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Miami. — La tarde del 13 de julio de 2024 quedó grabada en la memoria colectiva estadounidense. A las 18:11, hora local, en Butler, Pensilvania, durante un mitin al aire libre, Donald Trump fue alcanzado por una bala que rozó su oreja derecha. El atacante, Thomas Matthew Crooks, de 20 años, había subido a un tejado cercano, armado con un rifle semiautomático estilo AR-15. Cuando estuvo listo, disparó ocho veces. Una de las balas hirió al entonces candidato republicano a la presidencia; otra de esas balas mató al bombero voluntario Corey Comperatore y otras dos personas resultaron gravemente heridas. Ocho segundos después, el atacante recibió un disparo que inutilizó su arma y cuatro segundos después, un francotirador del Servicio Secreto lo abatió. El atentado dio paso a una narrativa política, espiritual y simbólica inmediata, “aunque desde hace meses ya no está necesariamente en el imaginario social con la fuerza que hace un año”, comenta el politólogo Pablo Salas a EL UNIVERSAL. Nueve segundos después de los disparos, Trump, con rastros de sangre en su rostro, alzó el puño de su brazo derecho y comenzó a gritar: “¡Fight! ¡Fight! ¡Fight!”, ante una multitud que, entre el pánico y el fervor, no le quitaban la vista de encima. Esa imagen se convirtió en el emblema de su campaña. Trump declaró: “Me salvé por centímetros, si no hubiera girado la cabeza en ese momento para ver una gráfica, la bala me habría dado directo en la frente”.
En su discurso inaugural del 20 de enero, ya como presidente reelecto, dijo: “Dios me salvó para hacer a América grande de nuevo”. Y en el Desayuno Nacional de Oración remató: “Sentí que no estaba solo; lo que ocurrió en Butler me cambió para siempre”. El mensaje fue recogido de inmediato por pastores evangélicos en todo el país. Jack Hibbs, desde California, dijo que “Dios no ha terminado con Donald Trump”.
Albert Mohler, presidente del Southern Baptist Theological Seminary, escribió que Trump había sido protegido por la providencia. Jentezen Franklin, en una jornada de oración organizada por el America First Policy Institute, dijo, “gracias, Señor, porque estuviste ahí cuando las balas volaban”. En Texas, Robert Jeffress fue más lejos: “Fue una intervención divina, no tengo dudas”.
El Servicio Secreto entró en crisis. La estructura desde donde disparó Crooks no había sido asegurada. Las comunicaciones entre las agencias federales y locales estaban fragmentadas. No hubo vigilancia aérea. El entonces director interino del Servicio Secreto, Ronald Rowe Jr., admitió que “fallamos en varios niveles”. Un panel independiente, convocado por el Departamento de Seguridad Nacional (DHS), fue contundente: “Otro Butler puede y va a ocurrir si no se reforma todo el sistema de seguridad [presidencial]”.
Trump nombró como nuevo director del Servicio Secreto de EU a Sean Curran, el agente que corrió al escenario segundos después del disparo y se mantuvo junto a Trump. “Demostró su valor intrépido cuando arriesgó su propia vida para ayudar a salvar la mía de la bala de un asesino”, declaró Trump.
Curran, en su primera entrevista, explicó: “Me moví sin pensarlo, sentí que tenía que estar con él. No podía dejarlo solo”.
El nombramiento de Curran marcó el inicio de una reestructuración profunda. Se contrató a mil nuevos agentes. Se implementaron drones UAS, sistemas contra drones hostiles, francotiradores tácticos, radares antiaéreos, blindaje balístico en escenarios al aire libre y escudos móviles. Se creó el cargo de Chief Wellness Officer para atender la salud mental de los agentes. Seis agentes del Servicio Secreto fueron suspendidos por su desempeño durante el ataque.
En junio, el FBI detuvo a Peter Stinson, exoficial de la Guardia Costera estadounidense, quien había publicado mensajes como: “Cuando muera, la fiesta será enorme”.
En su casa se hallaron armas, mapas de rutas presidenciales y notas manuscritas. También se encontraron mensajes cifrados que hablaban de “terminar el trabajo que Crooks no logró”.
Este año, altos clérigos iraníes emitieron fatwas pidiendo la crucifixión de Trump, en respuesta a los bombardeos ordenados por su gobierno contra instalaciones nucleares en Isfahan, Fordow y Natanz.
El Departamento de Estado calificó las declaraciones como “incitaciones al terrorismo”.
