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Javier Milei alcanzó la presidencia argentina no solo como un “outsider”, sino también a través de un discurso anti‑establishment frente a la “casta política”. Eso le permitía presentarse, al principio, como una figura que ofrecía una “doble” novedad para la sociedad: provenía de fuera de la política y se introducía en el terreno político sin pasar por los partidos tradicionales. Era algo fresco, distinto, incluso disruptivo.
En poco tiempo Milei cosechó expectativas electorales gracias a la coyuntura más propicia para este tipo de perfiles: una crisis política y económica, escenario idóneo para el auge del “voto bronca”.
Sin embargo, una cosa es articular un discurso anti‑establishment que te distinga del establishment, y otra muy distinta es sostenerlo en la práctica dentro de una democracia. Eso solo es viable cuando se cuenta con mayoría propia, sin necesidad de pactos con otras fuerzas. Ese no ha sido el caso de Milei desde que asumió: su gobierno es minoritario, sin mayoría en ninguna de las dos cámaras del Congreso.
En consecuencia, tarde o temprano el estilo confrontativo del actual gobierno argentino topa con mayores resistencias. La cuestión era cuándo.
Popularidad como escudo de la minoría
El ascenso de Libertad Avanza y de Milei al poder en 2023 ocurrió en un contexto de minoría en todos los niveles políticos (sin gobernadores y con escasa representación en el Congreso), pero con una popularidad altísima, situándose entre los mandatarios más apreciados del mundo.
Esa popularidad se construyó a partir de la impopularidad y el desorden de la oposición, pero también gracias a algunos logros macroeconómicos (caída de la inflación y de la pobreza). Como sugiere la literatura, la falta de coordinación de la oposición y la alta popularidad del titular aumentan los costos de contrarrestar al gobierno.
Estos dos elementos permitieron al primer año del gobierno obtener respaldo subnacional de varias provincias (incluso de algunos peronistas) y parte de la oposición dialoguista (principalmente el PRO), lo que facilitó la aprobación de reformas como la Ley de Bases y la posibilidad de vetar proyectos aprobados por el Congreso que el Ejecutivo rechazaba bajo la premisa del “déficit cero”, como el presupuesto universitario o el aumento de jubilaciones.
En cierto sentido, estos avances son producto de una “adaptación parcial” del mileísmo: el discurso de “nosotros contra ellos”, propio del anti‑establishment, resultó inviable frente a una oposición completa en un gobierno minoritario. Desde la “tabula rasa” posterior a la primera vuelta, el mileísmo recurrió en ocasiones a la negociación.
No obstante, esa negociación regular, propia de la realpolitik, con gobernadores y parte de la oposición ha convivido con un discurso público y en redes que ha permanecido antagonista, incluso hacia los actores con los que se buscaban acuerdos. Lo mismo se ha notado con quienes critican el modelo. Los opositores son muy diversos: intelectuales, jubilados, estudiantes universitarios, medios, personal de la salud, diputados y senadores (que no votan como el gobierno desea) y, en particular, los kirchneristas, incluso organizaciones de personas con discapacidad. Todos ellos son vistos como “ellos”, fuera del supuesto “argentinos de bien”.
El problema: nada es permanente
La popularidad del discurso disruptivo y provocador (con insultos a los sectores críticos) está empezando a mostrar señales de desgaste y cansancio. El reciente “ya no voy a insultar” de Milei sería una primera admisión oficial de esa realidad. Según el Índice de Confianza en el Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella, la gestión de Milei registra su nivel más bajo de aprobación desde que comenzó el mandato.
A ese desgaste se suman una serie de hechos que golpean la popularidad del gobierno y su discurso “nuevo”. Los logros macroeconómicos (por ejemplo, la caída de la inflación) no se traducen en beneficios microeconómicos visibles (los ingresos y el consumo siguen estancados). Además, han surgido denuncias de corrupción contra funcionarios, lo que golpea una de las banderas fundamentales de Libertad Avanza: la diferencia con las élites anteriores, acusadas de delitos. El relato de “nosotros versus ellos” pierde fuerza.
En síntesis, los límites de los resultados económicos, el agotamiento del discurso confrontativo y las acusaciones de corrupción erosionan la novedad del bloque político que actualmente gobierna en Argentina. Esta dinámica ilustra un aspecto central de la política mundial contemporánea: la brecha establishment‑anti‑establishment es tan volátil y efímera como el personalismo.
El desafío creciente: Congreso, gobernadores y electores
Si el razonamiento es correcto, esta situación debería acarrear varias consecuencias: la caída de la popularidad aumentaría la probabilidad de que se reactiven desafíos antes paralizados (por ejemplo, el veto a la Ley de Discapacidad y la aprobación del presupuesto universitario); incrementaría los cuestionamientos tanto de aliados internos (los gobernadores ya están coordinando una alternativa electoral federal) como externos (el mercado ha mostrado tensiones en relación al dólar en las últimas semanas); y tendría un efecto negativo en el respaldo electoral (como evidencia la elección en la Provincia de Buenos Aires).
El gobierno de Milei es hoy más frágil que cuando llegó al poder. Su discurso se ha debilitado y su capacidad de imponer su visión frente a “ellos” se ha reducido, lo que permite que las resistencias actuales se manifiesten con mayor facilidad. Esto revela otra debilidad del antagonismo permanente en democracia: el “nosotros contra ellos” es difícil de sostener en un escenario de fragmentación política e imposible cuando la popularidad se agota.
¿Significa esto que el gobierno de Milei ha terminado?
En absoluto, aún le quedan dos años de mandato. Sin embargo, la evidencia actual permite afirmar que el estilo de gobierno llevado hasta ahora ha alcanzado sus límites de vigencia. Se requiere una adaptación coherente con la actual distribución de fuerzas en Argentina: menos insultos y “juego de la gallina”, más acuerdos en una Argentina federal y fragmentada.
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