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Carrera de Montaña Riaño 2025

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Etapa 3 (domingo): 26 km con llegada en Riaño, incluyendo la subida al Gilbo, apodado el "Cervino leonés".

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

· Etapa 3 (domingo): 26 km con llegada en Riaño, incluyendo la subida al Gilbo, apodado el “Cervino leonés”. El trazado atravesó la Senda Mitológica Leonesa, con referencias a seres del folclore local.

Hablar de la Riaño Trail Run sin mencionar el paisaje sería un error. Este evento no “atraviesa” montañas, las escucha, las respeta, las siente. Desde las nieves perpetuas del Mampodre hasta los valles fósiles de la antigua comarca inundada por el pantano, cada paso por este territorio es un diálogo entre el cuerpo humano y la naturaleza salvaje. A menudo, sin palabras.

No era raro ver a participantes detenerse para fotografiar un rebeco, saludar a un ganadero o simplemente sentarse en una piedra a contemplar. ¿Cuántas carreras permiten eso? Yo mismo lo hice en la tercera etapa a mitad de la subida del Pico Gilbo. Paré mi reloj, detuve mis piernas y durante diez minutos pasé de corredor a espectador del entorno y de mis compañeros de carrera, a los que animaba según se acercaban a mi posición.

Durante todo el fin de semana he pertenecido a una comunidad que se construye en cada instante de este fabuloso fin de semana, puesto que las tardes y noches han sido una parte esencial del viaje. Más allá del esfuerzo físico, la Riaño Trail Run se ha transformado en un espacio de encuentro: cenas largas en el comedor, charlas antes y después del briefing de cada etapa, historias contadas entre tiendas de campaña. Todo ello gracias al “Camp” instalado en el campo de fútbol de Riaño que fue el corazón logístico y emocional del evento. Allí se compartieron cenas, duchas, risas y confidencias entre corredores de toda España y del extranjero. La convivencia ha sido, una vez más, uno de los pilares del éxito del fin de semana.

Porque allí han nacido, nacen y nacerán amistades que se extienden más allá de la meta. Yo me llevo a gente maravillosa venida de todas partes de España, como Camilo, Emilio y Rober de Ermua, Alberto de Madrid, y por supuesto a mis dos panteras Diego y Guti, ¡menuda lección de buen rollo nos dieron a todos los corredores!, mi Amaia, siempre presente para dar apoyo y por supuesto a la excelsa organización de la prueba con Felipe y Miguel Heras como cabeza visible de un nutrido grupo de voluntarios que siempre dieron el máximo por hacernos sentir seguros y como en casa. No me puedo olvidar del gran Pepe Yepes, nuestro speaker, a quien la energía nunca se le acababa y que siempre daba el espacio que cada corredor necesitaba.

La Riaño Trail Run es una carrera que no termina al cruzar la meta. Varias semanas después, las redes siguen llenas de fotos, frases, reflexiones. Algunos ya han vuelto a la rutina, otros planean su próxima aventura. Pero todos coinciden en algo: la Riaño Trail Run deja una huella invisible pero imborrable. Porque no se trata solo de correr. Se trata de escucharse, de conectar, de reconectar. De comprobar que en medio del cansancio, del sudor, del silencio… uno puede sentirse más humano que nunca.

Etapa 1 – Oseja de Sajambre → Caín de Valdeón (36 km, 2.400 m+)

“Allí donde la montaña impone silencio, empezamos a escucharnos”

El aire todavía conservaba algo de frescor a primera hora de la mañana, aunque el sol, implacable desde el inicio, ya prometía que sería una jornada dura. En Oseja de Sajambre, un centenar largo de corredores se agolpaba en la línea de salida con las manos en los bastones, miradas al frente y nervios sostenidos por una mezcla de respeto y deseo. Los primeros metros por el bosque de la Farfada parecían un comienzo amable: el sendero mullido por la hojarasca, el canto de los pájaros, ese murmullo colectivo apenas roto por el pitido de los GPS. Pero bastaron diez minutos para que la carrera mostrara los dientes.

El primer gran escollo llegó con los 700 metros de desnivel que separaban el valle del refugio de Vegabaños. La pendiente castigaba, sí, pero el paisaje mitigaba la dureza: un tapiz verde esmeralda, el aroma a resina de pino negro, y las primeras vistas hacia el Macizo Occidental de Picos. Tras Vegabaños, el terreno se volvió más técnico: la canal de Mesones exigía plena concentración. Las piedras sueltas, las trepadas esporádicas y la soledad del entorno convertían ese tramo en un pequeño viaje interior.

Allí, lejos de todo, cada paso era una decisión. Algunos corredores paraban un instante solo para mirar atrás y ver cómo el valle se encogía a lo lejos. Un rebeco observaba desde la ladera opuesta. El viento traía olor a tierra caliente, el calor fue el gran protagonista de la primera jornada. No había señales de humanidad, salvo las marcas de baliza y los jadeos. Si subir fue duro, bajar no le fue a la zaga. El descenso hacia Caín de Valdeón puso a prueba rodillas, reflejos y concentración. La senda en zigzag se empinaba con descaro, y el suelo, repleto de polvo seco, daba poca tregua.

