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Pedro Francisco Bonó elucidó el nacimiento de nuestra democracia, tomando como punto de partida el cultivo del tabaco en el Cibao. Resaltó la manera en que el sistema y las relaciones de producción tabacaleras forjaron una clase media rural y urbana, contrastándola con la del cacao, producido en grandes extensiones de tierra de un solo dueño, cuya cosecha involucraba a pocos campesinos.
Ese estilo de vida, de producción y relación de los cibaeños de Santiago y Moca, entre otras zonas, facilitó relaciones igualitarias y respetuosas, con una cortesía atenta y amable, que se extendía desde el pequeño agricultor y su vecindario hasta los productores y exportadores de andullos y cigarros de distintos tamaños. (Esto sucedía cuando el fumar era aún un placer sin malicia).
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Gente trabajadora, de fundamentos cristianos, que no comprendía ni aceptaba gobiernos autocráticos, ya fueran nacionales o foráneos.
Consecuentemente, la cultura cibaeña, que incorporó la industria del ron (no tan inocente) y el comercio al por mayor y al por menor, además de otras actividades productivas que permitieron el desarrollo de una burguesía regional, fue la impulsora y guardiana de nuestros gobiernos de inspiración democrática, lo cual se mantiene en la actualidad con gran energía y actitud vigilante y participativa en el Cibao y otras zonas.
Santo Domingo, el este y el sur también tuvieron valiosas participaciones en el surgimiento de la patria y del sentimiento de lo nacional en todo nuestro territorio, tanto por ser blanco directo de invasiones y gobiernos foráneos opresivos, como por su militancia en la defensa de nuestra incipiente nación.
Como es de conocimiento general, la nación dominicana ha librado una larga lucha por el respeto al prójimo, la igualdad social y los derechos humanos en general, desde Las Casas, Montesinos y las ordenanzas de la reina Isabel La Católica, hasta el punto de que esta iniciativa fue el origen de las leyes actuales sobre derechos humanos, base de los códigos napoleónicos, las rebeliones y la independencia estadounidenses, la revolución francesa, la rusa y todo lo que vino después en la evolución de la humanidad que conocemos hoy día.
Evidentemente, y como es sabido, la democracia ha tenido adversarios que, casi de manera natural, han mantenido conductas y formaciones grupales de tipo oligárquico, así como de individuos y grupos de personas pobres y desarraigadas, incluyendo forasteros, que han promovido las disidencias, especialmente cuando nuestra frágil democracia no ha sabido ni podido controlarlos, ni hacerles justicia en beneficio de los sectores y estratos de nuestra sociedad.
La democracia dominicana (cibaeña) original, la tabaquera, tuvo la cualidad de no tener una raza o etnia sometida, aunque en ella coexistieron muchas familias de distintos orígenes. Mientras que la democracia griega y otras, incluso en nuestro continente, se desarrollaron sobre la esclavitud, el predominio de clases y etnias, la del tabaco tuvo esa pureza igualitaria, nacida del trabajo en el campo y el sudor de la frente. Jamás basada en el predominio racial, militar o de cualquier otra clase.
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