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Detalla que las patologías que generan la mayor parte del gasto sanitario son, en su mayoría, los tratamientos oncológicos, la enfermedad renal crónica (diálisis y hemodiálisis) y las cirugías cardíacas de alta complejidad.
El doctor Jaime Ordóñez, economista de la salud colombiano, docente e investigador, aconseja referirse a “enfermedades de alto costo” en lugar de “medicamentos de alto costo”.
En el caso del cáncer, los tipos más prevalentes en la República Dominicana son el de próstata, mama, colorrectal y pulmón, según señala el doctor Ordóñez.
Para la oncología, existe una amplia variedad de fármacos: se emplean quimioterapias tradicionales como 5‑fluorouracilo, cisplatino o ciclofosfamida, que son relativamente asequibles, pero también se utilizan terapias dirigidas de última generación, como anticuerpos monoclonales (trastuzumab, imatinib, bevacizumab, entre otros). Estas últimas son mucho más caras por la complejidad de su desarrollo y por los beneficios clínicos que aportan, como mayor efectividad y menos efectos adversos en comparación con la quimioterapia convencional.
El especialista aclara que los tratamientos más costosos que existen hoy no son medicamentos convencionales, sino las terapias génicas. Actualmente, el fármaco Lenmeldy se considera el más caro del planeta, con un precio de 4,5 millones de dólares por paciente, y está indicado para la leucodistrofia metacromática (MLD), una enfermedad neurodegenerativa causada por la deficiencia de la enzima arilsulfatasa A.
En cuanto a las denominadas “enfermedades raras”, el doctor explica que sus terapias son escasas y caras porque se diseñan para poblaciones muy pequeñas, lo que encarece cada fase del proceso; esa elevada cifra desincentiva a los gobiernos a adquirirlos y, al haber poca demanda, los fabricantes pierden motivación para seguir investigando.
Por ello resulta más práctico elaborar una lista de enfermedades de alto costo que una de fármacos, dado que los nuevos medicamentos aparecen con frecuencia y obligarían a actualizar constantemente los listados; en cambio, las enfermedades no cambian día a día y su estatus de “alto costo” puede variar con el tiempo.
Como ejemplo, ilustra que, hace tres décadas, el VIH se clasificaba como una enfermedad de alto costo porque la terapia HAART era cara y limitada; hoy, gracias a la disponibilidad de genéricos, en muchos países ya no se le considera de esa categoría.
El gasto asociado a una enfermedad de alto costo no se explica solo por los fármacos, sino también por la combinación de procedimientos, tecnología, infraestructura y recursos humanos altamente especializados que requiere una atención integral.
En la enfermedad renal crónica, los costos no provienen de medicamentos costosos, sino de la propia complejidad del proceso: una sesión de hemodiálisis dura alrededor de cuatro horas, requiere personal especializado, equipos complejos y múltiples pruebas de laboratorio para garantizar la seguridad del paciente; debe repetirse tres veces por semana de forma indefinida, sumando unas 150 sesiones al año por paciente.
En las cirugías cardíacas complejas, tampoco son los fármacos los que disparan los costos, puesto que los medicamentos suelen ser relativamente baratos (anestésicos, noradrenalina, dopamina, etc.). Lo que encarece la atención es la necesidad de equipos de alta especialización, cirujanos cardiovasculares y anestesiólogos con entrenamiento avanzado, así como la hospitalización posterior en unidades de cuidados intensivos con monitoreo continuo, ventilación mecánica y personal médico y de enfermería especializado.
Al referirse a las “enfermedades raras”, el experto recuerda que son aquellas que afectan a una persona por cada 2 000 habitantes o más; las ultra‑raras, que impactan a una persona por cada 50 000 o más, representan aproximadamente 900 de las 10 000 enfermedades raras identificadas en el mundo. Algunas se han descrito en un único paciente a nivel planetario, lo que ilustra la enorme complejidad que implican. De esas 10 000, solo alrededor de 500 cuentan con tratamientos disponibles, es decir, apenas el 5 %.
Los tratamientos para enfermedades raras son escasos y costosos porque se desarrollan para grupos muy reducidos; mientras no exista una inversión sostenida en investigación básica y clínica, especialmente por parte de los Estados, será difícil cambiar esa realidad. El 95 % restante carece de opciones terapéuticas, principalmente porque es muy complicado llevar a cabo investigación clínica en poblaciones tan pequeñas. A diferencia de patologías como hipertensión, diabetes u obesidad —que afectan a millones de personas y facilitan la realización de ensayos clínicos—, en las enfermedades raras hay muy pocos pacientes, muchos de los cuales fallecen antes de completar seguimientos prolongados. Además, una gran parte tiene origen genético y se diagnostica tardíamente, cuando la enfermedad ya está avanzada, lo que limita aún más la investigación.
“El alto costo de desarrollar un medicamento es otro factor clave; solo uno de cada doce compuestos investigados llega al mercado y cada éxito debe absorber los costos de todos los fracasos. Se estima que la creación de un fármaco cuesta entre 1.300 y 2.600 millones de dólares; en el caso de los biológicos, la cifra puede superar los 4.000 millones”, subraya.
Las reglas de la propiedad intelectual también inciden: las patentes duran 20 años, pero al incluir los 10 años que normalmente lleva la investigación clínica, a la industria le queda apenas una década para recuperar la inversión.
El doctor Ordóñez recalca que las terapias génicas representan los tratamientos más costosos en la medicina actual. Consisten en extraer células madre del propio paciente, corregir el gen defectuoso mediante técnicas avanzadas de edición o inserción genética y, posteriormente, reintroducirlas después de una preparación compleja que incluye la ablación de la médula ósea. Todo ello requiere entornos hospitalarios altamente controlados y laboratorios de genética de última generación.
Ejemplos de terapias génicas y sus precios:
– Anemia falciforme (drepanocitosis): Casgevy, edición del ADN con CRISPR/Cas9, 2,2 millones de dólares por paciente.
– Beta‑talasemia: Zynteglo, inserción de una copia funcional del gen, 2,8 millones de dólares por paciente.
– Hemofilia A severa: Roctavian, introducción de una copia funcional del gen del factor VIII, 2,9 millones de dólares por paciente.
– Drepanocitosis con mutaciones adicionales: Lyfgenia, 3,1 millones de dólares por paciente.
– Hemofilia B: Hemgenix, terapia dirigida al factor IX, 3,5 millones de dólares por paciente.
– Leucodistrofia metacromática (MLD): Lenmeldy, 4,5 millones de dólares por paciente, el tratamiento más caro del mundo.
En conclusión, el especialista destaca que las terapias génicas suponen un cambio de paradigma al ofrecer intervenciones de una sola aplicación con potencial curativo; sin embargo, su precio actual es prohibitivo incluso en países de altos ingresos.
En la República Dominicana, más que crear centros propios de terapia génica, lo crucial es establecer vías de acceso: un registro básico de pacientes, itinerarios claros de atención y acuerdos internacionales que permitan pagar sólo si el tratamiento funciona podrían acercar estas terapias a quienes más la necesitan sin comprometer la sostenibilidad financiera del sistema de salud.
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