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Niñez dichosa

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Pero, dejando de lado estos apuntes, es preciso aplaudir de pie este conjunto de cuentos de Armando Almánzar Rodríguez.

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Sin embargo, incluso con la inmersión notable del lenguaje cinematográfico en sus relatos, Almánzar logra la excelencia en los cuentos “Negro a oscuras”, “Infancia Feliz” y “Pompa”; este último con una clara evocación al premiado mediometraje francés, “El balón rojo” (Le ballon rouge, de Albert Lamorisse, 1956, ganador del Óscar al mejor guion original y la Palma de Oro al mejor cortometraje en Cannes, ese año).

Lo ideológico en los cuentos reunidos en “Infancia Feliz” desmonta ciertos niveles contradictorios del entramado social dominicano, lo que evade los enfrentamientos en algunos relatos, como en “Recuerdos, memoria de lo nunca sido”, donde el personaje principal, Damián, es víctima de lo casual; así como también en “Eusebio y la buena vida”, donde la historia se transforma en algo inesperado.

De la misma manera ocurre en “Para eso son los amigos”, donde la venganza se ampara en una relación dialéctica; y en “Trece es mala suerte”, con un lumpen proletario que adquiere conocimiento a través de la muerte. Este proceso de aprendizaje y la prioridad de la venganza como pretexto sexual, Almánzar los convierte en objeto argumental en “Negro a oscuras”, y esta complejidad presuponía la condición ideal para que Almánzar construyera un discurso que abordara lo histórico, lo que acercaría su literatura -aunque sin un bagaje poético-, a la de Máximo Gorki, donde la narración se nutre de lirismo.

Los cuentos que componen “Infancia Feliz” suman diecisiete, la mayoría influenciados por recursos del lenguaje cinematográfico. Esta perforación, que asume altos niveles de similitud con el guion o boceto, no sólo contamina los elementos del proceso narrativo, sino también lo argumental, por lo que sería bueno señalar que el cine es el principal agresor y emisor de nuestra cultura, modelando a través del reflejo -tal como sucede en un espejo- los comportamientos sociales.

Por eso, el cine ha permeado, no solo la estructura narrativa de Almánzar, sino la de muchos escritores del país, al ejercer profundos cambios en las fragmentaciones y perspectivas textuales, lo que atenta contra -si no se conoce a fondo la magnitud de este lenguaje- ciertas nociones que conciernen a la intertextualidad que conforma el cine con la literatura.

Este desconocimiento puede provocar que ocurran pastiches, mezclas inconexas de actitudes sociales en el texto literario, como sucede en el vodka rociado a Marilyn, en “Una noche escurridiza”, del cuento “Un juego para matar el tiempo”.

Aunque adoleciendo en sus textos de la función poética que debe propiciar lo metalingüístico y paradójico -un defecto que promueve su clara dependencia de la referencialidad cinematográfica-, la narrativa de Armando Almánzar alcanza claras señales de maestría.

Sobre todo, en aquellos relatos donde lo argumental se fusiona a lo emotivo. De ahí, a que con pequeñas dosis de un lenguaje poético que incluya una metáfora expandida con la ayuda de la metonimia, muchas de las narraciones de “Infancia feliz” hubiesen rozado la perfección. Pero, dejando de lado estos apuntes, es preciso aplaudir de pie este conjunto de cuentos de Armando Almánzar Rodríguez.

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