En la línea de meta las llegadas fueron espaciadas, como si el tiempo perdiera relevancia tras tantos kilómetros. Algunos alzaban los brazos. Otros se echaban al suelo a mirar el cielo. Nadie preguntó tiempos. Nadie presumió de posición. Pero todos sabían que habían superado algo grande. La montaña nos susurra pero para poder escucharla hay que subir, sudar y bajar. Y esa primera etapa fue eso: una conversación íntima con ella, con uno mismo y con quienes avanzaban al lado.

Riaño etapa 1 Riaño Trail Run

Etapa 2 – Valverde de la Sierra → Espigüete → Valverde (21 km, 1.800 m+)

“Donde el cielo se toca con las manos y el vértigo se convierte en compañero de viaje”

El segundo día amaneció con una calma engañosa. En Valverde de la Sierra, el campamento se desperazaba entre cafés humeantes, vendas nuevas y miradas que mezclaban respeto y deseo. La etapa del sábado era corta en kilómetros, pero brutal en verticalidad: el Espigüete, con sus 2.450 metros, esperaba como un coloso calizo dispuesto a poner a prueba no solo las piernas, sino también la cabeza.

Los primeros tres kilómetros discurrían por una pista forestal que permitía calentar motores. El grupo se estiraba lentamente mientras el sol comenzaba a subir por detrás del cordal. Pero pronto, el sendero se empinó sin contemplaciones: una subida directa, sin tregua, hacia la base del Espigüete. El tramo estrella — y más temido — fue la arista este del Espigüete. Una línea afilada de roca viva, donde cada paso requería atención plena. No era solo correr: era trepar, gatear, decidir. El viento dio una tregua y no soplaba con fuerza en las zonas más expuestas, y el silencio era absoluto, roto solo por el roce de las zapatillas contra la piedra.

Desde la cima, la vista era sobrecogedora: al norte, los Picos de Europa; al sur, la Montaña Palentina extendiéndose como un mar de pliegues verdes y grises. Muchos nos detuvimos unos segundos, no por fatiga, que también, por lo menos en mi caso, sino por necesidad de recoger el momento. La bajada fue un desafío en sí misma. Piedra suelta, tramos de destrepe y una pendiente que obligaba a frenar con todo el cuerpo. Allí, la técnica marcó la diferencia. Se formaron grupos espontáneamente para ayudarse unos a otros en los pasos más delicados.

En el último tramo, ya de nuevo en sendero, el ritmo se aceleró. El bosque ofrecía sombra, aunque poca, y el rumor de un arroyo con una cascada donde algunos se acercaron a refrescarse anunciaba la cercanía de Valverde. La meta, instalada junto a la iglesia románica del pueblo, nos recibió con aplausos, fruta fresca y abrazos sinceros. La segunda etapa fue un viaje vertical, una charla íntima con la roca y el vacío. Una jornada que no se mide en kilómetros, sino en intensidad. Y al final del día, en el campamento, las historias se cruzaban como los caminos: con respeto, admiración y una certeza compartida — la montaña transforma.

Riaño etapa 2 Riaño Trail Run

Etapa 3 – Riaño → Pico Gilbo → Riaño (26 km, 1.600 m+)

“El último ascenso, el último aliento”

El domingo amaneció con una luz dorada que bañaba las aguas del embalse de Riaño. El campamento, aún adormecido, se llenaba poco a poco de sonidos familiares: cremalleras, bastones golpeando el suelo, risas nerviosas. Era el último día. Y aunque las piernas dolían, el corazón latía con una mezcla de nostalgia anticipada y determinación.

La tercera etapa era circular, con salida y llegada en Riaño, y tenía un protagonista indiscutible: el Pico Gilbo, una cima afilada, conocida como el “Cervino leonés” por su silueta piramidal. Pero antes de tocar su cima, teníamos que discurrir por un recorrido lleno de historia, mitología y belleza. Los primeros kilómetros discurrían por la Senda Mitológica Leonesa, un sendero que serpentea entre bosques y praderas salpicadas de esculturas de seres fantásticos: el Trasgu, la Vieya del Monte, el Diañezu… Criaturas del folclore leonés que no miraban en silencio a nuestro paso. Parecía que estábamos corriendo dentro de un cuento.

El ascenso al Gilbo fue, sin duda, el momento más esperado y temido. La subida, directa y sin concesiones, obligaba a usar manos y bastones. El calor apretaba, y el cansancio acumulado de dos días anteriores se hacía notar. Pero al llegar a la cresta, todo se detenía. El embalse de Riaño se extendía abajo como un espejo turquesa. Al fondo, los Picos de Europa. Y en el aire, ese silencio que solo se encuentra en las cumbres.

Algunos nos sentamos unos segundos. Otros inmortalizaban el momento con fotos y videos. Todos sabíamos que estábamos viviendo algo irrepetible. El descenso fue técnico y emocionante. El sendero zigzagueaba entre rocas y farallones pétreos, y el sonido del pueblo acercándose era como una llamada. Al cruzar el puente de Riaño, los corredores éramos recibidos por una multitud entregada: vecinos, familiares, turistas… todos aplaudiendo como si cada llegada fuera la primera. La meta no era solo un arco inflable. Era un abrazo colectivo

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