Entretenimiento

Los comunicadores también precisan terapia

8905120555.png
Y justamente por eso, deberíamos ser aún más conscientes de lo que llevamos dentro antes de abrir un micrófono, redactar una nota o aparecer frente a una cámara.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Ejercer la comunicación no nos libra de nuestra condición humana. Y justamente por eso, deberíamos ser aún más conscientes de lo que llevamos dentro antes de abrir un micrófono, redactar una nota o aparecer frente a una cámara.

Lo que pensamos, lo que creemos, lo que callamos o justificamos, inevitablemente se cuela en nuestras palabras y se transmite, muchas veces, sin filtros.

En una época en la que las plataformas se multiplican y las voces se entremezclan, lo que escasea no es la información, sino la claridad. Esa claridad no se logra con luces, maquillaje o guiones bien estructurados; más bien, nace del autoconocimiento.

Necesitamos terapia, entrenamiento emocional y una reeducación constante para que nuestros espacios de comunicación no sean simples reflejos de nuestras propias carencias.

Porque sí: lo que somos, lo proyectamos.

Y eso se percibe.

Basta con escuchar una hora de radio o pasar unos minutos en las redes para notarlo. Muchos comunicadores están usando los medios como una extensión de su vida privada, confundiendo autenticidad con exposición y opinión con desahogo. Se aborda con ligereza temas complejos —sexualidad, relaciones de pareja, rupturas, traumas— desde una perspectiva personal, sin la formación ni la responsabilidad social que ameritan.

El resultado: discursos que disfrazan de modernidad lo que en realidad son vacíos, y mensajes que, en lugar de orientar, desinforman y distorsionan.

El comunicador no está obligado a ser perfecto, pero sí a ser consciente.

Porque nuestra voz no es solo nuestra. Llega a miles, influye, moldea. Lo que decimos tiene peso. Y cuando no hacemos el trabajo interno —ese de revisar nuestras creencias, sanar nuestras heridas, cuestionar nuestros prejuicios— terminamos alimentando los mismos males que pretendemos combatir: la intolerancia, el egocentrismo y la falta de empatía.

No se trata de hablar “bonito” o de evitar los temas incómodos. Se trata de saber desde dónde los estamos comunicando. Si lo hacemos desde la herida, reproducimos el dolor. Si lo hacemos desde la conciencia, inspiramos cambio. Por eso, los comunicadores necesitamos más terapia que “trending topics”, más introspección que aplausos.

La comunicación no es neutral. Educa, construye imaginarios, moldea conductas. Somos maestros que no siempre están en un aula, pero que, con cada palabra, modelan formas de pensar, de amar y de relacionarse.

Si no cuidamos nuestra salud emocional, terminamos replicando patrones tóxicos al aire, normalizando la violencia, promoviendo rivalidades absurdas o distorsionando el concepto del amor y la convivencia.

Es urgente volver a la esencia del oficio: comunicar con propósito, con ética, con humanidad. No podemos seguir confundiendo entretenimiento con influencia, ni rating con impacto social. El verdadero comunicador no es quien más seguidores tiene, sino quien más conciencia genera.

Ir a terapia no es una moda. Es una necesidad para todo aquel que vive de hablarle a otros. No podemos sanar lo colectivo si no empezamos por sanarnos a nosotros mismos. Tampoco podemos inspirar confianza si cada mensaje que lanzamos está contaminado por nuestras propias batallas no resueltas.

La comunicación requiere conocimiento técnico, sí, pero también equilibrio interno. Si no trabajamos en ambos, el micrófono se transforma en un espejo: todo lo que somos, lo que sentimos, lo que tememos, se refleja.

No se trata solo de informar: se trata de transformar. Y para transformar, hay que comenzar por dentro.

Porque cuando el comunicador sana, su mensaje también sana.

Y cuando su mensaje sana, la sociedad entera se eleva.

TRA Digital

GRATIS
VER