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“Roma constituyó una civilización tecnológica. Efectivamente, se había cimentado socialmente un diálogo racional sobre los medios, enfocado eminentemente en temas cívicos y prácticos… Pero el ingenio técnico romano se manifestó primordialmente en su maestría administrativa, nutriéndose de una continua deliberación racional sobre asuntos de Estado dentro de su activa élite… Este intercambio generó un gobierno perspicaz, aparatos públicos eficaces y el surgimiento de una naciente administración racional. Sin embargo, la cúspide del arte de gobernar de los romanos fue, indudablemente, el Derecho Romano, gestado principalmente a través de una jurisprudencia sumamente racional y elaborada (el debate doctrinal sobre preceptos legales) que tuvo un rol crucial en la ordenación de la sociedad romana, especialmente tras su expansión notable mermar la eficacia de los valores sociales.”
Polis – Luis Zaballa
I La irrupción del covid-19 marcó el giro histórico de la pedagogía y la biotecnología hacia la suprageocomunicación
Con la llegada de la telefonía móvil e internet desde los noventa, la enseñanza empezó a mostrar signos claros de metamorfosis, algo que ya se vislumbraba con la aparición de los ordenadores, y el dominio de la plataforma inicial Windows 3.1; para dar un gran avance con sus versiones Windows 95-98 y luego 2000; siempre con sus utilitarios actualizados —aunque con estructuras similares— de Microsoft (Word, Excel, Access, Power Point y otros), fueron moldeando un entorno que dinamizaba las telecomunicaciones de la época e indicaba un rumbo de cambio en el ámbito de las ciencias educativas.
Poseer un equipo informático se volvió una herramienta esencial para profesionales y alumnos; las épocas del papel y el bolígrafo, la máquina de escribir, así como el empleo de calculadoras, parecían haber sido desplazadas del quehacer del saber bajo un paradigma pedagógico que enfrentaba una profunda reestructuración de bases y configuraciones, las cuales sumaron a los discos rígidos, los disquetes y los discos compactos (conocidos como CD) los primeros soportes de memoria complementarios que mejoraban su capacidad en cada nueva versión, hasta que surgieron las primeras memorias USB, así como aquellos MP3 (para guardar música), y sus sucesores en MP4; mientras los juegos de Atari y Nintendo también se adaptaban a formatos de computadoras y consolas de video.
Resultaba obvio que en sus comienzos dichas telecomunicaciones buscaban integrarse a lo que en aquel momento considerábamos haber ingresado a un espacio palpable y distinto al vivido durante casi todo el siglo XX; y que, en efecto, lo fue como vía de trascendencia histórica en el aprendizaje; mientras observábamos cómo las llamadas disciplinas informáticas, licenciaturas o ingenierías de sistemas se mantenían enfocadas en lo que muchos denominaban Tecnología de la Información y la Comunicación (TIC), sobre ejes en los que todavía perduran algunas estructuras; aunque ya sin el vigor evolutivo y la resonancia que tuvieron en su momento, y por el contrario, dichos sistemas atraviesan un proceso regresivo.
En este marco, la aparición de la pandemia del llamado covid-19 aceleró dramáticamente el surgimiento y la transición hacia la suprageocomunicación, al evidenciar la urgencia de trascender las barreras físicas y técnicas en los procesos formativos y de comunicación. El confinamiento y las restricciones sanitarias a nivel global forzaron a instituciones, educadores y alumnos a migrar con premura a entornos digitales, donde las plataformas virtuales, las videollamadas y las redes se transformaron en los canales primordiales de interacción y enseñanza.
Este cambio no solo intensificó la utilización de recursos tecnológicos, sino que también expuso la relevancia de establecer vínculos a escala geopolítica y geosocial en tiempo real, así como la adaptación a nuevas lenguas digitales y el desarrollo mutuo de contextos interculturales; por ello, la educación comenzó a experimentar un impacto transformador muy notable en sus métodos de enseñanza y formación; pero también acrecentó considerablemente las disparidades entre naciones desarrolladas y aquellas “en desarrollo”, o aún más, países como Venezuela, debido a su severa crisis política y económica; las diferencias se hicieron más marcadas en todos los ámbitos pedagógicos. Por ejemplo, si bien la suprageocomunicación ha representado un avance cualitativo en los esquemas educativos del último quinquenio, también ha revelado que aquellas naciones incapaces de alinearse con sus parámetros, especialmente biotecnológicos, tendrán inevitablemente mayores dificultades para incorporarse a las exigencias y requerimientos del futuro; y ¡más aún en la educación, que será el elemento clave para alcanzar plenamente los niveles demandados en el siglo XXI!
