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Desde Italia, Rita Cerciello se ha distinguido como una de las voces más sensibles e ingeniosas en el ámbito de la curaduría artística. Su trabajo se ha centrado especialmente en crear lazos entre las expresiones populares y el arte contemporáneo, con una visión crítica y poética que se distancia de las lógicas del exotismo y el mercado.
Su colaboración con el escultor dominicano Juan Trinidad ha dado lugar a una serie de exposiciones internacionales en las que la curadora apuesta por una narrativa expositiva que no explica, sino que sugiere; no traduce, sino que escucha.
Qué Pasa! conversó con ella sobre su visión del arte popular, los retos curatoriales a nivel internacional y la fuerza simbólica de una obra que, según ella, “no solo representa, sino que interroga”.
Desde su experiencia como curadora, ¿cómo definiría la esencia de una buena curaduría en el contexto del arte popular y artesanal?
Una buena curaduría en este contexto debe ser profundamente ética y sensible. No se trata de “elevar” lo popular o artesanal a un supuesto nivel superior, sino de comprender su riqueza intrínseca. La curaduría debe ser un puente entre las raíces del artista y la percepción contemporánea, manteniendo la voz original de la obra sin distorsionarla. El arte popular no necesita traducción, sino acompañamiento poético y crítico.
En un mundo cada vez más globalizado, ¿cómo equilibra la autenticidad cultural con las exigencias del mercado internacional del arte?
El equilibrio reside en el respeto. Como curadora, me esfuerzo por preservar la autenticidad de la obra, contextualizándola para el público internacional sin alterar su esencia. En el caso de Juan Trinidad, por ejemplo, no se adapta al mercado: se impone por su fuerza simbólica y espiritual. Mi papel es hacer visible esa profundidad y evitar lecturas superficiales o folklorizantes.
¿Qué fue lo que más le cautivó del trabajo artístico de Juan Trinidad cuando lo conoció por primera vez?
Me atrajo su capacidad de dialogar desde lo ancestral con un lenguaje contemporáneo. Sus esculturas no piden ser explicadas, sino escuchadas. Son presencias vivas que nacen de la tierra dominicana, con un lenguaje hecho de materia, color y espíritu. Sentí que cada obra suya era una declaración silenciosa de identidad, resistencia y belleza.
¿Qué desafíos encontró al presentar la obra de Trinidad fuera del contexto dominicano? ¿Cómo los abordó desde la curaduría?
El mayor desafío fue evitar la exotización. En espacios como el Palazzo Valentini en Roma o el Castello di Santa Severa, opté por una curaduría que subrayara los elementos universales de su obra, la espiritualidad, el símbolo, la memoria, sin borrar su especificidad caribeña. Las didascalie (cartelas) de la exposición en Roma, en el marco de la Biennale Internazionale della Riviera Romana, fueron clave: no describen, evocan. Son “velos” que revelan, no que cubren.
¿Considera que el arte de Trinidad trasciende lo artesanal para situarse en un plano más universal o conceptual? ¿Por qué?
Completamente. Su arte parte de lo artesanal, pero su dimensión simbólica, espiritual y estética lo sitúa en el plano de lo universal. Obras como Evolución del futuro o Aborigen de Quisqueya exploran el tiempo, la identidad y la transformación. Su escultura es materia viva: contiene memoria, pero también proyección. Es un arte que no solo representa, sino que interroga.
Desde su mirada europea, ¿qué elementos del imaginario caribeño le resultan más potentes o sorprendentes en la obra de Trinidad?
Me conmueve la capacidad del Caribe para fusionar alegría y profundidad. En Juan Trinidad, el color nunca es superficial: tiene una carga simbólica que vibra en cada grieta de la madera. Su uso del color recuerda a Miró, pero la intención es completamente distinta: es identidad, no estilo. Esa vitalidad, esa capacidad de espiritualizar la materia, es profundamente caribeña y sorprendente.
En su práctica curatorial, ¿cuál es el rol de la narrativa? ¿Cómo construir un discurso expositivo que permita al público conectar con obras de raíz popular como las de Trinidad?
La narrativa es fundamental. En cada muestra, busco construir una atmósfera: una experiencia más que una lección. Con Juan Trinidad, organicé el recorrido como un viaje espiritual y simbólico, desde lo ancestral hacia lo universal. Los textos curatoriales fueron pensados como poemas breves, invitaciones al silencio, no explicaciones racionales. Lo popular necesita ser sentido antes de ser interpretado.
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