Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
En el ámbito académico y profesional, pocas ideas logran ir más allá de la mera transmisión de información para convertirse en una brújula de vida. Una de esas ideas es la teoría de los tres saberes, que sostiene que el desarrollo pleno de la persona y su habilidad para relacionarse en sociedad se apoyan en tres fundamentos: saber, saber‑hacer y saber‑ser.
Este modelo no es solo un marco pedagógico, sino también una herramienta clave en áreas como el ceremonial y el protocolo, donde la práctica trasciende las formas externas: incluye valores, competencias y actitudes.
Puede leer: Ojalá lleguen pronto las brisas de Navidad
El pedagogo francés Philippe Perrenoud fue uno de los pioneros en sistematizar esta visión, indicando que la educación debía orientarse a la construcción de competencias que integraran conocimientos (saber‑ser), destrezas prácticas (saber‑hacer) y actitudes personales (saber‑estar o convivir). En la misma línea, Edgar Morin subraya que «el conocimiento sin ética y sin conciencia de la alteridad queda incompleto e incluso peligroso».
Desde esta óptica, el protocolo y la comunicación institucional se convierten en un terreno propicio donde estos tres saberes se entrelazan: el profesional debe conocer las normas (saber), aplicarlas con eficacia en actos y ceremonias (saber‑hacer), y hacerlo con respeto, cortesía y sentido humano (saber‑ser).
En su obra *Guía de Protocolo Institucional y Normas*, Marta García interpreta los tres saberes desde la perspectiva del ceremonial contemporáneo:
– El saber representa el dominio técnico de la normativa protocolar, de la jerarquía institucional y de las tradiciones.
– El saber‑hacer se traduce en la capacidad de organizar, planificar y ejecutar actos con eficiencia, creatividad y consideración del contexto cultural.
– El saber‑ser constituye la esencia del ceremonialista: su ética profesional, su capacidad de escucha, la discreción y la actitud de servicio que lo distingue como facilitador de la armonía social.
García enfatiza que «sin el equilibrio de los tres saberes, el protocolo pierde su función integradora y se reduce a una mera exhibición formal».
1. Conocer antes de actuar: el saber como base de toda intervención.
2. Planificar con visión integral: aplicar el saber‑hacer con sentido estratégico.
3. Respetar la jerarquía y la diversidad: reconocer la riqueza cultural y social.
4. Escuchar antes de decidir: el saber‑ser como muestra de respeto al otro.
5. Practicar la discreción: virtud indispensable del profesional del protocolo.
6. Promover la armonía social: objetivo último de toda acción ceremonial.
7. Ejercer con ética y responsabilidad: el saber‑ser como compromiso personal.
8. Innovar respetando la tradición: equilibrio entre modernidad y legado.
9. Valorar la cortesía como lenguaje universal: un gesto que abre puertas.
10. Ser embajador de la institucionalidad: representar con dignidad y coherencia.
La teoría de los tres saberes nos recuerda que la excelencia no reside solo en lo que sabemos, sino en cómo lo aplicamos y, sobre todo, en quiénes somos al hacerlo. En un mundo marcado por la inmediatez y la superficialidad, este enfoque cobra relevancia porque devuelve al protocolo su dimensión más profunda: la de ser un puente entre el conocimiento técnico, la acción eficaz y la convivencia humana.
Agregar Comentario