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La isla Quisqueya es como un volcán en constante actividad, con sus estallidos esporádicos y momentos de calma aparente, pero siempre a punto de una erupción repentina.
Han pasado sesenta y cuatro años desde que los dominicanos nos liberamos de la dictadura trujillista, que también influyó fuertemente en la política y vida haitianas. En el país vecino, padecían sus propios problemas de hambrunas y dictadores que se sostenían gracias al dictador dominicano, pero con sus propios métodos represivos, donde la crueldad haitiana a veces superaba a las atrocidades dominicanas de la cárcel de la 40.
Las sociedades de ambos países han vivido aisladas, en gran medida por la barrera del idioma y la formación cultural. Sus grupos sociales más destacados, unos influenciados por la cultura europea francesa, mientras que los dominicanos se basan en la influencia española y la estadounidense. La creciente presencia dominicana en Estados Unidos le da un sello especial a la formación de las clases acomodadas occidentales, que nunca han mostrado interés en Francia, ni mucho menos en fomentar una relación amistosa con los que habitan la parte occidental de la isla.
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El auge en la década de 1950 de la explotación de la caña de azúcar para producir azúcar, que fue el principal producto de exportación dominicano durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX, estimuló la importación masiva de obreros haitianos. Estos eran fuertemente controlados por la dictadura de Trujillo y, al finalizar la zafra, eran devueltos a su país con sus pertenencias y los magros ingresos obtenidos en los campos de caña y en los ingenios, principalmente en la llanura oriental y algunos en el norte, como Montellano y Amistad.
Esa práctica de importar braceros haitianos se mantuvo hasta el fin de la dictadura. Luego, se promovió el asentamiento haitiano cerca de los bateyes, alrededor de los centrales azucareros que generaban riqueza, dando lugar a poblados que desplazaban a los bateyes. Posteriormente, la mayoría de estos se convirtieron en municipios dominicanos donde predominaban los apellidos haitianos y el creole, siendo común escucharlo por todas partes.
El auge del turismo, aprovechando las hermosas playas de la costa este, generó la necesidad de mano de obra extranjera, reemplazando la mano de obra que antes se obtenía en los ingenios. Era por la facilidad del idioma que tenían los haitianos para atender una demanda que se multiplicó con la presencia del aeropuerto de Punta Cana, un hervidero internacional de aviones repletos de turistas. Estos venían a disfrutar de las bellezas naturales del país, donde el personal de servicio es más haitiano que dominicano y ofrece sus servicios en los numerosos resorts a lo largo de la costa, desde Bayahíbe, La Romana hasta Sabana de la Mar.
No hay duda de que los dominicanos tenemos en nuestro futuro el germen de un conflicto inevitable, que podría provocar graves enfrentamientos. Debemos recordar constantemente los versos de nuestro himno nacional: “Quisqueyanos valientes, alcemos nuestro canto, con viva emoción, y de la faz al mundo ostentemos nuestro heroico invicto glorioso pendón” y “si fuere mil veces esclava, otras tantas ser libre sabrá”.
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