Además, el DHS emitió una alerta que advertía que “la figura presidencial sigue siendo blanco prioritario para actores hostiles nacionales y extranjeros”.
Tras el atentado, la aprobación de Trump en la Unión Americana subió a 40%, su nivel más alto en cuatro años y un sondeo del medio The New York Post mostró que 54% de los consultados creían que Trump promovía la unidad entre los estadounidenses. El Instituto Elcano reportó que el entusiasmo entre los votantes republicanos pasó de 70% a 85%. Sin embargo, ese repunte fue breve; en marzo pasado la aprobación cayó a 44% y la desaprobación subió a 51%. Para este mes de julio, la tendencia se mantenía en los mismos números.
“Es una muestra clara de lo poco que duró su imagen como el elegido de Dios”, señala Salas; “es curioso porque parecía que le iba a dar más vida como el ungido; hasta que se incrementaron las redadas y los disturbios afectando incluso a muchos votantes que lo eligieron”.
Para conmemorar el primer aniversario del atentado, en los primeros días de julio se estrenó el documental titulado En la Mira, producido por KDKA, el cual recuerda los detalles del evento para consolidar la narrativa de un presidente predestinado. Los realizadores reunieron testimonios de testigos, agentes y periodistas. El documental cierra con una idea de Trump que resume el resultado de su atentado. “Intentaron matarme, pero fracasaron; ahora lidero no sólo porque el pueblo me eligió, sino porque Dios me protegió. Tengo un doble mandato: el del pueblo y el de la providencia”.
Lo que había comenzado como un mandato bañado en simbolismo mesiánico se fue desdibujando con los meses y “se convirtió rápidamente en una administración marcada por la brutalidad ejecutiva. Y aunque Trump sigue sintiéndose como un elegido, sin duda necesitaba una narrativa de fuerza y encontró en sus promesas contra los inmigrantes el blanco perfecto”, subraya el politólogo.
A partir de febrero, las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) se multiplicaron. El presupuesto para la agencia fue incrementado a niveles sin precedentes, con más de 150 mil millones de dólares destinados no sólo a contrataciones, sino también a infraestructura carcelaria, blindaje táctico, drones y vigilancia masiva.
Varios analistas coinciden en que la represión migratoria es una estrategia deliberada para recuperar su capital político. El académico Ernesto Castañeda declara que “si el deseo MAGA se hace realidad, no va a hacer Estados Unidos grande de nuevo, va a ser la América más débil de la historia”. Desde el American Enterprise Institute, el economista Michael R. Strain advierte que estas políticas pueden costarle al país más de 100 mil millones de dólares en pérdidas de crecimiento económico sólo en este año. Y aunque entre votantes republicanos el entusiasmo aún supera 80%, el rechazo entre independientes y demócratas se ha consolidado. El Pew Research Center reveló que 81% de los demócratas desaprueban el enfoque migratorio de Trump, mientras que sólo un 42% de los estadounidenses en general lo respalda.
Frente a la pérdida de la imagen épica de Butler, el gobierno ha intentado revivir la narrativa religiosa. En Sioux Falls, una iglesia erigió un altar cívico en honor a Trump con motivo del primer aniversario, con una réplica de su figura con el puño en alto y la oreja herida. En Texas, el pastor Robert Jeffress volvió a llamarlo “el ungido”, comparándolo con Ciro, el rey pagano elegido por Dios en el Antiguo Testamento. Pero ese tipo de expresiones, aunque virales en Truth Social, tienen cada vez menos eco más allá de su base fiel. La imagen mesiánica ha cedido paso a una figura más dura, más aislada, más temida que admirada.
El culto que surgió tras el atentado, con hashtags como SalvadoPorDios y videos de oración en Tik- Tok, ya no moviliza a la nación. Hoy, lo que moviliza son las patrullas, los retenes, los drones, los agentes sin nombre, las órdenes ejecutivas firmadas al amanecer. En los vecindarios latinos, la consigna ya no es sólo rezar, sino en especial esconderse. El miedo no se ha ido; ha cambiado de forma. Para muchos, la verdadera amenaza ya no es un francotirador desde un tejado, sino desde la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Un año después de que una bala rozara la oreja de Trump, queda en pie un relato místico desquebrajado. Lo que hoy irrumpe es el ruido de las botas, el vuelo de los helicópteros, el silencio de las cortes que procesan a miles de inmigrantes sin audiencia pública. Queda un presidente que creyó haber vencido a la muerte, pero que enfrenta una desaprobación creciente.
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