Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
Escribo este texto a modo de presentación. Si lo lees, quiere decir que hallé un espacio para presentarme y, quizá, para que me leas semanalmente.
¿Sobre qué escribiré? Sobre cicatrices, lo que equivale a escribir sobre la vida y lo que la circunda. Yo, como todos, vengo de heridas curadas, del atrevimiento ajeno al enfrentarse y sanar ante la vida, ante su vida, una que se recorre por el camino sanado de nuestra carne.
¿Muy metafórica? Puede ser. Es un mal de los escritores, un vicio de poetas. Intento ser ambas, aunque no me salgan del todo bien.
Les hablo de mi andar. Mujer, nacida en otro sitio, de padres que llegaron a ese sitio desde otros lugares. Traída a Santo Domingo en un verano hace 35 años. La del medio para mi madre, la más pequeña para mi padre. Hermana de un hermano que me enseñó a ver formas en las nubes, a hacer volar chichiguas con las hojas del cuaderno de matemáticas y a temerle al bullicio silencioso. Madre de un hijo que viene de todos los sitios donde he estado y me guía a esos espacios desconocidos donde soy todas y ninguna.
Después está el mundo, ustedes, nosotros. Y como todos, o sea, el mundo de ustedes y nosotros, elijo vivir, y en mi caso, vivir y escribir (por eso terminé siendo periodista, tal vez).
Hasta aquí mi presentación, por ahora. Mientras tanto, tengo cita con el médico el jueves. Hace un mes me están tratando una herida en mi pie derecho, que pasó de cuatro puntos de sutura, cosidos por un residente médico en medio de una tertulia con colegas tras casi cuatro horas de espera en la emergencia de un hospital, a una infección que me tuvo dos semanas en cama.
Supongo que de ese pie parte este texto. Eso de pensar la vida como heridas que se curan, y la presentación de esa vida como el tránsito por la cicatriz tras la sanación.
Prometo no dar muchas vueltas sobre las cicatrices para la próxima.
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