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Dado que no se emitió información previa para no alertar a una sociedad que reaccionó con sensibilidad y fuerza para preservar la integridad territorial del Jardín Botánico –lo cual se consiguió–, una silenciosa agresión a hacha y sierra en el Centro Olímpico se añadió a un historial de devastaciones toleradas y/o apoyadas por las propias y ocasionales jefaturas del Estado casi desde que aquel espacio urbano fuera reservado para expresiones vivas de la naturaleza. Pocas veces las autoridades de turno se han abstenido de la destructiva inclinación casi enfermiza de arrasar el suelo allí con varillas y cemento en gradual intensidad, sumándose a una inicial y equilibrada presencia de instalaciones deportivas con sentido y congruencia con los objetivos de su creación. Con este último corte masivo para dar triste lugar a más estructuras que suplanta el verdor –que se anuncia para suprimir hasta 900 árboles–, sobre el medio ambiente dominicano se acentúa la desaparición de áreas verdes en una ciudad superpoblada, que alberga un número cada vez mayor de focos contaminantes por la rapidez de su crecimiento bajo escasos controles medioambientales, ya que las autoridades del sector son siempre las últimas en percatarse de los estragos al bien común que causan particulares e incluso entes oficiales, en usufructo de una calamitosa autonomía.
Ningún compromiso internacional ni sometimiento a imperativos deportivos puede estar por encima de esta urgencia nacional de contrarrestar la creciente pérdida del oxígeno que respiran más de tres millones de habitantes, un objetivo que solo sería posible si se respetan a toda costa, como inviolables e irrenunciables, los lugares donde ha crecido el poder reciclador del aire de la madre naturaleza, que en el caso específico del parque olímpico ha sido ahuyentado brutalmente por edificios para oficinas públicas, estaciones de metro, un cuartel policial y un desmedido uso de sus superficies sin construcciones para el estacionamiento masivo de vehículos de quienes operan o visitan entidades de la periferia. El mango bajito que todos quieren aprovechar.
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