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MILFORD — Marcelo Gomes da Silva estaba comiendo pollo frito con sus dos hermanos menores en el Dairy Queen local, cuando notó que una señora de mediana edad se aproximaba a su mesa.
“Te vi entrar y tenía que decir algo”, le comentó la mujer a Gomes, quien dibujó una sonrisa cálida y acogedora en su rostro, dejando ver sus frenos.
“Lamento mucho lo que te ocurrió”, dijo ella. “Dios te bendiga”.
Gomes, un ciudadano brasileño que fue detenido por agentes de ICE el 31 de mayo mientras se dirigía a un entrenamiento de voleibol de su escuela secundaria, pronto se transformó en el rostro visible de las operaciones agresivas de ICE del gobierno de Trump en Massachusetts.
El joven de 18 años expuso en entrevistas con medios locales y nacionales las condiciones que padeció durante los seis días que estuvo detenido y compartió su historia con la gobernadora Maura Healey, quien le entregó un rosario bendecido por el papa Francisco. Además, a diario, personas desconocidas, como la mujer en Dairy Queen, lo paran en la calle para expresar sus opiniones sobre la política de inmigración.
Algunos le piden una foto o le dan las gracias por denunciar las condiciones de detención. Otros le dicen que no pertenece a los Estados Unidos.
Gomes encara su nueva popularidad al tiempo que debe lidiar con la situación precaria de su familia en los Estados Unidos, el trauma que vivió como adolescente lejos de su hogar y retenido en una instalación federal, la responsabilidad de ser el hijo mayor de una familia con conocimientos limitados del inglés y los apremiantes desafíos de su último año de escuela secundaria este otoño.
The Globe invirtió un mes en documentar la vida del adolescente desde su detención en una instalación de Burlington, donde comentó que compartía celda con otros 30 inmigrantes privados de la luz solar o de la posibilidad de ducharse.
Desde su liberación, Gomes resolvió permanecer en el país y ayudar a otros inmigrantes. Sin embargo, sabe que ese futuro no está garantizado.
Pequeños errores podrían provocar que lo volvieran a detener y, eventualmente, deportarlo.
El día en que Gomes fue detenido comenzó temprano; se alistó para el entrenamiento de voleibol mientras el resto de su familia aún dormía. Luego terminó sentado en el suelo frío de hormigón de una celda de detención.
Durante su detención, la mente de Gomes se llenó de ansiedad.
Cuando cerraba los ojos, las imágenes de su familia se repetían una y otra vez. Se imaginaba qué haría si lo deportaban a Brasil, un país que le resultaba tan distante.
¿Dónde viviría? ¿Terminaría la escuela secundaria? Quizás podría trabajar en una tienda de açaí.
Hacía más de 12 años desde que sus padres lo llevaron a vivir a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades económicas. Gomes recuerda su partida de Brasil, con sus abuelos llorando en el aeropuerto mientras lo veían, a los 6 años, pasar los controles de seguridad para abordar un avión.
A un mundo de distancia, en la celda sin ventanas de la instalación de detención de Burlington, Gomes no podía escapar del hedor nauseabundo del baño que compartía con sus compañeros de celda. Pasaba sus días traduciendo documentos de inmigración para sus compañeros de celda que no hablaban inglés y comunicándoles a algunos que serían deportados. Vio a los hombres llorar.
Cuando se sentía abrumado por la impotencia, recurría a la oración y les preguntaba a los otros hombres, muchos de ellos con el doble de su edad, si querían orar con él.
De pie formando círculo, con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, los hombres se tomaban de las manos mientras Gomes pedía a Dios, en portugués y español, que los bendijera.
Dios, por favor danos fuerza. Por favor, Señor, trae calma a nuestro entorno. Por favor, déjanos volver a casa con nuestras familias.
Cada noche, esas plegarias llevaban paz a la pequeña y atestada celda. En 30 minutos, todos se quedaban dormidos.
Cuando Gomes fue liberado el 5 de junio, quería volver a casa y ducharse. A pesar de eso, primero decidió hablar con los periodistas que lo esperaban afuera de las instalaciones de Burlington.
“Nadie debería estar aquí”, dijo Gomes mientras dos congresistas, los representantes Seth Moulton y Jake Auchincloss, estaban a su lado. “La mayoría de las personas que están ahí son trabajadoras. Todos fueron capturados mientras iban a trabajar. Esta gente tiene familia”.
“¿Debería cambiarme?”, se cuestionaba Gomes frente a un espejo en la sala de estar de su hogar, mientras esperaba que lo recogieran para su primera entrevista televisiva en estudio, la semana posterior a su liberación.
Llevaba sus habituales pantalones deportivos grises y una camiseta.
“Mi abogada me dijo que debía vestirme como si fuera a la iglesia”, recordó.
“Sí, debería cambiarme”, dijo el adolescente antes de subir las escaleras hacia su dormitorio.
Antes de su arresto, Gomes perseguía el sueño americano. Un trabajo estable. Una casa con piscina. Una familia.
