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La labor infructuosa: esfuerzo sin provecho

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El mercado laboral es crucial, ya que define en gran medida la distribución de ingresos entre los grupos sociales.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

El mercado laboral es crucial, ya que define en gran medida la distribución de ingresos entre los grupos sociales. Esto hace inevitable la intervención gubernamental, buscando resultados que la simple interacción entre oferta y demanda no lograría. Una forma tradicional de intervención en nuestra economía es el establecimiento de salarios mínimos, con la intención de beneficiar a los trabajadores con menores ingresos y generar un efecto dominó en el resto de las remuneraciones. Este instrumento ha cobrado especial atención en la presente administración, como lo demuestra la participación del presidente Abinader en las negociaciones entre sindicatos y gremios empresariales.

Algunos resultados son alentadores: en el último trienio, el ingreso laboral promedio experimentó una recuperación, tras la reducción observada en los primeros años pospandemia. Asimismo, la tasa de desempleo abierto se encuentra en niveles bajos en comparación con su nivel histórico. Esa combinación virtuosa justifica que las declaraciones recientes del presidente — en el marco de un reconocimiento otorgado por líderes sindicales — transmitan un sentimiento de satisfacción.

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Sin desestimar esas buenas noticias, un análisis más minucioso revela un aspecto menos favorable: la economía dominicana muestra signos de un declive estructural en su productividad laboral. Entre 2004 y 2008, la productividad creció a un ritmo superior al 5?% anual; tras un breve debilitamiento, entre 2012 y 2019 creció alrededor del 3.5?%; entre 2021 y 2024, sin embargo, su crecimiento anual fue de apenas 0.1?%. En resumen, la población dominicana está trabajando más, pero no logra que cada hora de trabajo genere mayor producción. Si esa anemia persiste, la producción por trabajador no solo dejará de crecer, sino que podría incluso disminuir en el futuro cercano.

Las implicaciones son preocupantes. Por un lado, la economía ha pasado de un problema a otro: tras una etapa de productividad creciente sin mejoras salariales — que era motivo de preocupación hasta hace poco — , pasamos a un período de aumentos salariales, tal vez impulsados por decisiones regulatorias, pero sin el respaldo de mejoras en la productividad. Si lo primero generaba frustraciones sociales, lo segundo conduce a una pérdida de competitividad y, eventualmente, hará insostenible la mejora en el poder adquisitivo derivada de los aumentos salariales. Además, nos aproximamos a un estado estacionario donde el producto per cápita solo podrá crecer si cada persona trabaja más horas. Si fuera así, el crecimiento del PIB se convertiría en un espejismo que no generaría bienestar, porque se alcanzaría con mayor sacrificio — como quien incrementa su ingreso, pero a costa de renunciar al descanso de los fines de semana.

¿Por qué, en una era de avances tecnológicos, un trabajador dominicano produjo en 2024 lo mismo que hace tres años? Desde el punto de vista contable, la razón es sencilla. La productividad laboral es el cociente entre el Producto Interno Bruto y el total de horas trabajadas, determinado por el número de personas empleadas y las horas promedio que cada una dedica al trabajo. En los últimos tres años, el PIB creció a un ritmo menor al tendencial. En cambio, la cantidad de horas trabajadas aumentó con rapidez, debido a una mayor tasa de participación laboral — es decir, el porcentaje de la población en edad de trabajar que se incorpora a la actividad productiva — , especialmente entre las mujeres. Por supuesto, la solución no es reducir el denominador, sino aumentar el numerador.

Más allá de la contabilidad, el problema seguramente tiene raíces estructurales profundas. Una de ellas podría ser la disminución paulatina en la calidad marginal del empleo: los nuevos segmentos que se están incorporando al mercado podrían haber tenido trayectorias educativas y laborales más limitadas, lo que condiciona su productividad inicial. Una segunda causa está asociada a la persistente reducción de la inversión pública, que limita el capital disponible para complementar la inversión privada. Y una tercera se vincula a fallas en los servicios complementarios — como el transporte o el suministro eléctrico — que dificultan el aprovechamiento pleno de las horas de trabajo. Cada hora atrapada en un embotellamiento es, al fin y al cabo, una hora estéril.

Este panorama no es irreversible, pero su reversión requiere transformaciones que todos conocemos, aunque son desafiantes: reforma del sistema educativo y de formación laboral, reestructuración del gasto público y mejoras institucionales que favorezcan un entorno más propicio para el trabajo productivo. Ojalá que los planes del gobierno en esos ámbitos se traduzcan en resultados tangibles. La meta debe ser un crecimiento que genere mejores salarios y que se sustente en mayor productividad, sin caer en la ilusión de conseguir uno sin el otro. (GRUPO DE CONSULTORÍA PARETO E INTEC).

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