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El año escolar anterior, Marianela no encontró un pupitre en la Escuela Fray Ramón Pané para su hija de 6 años y quedó fuera de las aulas, ya que no pudo pagar un colegio. El panorama es que este año será similar, porque le comunicaron que ahora tampoco hay espacio y la pequeña, que ya cumplió siete, seguirá sin tener acceso a la educación.
Padres visitan el centro educativo del sector capitalino Jardines del Norte para inscribir a sus hijos en el ciclo lectivo que inicia en agosto, pero se marchan desanimados, desmoralizados.
No comprenden por qué después de un lustro de lucha para que el Gobierno finalizara el edificio, tras la demolición del antiguo para hacer uno más grande, aún continúa con aulas alquiladas a centros privados y aun así no hay cupo. Una paradoja.
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“Los barrios que se beneficiarían tuvieron que salir a las calles a reclamar para que por fin lo entregaran y mira ahora, mi hija nunca ha ido a recibir clases y así hay muchos, qué sentido tuvo la inauguración, ¿dónde aprenderán los muchachos?”, lamenta Marianela.
Las dolorosas historias están allí, a granel, junto al desamparo estatal.
En el ciclo 2024-2025, Carmen Recio no consiguió lugar para su hija y con gran sacrificio la inscribió en un colegio. Pero ahora debe sacarla, porque su esposo falleció y su trabajo de “empleada doméstica” no le alcanza para comer y pagar el alquiler de la precaria vivienda que comparte con sus dos hijos.
Así que corre el riesgo de que la niña quede fuera del sistema educativo, porque cifró sus esperanzas en el centro público que “está repleto”.
Inaugurado incompleto, pero con bombos y platillos, más grande, ya que el anterior no soportaba otra planta, esta escuela ha pasado a ser un sin sentido, que no responde a la demanda de la comunidad escolar compuesta por los sectores Jardines del Norte, Los Ríos, Los Próceres y la Yagüita.
Los padres respiraron aliviados cuando la construcción fue reactivada, tras múltiples inconvenientes que involucraban a los contratistas y a las autoridades, unos acusaban al Estado de no pagar y los otros imputaban negligencia a esos constructores, y así pasaron cinco años de perjuicio para el alumnado.
A estas alturas, la entrega de la infraestructura no ha representado la inclusión prometida por el presidente Luis Abinader y su frase de combate al analfabetismo “Que nadie quede fuera” no alcanza a los que quedaron sin un cupo en “La Fray”.
“Cuando la obra estaba a medio hacer e incluso paralizada y después ponían un bloque hoy y otro en una semana, caminábamos hasta cuatro kilómetros a los colegios en los que les daban clases por la tarde, bajo ese sol, porque no teníamos para motoconcho y ahora que lo abren no hay lugar”. María López hacía ese trayecto cuatro veces al día con su hijo de ocho años en la peligrosa avenida Los Próceres.
Lo llevaba, regresaba a su hogar y volvía a buscarlo. Eso aún hacen otros padres que no encontraron puesto en la “sede central”, porque los cursos aún están dispersos.
“Todavía sigue sin aulas suficientes, al punto de que debe alquilar. Ahora es como una universidad, con centros fuera de la principal, inauguraron sin estar terminado y ahora miren”, interviene Luis Sánchez, padre de tres alumnos.
Ante la situación, que excluye a cientos de estudiantes, el clamor es el mismo de antes de abrir la escuela y las familias de bajos recursos preguntan: ¿Hasta cuándo?
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