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El Código Penal de la República Dominicana data de 1884, inspirado en el modelo francés de 1810. Tras más de un siglo, seguimos guiándonos por una ley concebida para una sociedad que ya no existe.
Un marco legal obsoleto que ignora las nuevas realidades sociales y sigue sin responder a las violencias actuales. Hoy, una comisión en el Congreso evalúa posibles cambios. ¿Pero qué tanto se puede modernizar una estructura si aún se duda en llamar las cosas por su nombre?
Las cifras no mienten. El sistema, sí.
Según una publicación en el periódico Diario Libre, entre 2015 y septiembre de 2020, las Unidades de Atención a Víctimas de la Procuraduría General de la República recibieron 10,660 denuncias por seducción de menores.
En 2024 se reportaron 7,206 denuncias por violencia de género e intrafamiliar, de las cuales 1,430 fueron por violación sexual, 538 por incesto y 2,177 por seducción de menores.
Estas cifras apenas rozan la superficie. Se estima que entre el 63 % y el 87 % de los casos no se denuncian, y en el caso del incesto, el subregistro puede alcanzar entre el 70 % y el 90 %.
¿Sistemas de consecuencias? Prácticamente no existen.
El proceso judicial es lento, revictimizante y muchas veces termina en impunidad. Un agresor puede caminar libremente mientras la víctima arrastra las secuelas para toda la vida. Si el nuevo Código Penal no reconoce esta realidad con contundencia, ¿de qué sirven las reformas?
¿Treinta años es mucho? ¡Pregúntale a una víctima!
Dorina Rodríguez, diputada del PRM y miembro de la comisión que analiza el Código Penal, ha declarado que hay legisladores que consideran “demasiado” una condena de 30 años por violación. ¿Demasiado? A mí me parece poco cuando se compara con la cadena perpetua emocional que enfrenta una víctima.
Un testimonio anónimo que escuché en un programa radial, lo dejó claro:
“Me violaron cuando tenía 8. Cuando tenía 15 me dijeron que debía contar cada detalle. A los 25, aún sentía que el juicio era mío. Hoy tengo 38 y todavía estoy en terapia. No se supera. Solo se aprende a vivir con eso.”
La violación no siempre es penetración.
Reducir el delito de violación a la penetración es ignorar otras formas de agresión igualmente devastadoras: la manipulación, el control, la coerción, el abuso psicológico. Un Código moderno debe reconocer todas las formas de violencia sexual. Dejarlo ambiguo es ser cómplice.
Las secuelas son integrales y permanentes.
El Dr. Manuel A. Castillo Rodríguez, ginecólogo, terapeuta sexual y de pareja, especialista en rehabilitación del piso pélvico y autor del libro Cicatrices Invisibles, afirma:
“Cuando un niño es agredido sexualmente, el trauma queda en el inconsciente. Este daño afecta su desarrollo emocional, su conducta, su salud mental, su capacidad de vincularse, e incluso su sistema inmunológico.”
El daño no desaparece. Cambia de forma, pero nunca se va.
Educación sexual, urgente e imprescindible.
Y mientras discutimos penas, seguimos evadiendo lo esencial: la prevención. Se hace urgente incluir una asignatura formal de Educación Sexual Integral en las aulas. Contrario a lo que muchos creen, no es para enseñar prácticas sexuales; más bien, para enseñar a los niños a conocer su cuerpo, identificar límites, protegerse y hablar.
En Argentina, tras la implementación de la misma, se registró un incremento de denuncias de abuso porque los niños pudieron reconocer lo que les ocurría y pedir ayuda. En Colombia, programas escolares han reducido embarazos no deseados y mejorado la salud sexual de los adolescentes. En Perú, el Programa Nacional de Educación Sexual ha sido clave en la prevención de violencia y embarazo precoz.
¡La educación salva! ¡El silencio mata!
Un Código que proteja de verdad.
No podemos permitir que la revisión del Código Penal sea cosmética. No se trata solo de cambiar palabras. Se trata de cambiar actitudes, de actualizar conceptos, de proteger a los más vulnerables y de entender que la justicia no puede ser tibia con los agresores y cruel con las víctimas.
Y si eso es “mucho” para algunos legisladores, entonces están en el lugar equivocado.
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