Era un adolescente despreocupado que siempre estaba sonriendo y bromeando con sus amigos.
Añora esos tiempos, esa inocencia.
“Quiero disfrutar mi verano y divertirme como un niño normal, pero ya no puedo ser un niño. Necesito ser un adulto”, dijo. “Es un poco irónico porque todos dicen: ‘No puedo esperar para ser adulto. Quiero crecer.’ Me arrepiento de haber dicho eso”.
Algunos amigos le comentaron: “Me encantaría estar en el centro de detención durante seis días para obtener tu fama”.
Pero Gomes jamás deseó ser famoso. Y no le desearía su detención a ninguno de ellos.
“No imaginé que todo el país conocería mi nombre”, afirmó Gomes.
Aun así, reconoce que eso le abrió puertas. Casi de la noche a la mañana, sus seguidores en Instagram aumentaron de unos 500 a más de 3,400. Muchos le enviaron sus mejores deseos o le indicaron que oraban por él después de una publicación reciente que hizo sobre su liberación que incluía una selfie con Healey en la Casa del Estado.
La gobernadora le preguntó a Gomes, quien nunca se había interesado por las campañas políticas, si consideraría hacer una carrera en política. Otros adultos de su entorno le pidieron que contemplara convertirse en abogado de inmigración. Los activistas de inmigración lo invitaron a reuniones y a unirse a su lucha.
Antes de su detención, Gomes creía que se convertiría en fontanero.
Su arresto le dio un propósito más grande. Durante su detención, les hizo una promesa a los hombres con los que compartía celda: ser la voz de los inmigrantes sin antecedentes penales detenidos por el ICE. Piensa en crear una organización sin fines de lucro para brindar servicios a estos inmigrantes y sus familias.
También procura cumplir su promesa al no declinar ninguna oportunidad de alzar la voz. Sentado en un estudio de televisión por primera vez a principios de junio, Gomes crujió sus nudillos y esbozó una sonrisa acogedora, mientras el presentador de NBC News, Tom Llamas, lo presentaba para el programa de la cadena “Top Story”.
Cuando le preguntaron si era estadounidense, Gomes respondió: “Soy mitad y mitad”.
“Definitivamente deseo convertirme en ciudadano estadounidense. Quiero quedarme en los Estados Unidos”, dijo Gomes. “Esta es mi comunidad; amo este país”.
Al día siguiente, Gomes y sus amigos se reunieron para una fiesta en la piscina. Los adolescentes jugaron al Marco Polo, a la pelea de gallinas y al voleibol en la piscina. Antes de los juegos, se detuvieron para orar mientras estaban apretados en un jacuzzi en el patio trasero.
“Te doy las gracias por estar aquí, y no dentro de una celda, Dios mío”, oró Gomes, mientras él y sus siete amigos se tomaban de las manos, con los ojos cerrados, las cabezas inclinadas y las rodillas y los hombros tocándose.
“Creo que me usaste; que me cuidaste en ese lugar, Señor, y espero que me sigas usando”, afirmó.
La fe de Gomes trasciende los muros de la iglesia y la cruz de oro que cuelga de su cuello. Es su creencia en Dios lo que le ayuda a mantener la esperanza.
Mientras crecía, los padres de Gomes le leían la Biblia todos los días. Su personaje bíblico predilecto es Job, cuya fe se pone a prueba cuando pierde a su familia, su salud y su fortuna. A pesar de la adversidad, Job conserva su fe en Dios.
“¿Cómo puedes pasar por tanto… que tu familia y tus hijos mueran, sabiendo que Dios lo permitió y aun así permanecer con Él y confiar en Él?”, dijo Gomes. “Simplemente, me muestra la fe literal y verdadera. La fe suprema del ser humano”.
Su fe se nutre en una iglesia presbiteriana, donde empezó a hacer música a los 11 años. En ese momento, una vez concluido el servicio, se escabullía al escenario y probaba suerte con la batería. Los pastores lo echaban, pero él perseveró y, con el tiempo, aprendió por su cuenta a tocar.
La iglesia es su “lugar seguro”, y toca la batería durante la ceremonia casi todos los domingos y los viernes, cuando asiste a un grupo juvenil.
Tocar la batería lo acerca a Dios. También lo hacen sus amigos que comparten su fe.
En el jacuzzi, el amigo de Gomes, Gabe Santos, oró por él.
“Rezo por todos los demás inmigrantes que están siendo detenidos en este momento, que están siendo detenidos y son inocentes. Señor, solo oro por ellos y sus familias”, dijo Santos.
“En el nombre de Jesús, oramos”.
Una semana después, Gomes se estaba cambiando en el vestuario de su gimnasio cuando un hombre se acercó.
“¿Eres el chico famoso? Escuché hablar de ti”, dijo el hombre que Gomes calcula que tendría unos 60 años. “Pareces un chico genial, pero eres ilegal. No deberías estar aquí”.
A Gomes ya lo habían llamado “ilegal” antes. A medida que crecía, otros muchachos a veces le po
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