Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) y las altas capacidades intelectuales, cuando no se detectan correctamente, comparten un enemigo silencioso: el infradiagnóstico.
Si estos niños llegan a la adolescencia sin una atención adecuada, el precio a pagar puede ser muy elevado: ansiedad, depresión y adicciones a sustancias como marihuana, alcohol u otros estimulantes.
La Sociedad Española de Patología Dual (SEPD) alerta de que entre el 7 % y el 10 % de la población tiene altas capacidades, pero en España solo el 0,5 % recibe un diagnóstico oficial, según estudios epidemiológicos internacionales. Esa brecha acarrea consecuencias directas en el rendimiento escolar y en la salud mental de los menores.
El costo de no identificar las altas capacidades o los trastornos del neurodesarrollo, entre ellos TDAH, trastorno del espectro autista, dislexia o discalculia, es doble. Primero, porque no se implementan las adaptaciones curriculares que permitirían a estos estudiantes desarrollar su potencial. Y segundo, porque la falta de éxito académico y la incomprensión social socavan su autoestima.
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“Hay muchas personas con altas capacidades que también presentan TDAH, autismo o dificultades de aprendizaje. Tienen un coeficiente intelectual muy alto, pero sufren serias dificultades en el aula”, explica Miquel Casas, catedrático honorario de Psiquiatría y director del programa SJD MIND Escoles del Hospital Sant Joan de Déu Barcelona, además de miembro del comité ejecutivo de la SEPD.
Casas advierte que aproximadamente un 20 % de niños y niñas padece uno o varios trastornos del neurodesarrollo o del aprendizaje, pero muchos siguen invisibles a ojos de familias y docentes.
Esa invisibilidad con frecuencia se traduce en lo que el psiquiatra define como “maltrato amoroso”: reproches constantes de padres, maestros o compañeros que afirman que el menor es “vago”, “desobediente” o “despistado”. Durante años escuchan que “no atienden” o “no dan todo lo que pueden” sin comprender la raíz neurológica de su comportamiento.
Según Casas, hasta los nueve años estos niños suelen esforzarse por encajar. Sin embargo, a partir de los diez o doce, cuando perciben que la etiqueta de “problemático” no se borra, se rinden y el malestar emocional se dispara en forma de ansiedad y depresión.
Cuando la pubertad llega con su carga de cambios hormonales y presión social, muchos encuentran en la marihuana y el alcohol un refugio. “Viven su vida como un maltrato; la marihuana actúa de forma antidepresiva y el alcohol como ansiolítico, así que acaban enganchados”, detalla Casas. El fenómeno recibe el nombre de patología dual: a un trastorno mental (ansiedad o depresión) se suma el trastorno por uso de sustancias.
En el caso específico del TDAH sin diagnosticar, la combinación se agrava: la impulsividad y la búsqueda de estímulos pueden llevar al consumo de drogas estimulantes, cocaína o anfetaminas, no por vicio, sino como intento de regular su concentración.
La SEPD subraya que la falta de diagnóstico desencadena una serie de problemas:
“No hablamos solo de inteligencia; hablamos de adaptación social”, insiste Casas. Cita ejemplos de éxito como Bill Gates o Elon Musk — personas con altas capacidades y diagnósticos de neurodesarrollo conocidos — , pero recuerda que son la excepción. “Para la mayoría, el camino es radicalmente diferente si no se detecta a tiempo: relaciones rotas, problemas legales y sufrimiento personal”.
Especialistas y asociaciones reclaman:
“El diagnóstico temprano no solo mejora el rendimiento escolar; salva vidas y evita la cronificación de la patología dual”, concluye Casas. En este 13 de julio, Día Internacional del TDAH, la SEPD reitera que detectar a tiempo las altas capacidades y los trastornos del neurodesarrollo es la mejor estrategia para romper el ciclo que lleva del aula al consumo de sustancias y, en demasiados casos, al banquillo de los acusados.