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Santo Domingo.- Cada año, con cada temporal y precipitación, la crecida de las aguas arrastra no solo bienes materiales, sino también la tranquilidad de centenares de familias que residen en las riberas del Río Ozama.
Esta vez, el huracán Melissa ha impactado de nuevo con gran intensidad, y en zonas como Rivera del Ozama, la zozobra y la fatalidad se combinan en un ciclo que parece interminable.
La estampa de María López, de 58 años, es una viva imagen de la desazón que se repite con cada fenómeno meteorológico. Entre enseres mojados y bolsas de ropa, su voz se escucha firme, aunque entrecortada, al declarar:
“Me marcho de aquí, he tomado la determinación de trasladarme al municipio de San Luis, en Santo Domingo Este, donde unos parientes me cederán una vivienda”, reveló a El Día.
Luego de tres décadas de vivir en Las Lilas, su resolución no fue sencilla. “Ya es imposible permanecer aquí. No queda otra opción”, se lamenta mientras sube sus pertenencias a una camioneta.
La casa que antes fue su refugio se ha transformado en un símbolo de abandono. Las precipitaciones causadas por el huracán Melissa anegaron las habitaciones y dejaron su vida flotando entre los recuerdos.
“Me voy con la ilusión de hallar un sitio donde pueda acostarme sin el temor de que el agua se cuele por la puerta”, expresó con pesar.
A pocos metros de López reside Manuel Medina, un comerciante de 55 años. “Esta es una zona de riesgo; cuando llueve, todo se inunda y tenemos que salir corriendo con lo que podamos salvar”, explica mientras intenta achicar el agua de su propiedad.
Medina cuenta que los residentes llevan cinco jornadas sin poder trabajar, y que ni el gobierno ni las autoridades han brindado auxilio.
“Aquí no ha llegado ni siquiera una bolsa de arroz. La gente está sacando el agua a cubetazos. El gobierno debe hacer algo por nosotros, porque hay niños y personas mayores sufriendo”, protesta con indignación.
El comerciante también denuncia la incertidumbre generada por los planes de desalojo anunciados por la Unidad para la Readecuación de la Barquita y Entornos (URBE), los cuales, según afirma, nunca llegan a materializarse.
“Hablan de un proyecto de reubicación, pero no se ve nada concreto. Ni siquiera se aparecen por aquí”, afirmó.
**”Nos habituamos a subir los muebles al techo”**
Andrés Ruiz, presidente de la junta de vecinos de Rivera del Ozama, conoce esta historia a la perfección. Lleva más de 20 años residiendo allí y ha aprendido a subsistir entre la corriente y la espera.
“Ya estamos listos para lo que tiene que ver con los eventos atmosféricos. Cuando el nivel del agua aumenta, lo que hacemos es subir los trastos al techo y asegurarlos. Luego, cuando baja, volvemos y los bajamos”, narra con un tono de resignación. Sin embargo, asegura que esta vez el panorama es distinto.
“Estamos en una situación crítica. URBE está interviniendo en algunos puntos específicos, pero no se llevan las casas enteras. Ofrecen a los moradores 40 o 50 mil pesos por una vivienda, cuando esas propiedades valen mucho más. Hay personas que han vivido aquí toda su vida, y con ese dinero no adquieren ni una habitación en otro lugar”, detalló.
Ruiz hace un llamado al gobierno para que los reubicados reciban apartamentos dignos, como los que el Estado ya ha facilitado en otras demarcaciones.
“Deseamos cooperar con el gobierno, pero también pedimos que ellos colaboren con nosotros. No se puede desalojar a la gente ofreciéndoles una miseria”, añadió.
El testimonio de Luis Vicente Romero, otro residente, añade una capa más de desilusión. “Aquí el agua entra y se va, entra y se va. Hasta el momento he tenido fortuna, el agua no ha ingresado en mi casa todavía, pero uno vive prevenido por si acaso”, cuenta.
Romero, quien reside solo desde hace ocho años, dice que jamás ha recibido ayuda gubernamental, por lo que se sostiene con el apoyo de sus parientes, ya que es no vidente.
“Con eso de los desalojos, dicen que vienen un día y no regresan. Además, están dando sumas irrisorias. ¿Qué haces tú con 100 o 200 mil pesos? Ni en el campo se compra algo con esa cantidad”, cuestionó.
Su casa, modesta pero bien cuidada, parece resistir por pura convicción. “Tengo los muebles recogidos, por si acaso. Aquí uno duerme con un ojo abierto”, comenta entre broma y fatalismo.
Otro caso similar es el de Kethia Joseph, ama de casa de 42 años, quien intenta calmar a sus tres hijos después de que su vivienda quedara anegada por las lluvias y la crecida del río.
“Tengo tres niños. Es insostenible estar aquí cuando llueve. Cuando el agua subió, tuve que irme a pernoctar en casa de una amiga. Estuve dos días allá porque el agua me llegaba hasta las rodillas”, relató la señora.
Joseph lleva un lustro viviendo en el sector, pero las lluvias le han arrebatado casi todo.
“Se me ha estropeado absolutamente todo. Cada vez que llueve, se moja. E incluso sin llover hay humedad. No hay tranquilidad”, aseguró.
Mientras las precipitaciones del huracán Melissa siguen afectando gran parte del territorio nacional, las familias del Ozama continúan en pie, resistiendo entre la incertidumbre, el agua y un rayo de esperanza.















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