Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
Cuando pensamos en educación, la memorización es un vínculo inevitable. Durante mucho tiempo, fue un factor clave, pero con el tiempo se ha vuelto obsoleto (aunque aún se use). Existen otras formas de aprender, como las metodologías activas, que nutren y afianzan los conocimientos de manera más efectiva. Con la generalización del software, hemos relegado el conocimiento para enfocarnos en la destreza de buscar y encontrar información. El conocimiento almacenado ha pasado a un segundo plano (ser una persona erudita es casi una rareza), lo que provoca una dependencia del software.
Forma parte de la cultura digital que habitamos, como señala Lev Manovich en “El software toma el mando” (2013). El software configura nuestros hábitos y comportamientos. La organización, búsqueda e indexación, independientes del medio, son únicas en el mundo digital, ofreciendo versatilidad y eficiencia. Pero también es parte de una sociedad con un sinfín de actividades.
La memorización de la cantidad de datos que manejamos sería imposible. Nos movemos entre grandes cantidades de información que requieren habilidades para procesarlas. No sería posible solo con nuestra memoria o con medios tradicionales. Al redactar, más allá de los conocimientos ortotipográficos, surgen dudas. Ya no usamos un diccionario en papel, sino que buscamos en la web y recuperamos resultados al instante ( “guglear”). Es poco probable que afiancemos los resultados y que no tengamos que volver a buscar la próxima vez. ¿Quién podría dedicar tiempo a hacerlo de forma tradicional? Vivimos en una sociedad acelerada y tenemos demasiadas actividades.
En programación, hace décadas, un programador tenía grandes conocimientos. Hoy resolvemos dudas con búsquedas web y documentación en línea. Es más rápido, pero los programadores de hoy deben resolver problemas con rapidez, manejar varios lenguajes, etc., lo que no permite afianzar los conocimientos.
En resumen, el software ha configurado nuestra cultura, impulsada por aplicaciones que mezclan sus funcionalidades. Esto obliga a usar medios colaborativos. Es casi imposible hacerlo de otra manera, pero nos deja en una situación delicada. Si dependemos permanentemente, perdemos nuestra capacidad si estas herramientas no están disponibles. Esto nos hace frágiles. Tal vez cabría preguntarse qué queda si internet falla. ¿Merece la pena?
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