Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
En términos generales, es el sentir popular que la tecnología nos ha favorecido tanto que resulta difícil imaginar cómo vivíamos antes, en una época marcada por la escasez de recursos que hoy damos por sentados. Internet, por ejemplo, ahorra a estudiantes y docentes innumerables horas de investigación tediosa en bibliotecas, y además permite una comunicación oral, visual y escrita de forma instantánea y sin costo.
Con el GPS de un smartphone evitamos perdernos en ciudades desconocidas y, a la vez, podemos realizar compras en línea; los médicos diagnostican con apoyo de ordenadores. Los economistas denominan a esto la “segunda era de las máquinas”, pues la función que la computadora realiza por nuestra mente equivale a lo que el motor de vapor hizo por la fuerza física.
Lux et veritas (luz y verdad) indica que, pese a este enorme avance, existen desventajas y un lado oscuro. Por ejemplo, se denuncia el enorme poder de los gigantes de la información para moldear la opinión pública. Además, problemas como el ciberacoso y la pornografía en redes generan preocupación. La pérdida de privacidad y los riesgos para la sociedad civil se acentúan al dejar una huella digital de nuestros movimientos, llamadas y mensajes que pueden ser rastreados.
Carpe diem, aprovecha el día, pero con cautela. Los ciberpiratas roban datos personales para vaciar cuentas bancarias y efectuar compras fraudulentas en la red. Un caso reciente fue la desarticulación de una banda que sustraía datos de ancianos estadounidenses para estafarlos; sus integrantes enfrentarán la justicia.
Lo cierto es que, sine die (indefinidamente), los ciberdelincuentes que interceptan correos electrónicos, teléfonos móviles y plataformas sociales provocan estragos, pues aunque los medios sociales han revolucionado la vida cotidiana, reducen la seguridad en muchos aspectos de nuestra rutina.
La disminución de la productividad laboral por adicción a redes y mensajería instantánea es una consecuencia de la era actual. Los riesgos de ciberseguridad han impulsado la aparición del internet de las cosas, una red de objetos que intercambian datos, como Alexa de Amazon, pero también generan un gasto creciente en protección que aumenta a diario.
Un mundo tan interconectado como el actual brinda un escenario fértil para los ciberdelincuentes, que recopilan datos personales para realizar transacciones fraudulentas o para emplearlos en malware que puede paralizar dispositivos o, peor aún, cifrar información y exigir rescate por la clave de descifrado.
La lista de dispositivos vulnerables se amplía conforme la conectividad se extiende. Los hackers han bloqueado sistemas de diagnóstico hospitalario para exigir rescate y han vulnerado portales gubernamentales emblemáticos. El peligro crecerá con los automóviles conectados, ya presentes en el mercado: se estima que hoy existen más de 250 millones de vehículos conectados en todo el mundo, lo que permite a los atacantes provocar accidentes mortales.
La manipulación de correos corporativos para engañar a empleados y lograr transferencias a proveedores o acreedores falsos es una práctica que requiere atención. Por ejemplo, un trabajador recibe un email fraudulento con instrucciones supuestamente de su superior y realiza la transferencia, dañando a la empresa.
Estas tácticas siniestras incluyen herramientas conocidas como ransomware (secuestro digital), phishing y troyanos. Los criminales cibernéticos son cada vez más astutos y audaces, apuntando a objetivos de gran envergadura como instituciones financieras, aerolíneas importantes y agencias recaudadoras.
“El ciberdelito crece porque es fácil”. Países y empresas que usan internet sin estrategias de ciberseguridad adecuadas se convierten en blancos fáciles para los hackers. La legislación en muchos lugares, incluido nuestro país con los recientes avances del nuevo código penal, resulta insuficiente y desigualmente aplicada, favoreciendo a los piratas que operan en la sombra.
Las pérdidas provocadas por el ciberdelito se estiman en más de 500 mil millones de dólares al año, una cifra superior al PIB de varios países pequeños. Las entidades financieras son un blanco atractivo; en 2016, Bangladesh sufrió el robo de 81 millones de dólares del Banco Central, donde los atacantes usaron credenciales de un empleado para enviar más de 30 solicitudes de transferencia fraudulenta al Banco de la Reserva Federal de Nueva York.
Los ciberataques representan el próximo “cisne negro” para la economía global, según Greg Medcraft de la Universidad de Melbourne. Los delitos en línea se dividen en dos grupos: el primero incluye ataques monetizables, como el robo de identidad o de tarjetas de crédito; el segundo, el ciberespionaje, que consiste en sustraer secretos comerciales, estrategias de negociación e información de productos. Todos estamos expuestos; los datos robados se comercializan en un floreciente mercado negro digital, en sitios web bien diseñados que ofrecen garantías de reembolso.
Como ejemplo, el ataque a JPMorgan Chase en 2014 expuso la información de 83 millones de clientes, incluidos nombres, direcciones postales y electrónicas y números de teléfono. En ese momento, se trató del mayor ataque a una institución financiera estadounidense.
James Andrew Lewis, vicepresidente del Center for Strategic & International Studies en Washington, ha alertado sobre la magnitud de las pérdidas por ciberdelito, estimando que el costo global, incluido el robo de propiedad intelectual, equivale en promedio al 0,5 % del PIB mundial. En países de altos ingresos, donde la innovación tiene mayor peso económico, el impacto puede alcanzar el 0,9 %; en economías en desarrollo ronda el 0,2 %.
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