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“Lo que consideraba un sueño se ha transformado en una pesadilla” dice venezolana al decidir regresar a casa

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Deisy llegó a Estados Unidos en 2019 tras un largo periplo desde Panamá, adonde había emigrado seis años atrás buscando trabajo.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Deisy llegó a Estados Unidos en 2019 tras un largo periplo desde Panamá, adonde había emigrado seis años atrás buscando trabajo.

Deisy convive con la ansiedad. Una compañera indeseable que la atormenta desde la pandemia y que se ha disparado estos días, por las redadas contra migrantes indocumentados en Estados Unidos. Cansada de sentir miedo, se dispone a abandonar Chicago para retornar a Venezuela.

Junto a sus tres hijos adolescentes, se unirá en los próximos días al creciente número de personas que regresan a sus países por temor a la policía migratoria estadounidense, el llamado ICE.

“Lo que creí un sueño se ha transformado en una pesadilla. Deseo irme de aquí”, dice Deisy, de 37 años, que prefiere mantener su apellido en reserva por seguridad. “La situación es un caos total. ¿Quién quiere estar detenido en un país que no es el suyo?”.

Los indocumentados están en la mira de las autoridades desde enero, cuando Donald Trump regresó a la Casa Blanca con la promesa de llevar a cabo deportaciones masivas de migrantes ilegales.

En los últimos meses, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) ha incrementado los arrestos en el país, incluyendo el de 252 venezolanos enviados sin juicio a una cárcel de máxima seguridad salvadoreña por ser parte del grupo criminal Tren de Aragua.

Una deportación cuestionada por abogados y activistas, quienes aseguran que varios afectados no tienen vínculos con la banda.

Vivir con temor

Deisy llegó a Estados Unidos en 2019 tras un largo viaje desde Panamá, adonde había emigrado seis años antes en busca de trabajo.

En Maracay, su ciudad en el norte de Venezuela, ya no lograba ganarse la vida, por lo que tomó la difícil decisión de dejar a sus hijos con su madre y salió del país.

Después de cruzar a pie la frontera con México, se entregó a las autoridades estadounidenses y quedó en libertad con el compromiso de acudir a una corte de inmigración.

Sus primeros pasos en Chicago fueron complicados. El dinero escaseaba, no hablaba inglés y no tenía papeles, pero resistió. Para salir adelante y ayudar a su familia, trabajó en la construcción, en demoliciones, de conductora de Uber.

Como para muchos migrantes en Estados Unidos, la alternativa en su país de origen parecía peor. Casi ocho millones de personas han salido de la Venezuela de Nicolás Maduro en la última década, a raíz de una grave crisis política y económica, según la ONU.

Ahora, sin embargo, Deisy no teme regresar a Venezuela, sino quedarse en Estados Unidos.

Hace poco el ICE detuvo a un compañero de trabajo en la misma situación que ella, con una solicitud de asilo pendiente.

Y el gobierno de Trump ha prometido revocar el estatus de protección temporal concedido por la administración anterior de Joe Biden (2021-2025) a cientos de miles de venezolanos, entre ellos los hijos de Deisy, reunidos con ella en 2022, y su marido, un compatriota al que conoció en Estados Unidos.

“Vivimos con miedo a que nos paren si vamos por la calle”, lamenta Deisy. “No queremos ser deportados a una cárcel con delincuentes, donde nos juzgan a todos como si fuéramos del Tren de Aragua”.

Buscando la paz

Regresar no es sencillo. Implica abandonar lazos, el trabajo, toda una vida. Hay que pagar el viaje y lidiar con complicaciones burocráticas. Muchos venezolanos, por ejemplo, no tienen pasaporte porque las autoridades estadounidenses se lo confiscaron.

A pesar de todo, son cada vez más los que emprenden el retorno, un fenómeno del que ha sido testigo el agente de viaje Calix Barragan.

Su empresa, dedicada a venezolanos que buscan regresar, ofrece ahora unos 60 vuelos mensuales con la ruta Miami-Curazao-Venezuela, un 70% más que antes de la investidura de Trump en enero.

“La mayoría de mis clientes viajan por temor a ser detenidos o deportados a El Salvador”, asegura.

El marido de Deisy viajó a Maracay por tierra en febrero, pero ella no quiso hacerlo así.

Sus hijos ya cruzaron hace tres años la temible selva del Darién, entre Colombia y Panamá, y no quiere que vuelvan a pasar por ello.

Aquel viaje acabó además de forma trágica cuando la madre de Deisy, que acompañaba a los adolescentes, murió de un paro cardíaco en el último tramo, a bordo de un avión entre San Antonio y Chicago.

Tras considerar diversas opciones, Deisy volverá a casa en uno de los vuelos ofrecidos por Barragan.

“En Venezuela no está nada fácil, pero mi marido y yo no queremos ser ricos. Y creo que prefiero la tranquilidad, la estabilidad de mi casa”, dice. “Para nosotros, la paz mental no tiene precio”.

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