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Las consecuencias del acoso escolar pueden ser persistentes. Hay casos de alumnos que no hablan en el colegio, pero en su hogar sí. La intervención temprana puede cambiar el rumbo de estas historias.
Sí, el recreo, ese espacio de libertad y juegos infantiles, a veces esconde una realidad sombría y dolorosa: el acoso escolar, mejor conocido como bullying.
Este fenómeno, que afecta a miles de niños y adolescentes en todo el mundo, incluida la República Dominicana, se manifiesta de diversas formas, dejando cicatrices profundas en sus víctimas. Es una problemática que demanda la atención de toda la sociedad: padres, educadores, autoridades y la comunidad en general.
Según Santa Heredia C., psicóloga educativa, el bullying se refiere al “acoso que se le hace a una persona de manera directa o indirecta y que es recurrente”.
Por su parte, Isabel Alcántara, fundadora y directora del Colegio Happy Learning School, amplía la definición al describirlo como “el acto de maltrato de uno o varios estudiantes a otro en las diferentes modalidades (social, sexual, física, verbal, psicológica o cibernético) de manera repetida”.
Esta recurrencia y la intencionalidad de causar daño son elementos clave para diferenciar el acoso escolar de un conflicto ocasional o una riña puntual. Como señala el psicólogo y autor Dan Olweus en su obra seminal Bullying at School: What We Know and What We Can Do (Acoso en la escuela: qué sabemos y qué podemos hacer), el bullying implica un desequilibrio de poder, donde el agresor ejerce control sobre la víctima de forma sistemática.
En el contexto dominicano, la Ley General de Educación 66-97 -aunque no lo nombra directamente- promueve un ambiente de respeto y convivencia pacífica en los centros educativos, sentando las bases para abordar este tipo de comportamientos.
Más recientemente, el Ministerio de Educación (Minerd) ha implementado programas preventivos y protocolos de respuesta, un paso vital, aunque como señala Alcántara, “carece de entrenamiento y seguimiento”.
Identificar el acoso escolar a tiempo es crucial para intervenir y proteger a las víctimas. Tanto la psicóloga Heredia como la educadora Alcántara coinciden en las señales que pueden alertar a padres y maestros.
Rechazo a ir a la escuela: Santa destaca que “uno de los primeros signos de alerta es que un niño o adolescente no quiere ir a la escuela, se rehúsa, se aísla, se inventa enfermedad”.
Cambios en el comportamiento: Isabel menciona que las víctimas tienden a llorar con facilidad, hay menos participación y disminuye el rendimiento en el aprendizaje.
Otros síntomas pueden ser malestares físicos como dolores de cabeza o estómago, dificultad para conciliar el sueño o, por el contrario, exceso de sueño, y una pérdida de interés en actividades que antes disfrutaba.
Aislamiento y miedo: Los niños y adolescentes afectados se alejan y se resisten a convivir con compañeros debido a amenazas o insultos, lo que puede provocar incluso la paralización de la víctima.
Comportamiento: Describen al acosador como alguien con un “comportamiento controlador, poco empático/a, siempre está involucrado en conflictos, se irrita con facilidad”.
Liderazgo negativo y manipulación: A veces se da el caso en estudiantes que ejercen un liderazgo negativo, sometiendo a su voluntad a otros, en ocasiones con amenazas de que “no va a ser su amigo o parte del grupo”.
También pueden ridiculizar, pegar, quitar objetos o meriendas e incitar a los demás compañeros al maltrato de la víctima. Es importante señalar que el perfil del acosador no es único, y en ocasiones, se manifiesta en estudiantes discretos que hostigan o excluyen sin que el docente lo note.
La psicóloga Heredia recomienda que la víctima se acerque a “sus profesores o a algún adulto del plantel, a través de algún compañero, también a través de sus padres o incluso buscar ayuda en compañeros más grandes”.
Para la educadora Alcántara, es fundamental ofrecer esos canales de comunicación, para que el estudiante exprese cualquier situación incómoda que esté pasando.
El rol de los compañeros: “Muchos estudiantes se apoyan entre ellos”, dice Heredia, “y siempre hay uno que termina diciéndole a su mamá o papá”. Sin embargo, también reconoce que existe el miedo a represalias: “otros dicen ‘no’ porque si se da cuenta nos irá peor”.
Ante esto, Alcántara subraya la necesidad de “educar en cuanto a la denuncia” como punto de partida importante, tanto del que lo sufre, como del que observa el hecho.
La prevención y el abordaje efectivo del bullying requieren un trabajo conjunto de padres, maestros y la comunidad educativa.
Para los padres aconsejan que asistan al centro educativo para notificar la situación y a través de la Unidad de Orientación y Psicología al junto de los profesores, ya que por esta vía se trabaja la problemática de manera individual y general, como modo de prevención. También llaman a estar atentos a los cambios de comportamientos de los hijos.
Educación y sensibilización: Educar en cuanto al tema y sus consecuencias.
Mecanismos de denuncia anónimos: Contar con buzones anónimos de denuncias y que se les dé un verdadero seguimiento.
Cultura de paz y valores: Promover una cultura de paz. Una educación integral con valores cristianos desde la biblia, que promueva el amor, la empatía y el respeto.
Capacitación docente: Formar a los docentes y familias que son los más cercanos a los estudiantes para colaborar en la prevención.
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