De este modo, el covid-19 funcionó como un disparador forzoso que hizo visible la suprageocomunicación en la docencia, propiciando la integración de herramientas y recursos basados en la digitalización; y el acceso a información y grados de interacción sin precedentes; pero ya no como una simple divulgación de información, sino como un hecho fundamental para el campo del saber y la adquisición de conocimientos; y en el cual dicho proceso superó los marcos de las llamadas TIC; dado que la suprageocomunicación, desde las redes establecidas, se convirtieron en ámbitos complementarios en los órdenes político, económico, social y cultural.
La vivencia compartida durante la crisis sanitaria demostró que la capacidad de comunicar y aprender trascendiendo los límites geográficos y culturales es vital para afrontar los retos presentes y venideros en el área educativa; por esta razón, esa misma educación que se estructuró y concentró con sus nomenclaturas del siglo XX; hoy se han transformado en fenómenos de discurso pedagógico; e incluso podemos constatar una nueva categorización que ha superado la historia contemporánea por historia suprageocomunicacional.
II La suprageocomunicación: enfoques emergentes en educación, economía y derecho
Actualmente, la suprageocomunicación se presenta como una teoría amalgamada aún al sistema capitalista; pero en proceso de desplazarlo hacia el cosmoestatismo ¿La razón? Para entender la mutación de los procesos de interacción en un mundo en constante cambio y evolución, este principio engloba la superación de límites físicos, culturales y tecnológicos en la difusión, recepción y creación de información, generando dinámicas novedosas tanto en lo pedagógico como en lo económico; lo cual exige evolucionar a la par de las nuevas actividades de la economía global como la proliferación de activos digitales, que a su vez requieren una nueva alfabetización financiera; pero, a la par, sus participantes deben someterse a las nuevas regulaciones transdisciplinares que están implementando las grandes neotecnológicas, es decir, el génesis del derecho suprageocomunicacional; y esto es característico de niveles superiores de interacción; pero también de control, mientras los Estados se van configurando en estos escenarios, y aceptan que sus estructuras, en algún momento, deberán enlazarse al cosmoestatismo; sobre todo si consideramos que son esferas cuyo poder administrativo se ha visto mermado ante la potestad de las neotecnológicas; como se observa cuando estas tienen la capacidad de bloquear o restringir el acceso a presidentes o jefes de Gobierno y sus ministros en sus manifestaciones o intervenciones en sus plataformas.
La suprageocomunicación es una etapa mucho más avanzada de este ámbito histórico, y es algo que no observábamos, por ejemplo, con el uso de aquellos teléfonos móviles u ordenadores conectados a internet en la era de las TIC; porque no existían redes neotecnológicas; y mucho menos que desde abajo, cualquier individuo pudiera con su aparato, generar una influencia considerable —beneficiosa o perjudicial— sobre contextos sociales, capaces de modificar situaciones y fronteras, culturales y lingüísticas, en cualquiera de los ámbitos mencionados, integrando múltiples plataformas y aplicaciones en una red biotecnológica, que no puede simplemente denominarse red de intercambio de datos; sino que han expandido el conocimiento y notablemente sobre los espacios educativos, que son los que deberían ser ajustados por los Estados; y no estar sujetos a perspectivas de pensamiento limitadas; sin obviar que el libre albedrío cognitivo debe poseer sus propios mecanismos de autocorrección de ese derecho aplicable en las diversas categorías de participación en cada plataforma.
Esta realidad se ve impulsada por el desarrollo suprageocomunicacional, proyectándonos hacia un internet global y satelital, cuyas redes neotecnológicas han ido forjando sus componentes de inteligencia artificial, es decir, sus bases fundacionales del cosmoestatismo que han redefinido la forma en que las personas interactúan, aprenden y también concurren en sus actividades económicas; como la difusión publicitaria o las transacciones financieras con activos digitales.
Por ende, el sector educativo se torna suprageocomunicacional. El proceso de aprendizaje, o sea, el conocimiento ya no se limita a los confines de las aulas convencionales y los materiales impresos han sido reemplazados por lecturas efectuadas desde dispositivos móviles, tabletas u ordenadores. Ahora, alumnos y profesores pueden acceder a recursos formativos desde cualquier punto del planeta, tomar parte en comunidades de estudio virtuales y cooperar en proyectos internacionales al instante; sin necesidad siquiera de abandonar sus lugares de residencia o integración.















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