano.
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