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Es una denominación que ha surgido de forma espontánea en esferas educativas y familiares.
“Hasta la fecha, en este año escolar, esto nos ha servido enormemente, porque esa ‘terapia amigo’, tal como la denominan, ha facilitado la integración de él en el aula, como un estudiante más”, relata Tania Serrano con una mirada de profundo orgullo.
Esta madre es la progenitora de dos niños, uno de 15 años y una niña de 7, ambos con un diagnóstico de trastorno del espectro autista (TEA). La “terapia” a la que alude es un conjunto de estrategias de apoyo que la terapeuta ha puesto en práctica con su hijo, Luis, para estimular la amistad.
Gracias a estas tácticas, tanto profesionales como personales, el año pasado fue el primero en la historia de esta familia en el que no tuvieron que dedicar el período de vacaciones estivales a acudir a exámenes de recuperación o a reforzar los conocimientos de este adolescente.
“Ese amigo que ha hecho le ha permitido integrarse por completo en el curso. Lo más reciente fue que me llamó [el amigo]: ‘Oye, Luis no está tomando apuntes, ¿qué puedo hacer?’. Le dije: ‘Dile que copie, que van a salir y él lo hará’. El amigo le dice: ‘Mira, copia la clase que luego vamos a salir’. Y él le hace caso y se va; yo les permito salir, compartir, tener su vida social normal y luego establezco una hora de regreso”, cuenta Serrano entre risas. Pero esa sensación de bienestar no ha sido una constante. Su recorrido como madre de dos menores autistas con distintos grados de afectación ha sido complejo.
Después de que Luis sufriera acoso escolar, lo que lo llevó a experimentar depresión y pensamientos suicidas, están en tratamiento con una psicóloga especializada en adolescentes. Ella les ha proporcionado las directrices a seguir y una guía para sensibilizar tanto a los profesores como a los padres de los compañeros sobre el modo adecuado de proceder, tanto para ellos como para los estudiantes, frente a una persona con autismo y trastorno por déficit de atención e hiperactividad, como es su caso.
Pero esta familia, residente en Villa Consuelo, no solo ha hallado respaldo en el ámbito escolar, sino también en sus vecinos y, de manera particular, en una comparsa de carnaval: “Los Incomparables de Villa Consuelo”. Los jóvenes y adultos que la conforman han acogido a Luis y Anyelis, la benjamina de la casa, a pesar de que es habitual en su diagnóstico la dificultad para establecer vínculos sociales con el entorno.
La neuróloga que también les da seguimiento sugirió que el adolescente se relacionara con sus pares neurotípicos y no en aulas especializadas “porque las personas con autismo replican lo que hacen los demás”.
“Por eso la ‘terapia amigo’ es beneficiosa, porque ellos imitan lo que hace el otro. Si buscas a alguien que es ‘normal’ (neurotípico) y que lleva una vida corriente, él va a copiar a esa persona; no se trata solo de lo que se hace en casa, sino que debe haber una integración con el entorno”, añade la madre. Esta vivencia ha contribuido a que Luis gane en autonomía, comprenda las consecuencias de sus actos, se vuelva más sociable e, incluso, más feliz.
La “terapia amigo” no es fácil de encontrar en los motores de búsqueda, ni figura en manuales clínicos, ni cuenta con un protocolo formalizado. Es una designación que ha surgido de forma natural en contextos de educación y familiares.
Se refiere a la combinación de apoyos profesionales (como logopedia, análisis conductual aplicado y grupos de habilidades sociales) y acciones personales por parte de compañeros, educadores y familiares para forjar y mantener lazos de amistad significativos con niños con TEA.
Odile Villavizar, directora y fundadora de Manos Unidas por Autismo, aclara que no se trata de una terapia en el sentido estricto, sino más bien de una estrategia que ha demostrado ser muy eficaz.
“Es un acompañamiento ofrecido a la persona con esta condición, con orientación y dentro de espacios controlados”, explica Villavizar, basándose en su trayectoria apoyando a familias con este diagnóstico. “Generalmente se realiza una sensibilización; por ejemplo, si es en la escuela, se imparte una charla sobre la diversidad. No se aborda la discapacidad o la condición, sino cómo aceptar la diferencia y que una persona con una necesidad especial requiere de una red de apoyo dentro de ese ambiente”.
Incluso, cuando los centros educativos lo permiten, se seleccionan alumnos del curso, quienes son sensibilizados junto a sus padres para que también desde el hogar se promueva esa aceptación e inclusión que el resto necesita.
La también psicóloga apunta que el objetivo de esta dinámica es que esos niños sean capaces de integrar de manera apropiada a los niños con alguna condición o discapacidad dentro de un entorno supervisado.
Estos espacios varían desde la iglesia, el colegio, o el vecindario de residencia, como es el caso de Luis, para que el niño pueda aprender a desenvolverse en diferentes contextos de la vida real.
Pero existen otras aproximaciones. Desde la Fundación Manos Unidas por Autismo, por ejemplo, desarrollan el programa “Habilidades Sociales”, donde trabajan con personas con TEA a partir de los 8 años, enseñándoles herramientas para actuar en medio de una determinada situación o entorno social: cómo manejar el acoso, cómo interactuar con otros, a esperar su turno, a comprender el humor o el sarcasmo, entre otros.
Estas iniciativas se extienden a otras organizaciones, como es el caso de Best Buddies RD, que con su programa “Amistades” une a voluntarios sin discapacidad con voluntarios con discapacidad del desarrollo intelectual (síndrome de Down, parálisis, autismo, etc.).
“Esto les ha brindado la posibilidad de establecer una conexión con ese mundo exterior, que es el mundo auténtico, el mundo en el que deberían vivir. No solo en su casa, sino ocupando todos los espacios, porque todos los espacios también son suyos”, afirma Thomas J. Reyes, coordinador de Operaciones de la fundación en República Dominicana.
Liderazgo e independencia son otros resultados ventajosos que han observado en los jóvenes a los que atienden.
Aunque la organización tiene alcance internacional, están presentes en el país desde 2012, trabajando por la inclusión social y laboral de personas con DID (discapacidad de desarrollo intelectual).
“Buddy”, que se traduce al español como “amigo”, es el término que emplean para referirse a sus voluntarios con discapacidad. Las personas con autismo constituyen el segundo grupo más numeroso en esta comunidad, solo superado por los “buddies” con síndrome de Down.
Originalmente denominado “One to One”, el programa “Amistades” se ejecuta mediante convenios con centros educativos en Santo Domingo. Aunque actualmente está en pausa, se fundamenta en la concientización de los estudiantes sobre la discapacidad y la inclusión, para después participar en una feria de voluntarios.
“Allí ellos proceden a inscribirse en el programa y se les asigna un buddy, una persona con discapacidad que comparte sus intereses y es de edad similar”, detalla Reyes, quien añade que esos estudiantes asumen el compromiso de reunirse al menos una o dos veces al mes con su buddy con discapacidad.
Sin embargo, el programa de voluntarios está abierto para aquellos interesados en aportar su grano de arena en la inclusión social y laboral de esta comunidad.
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