Salud

Nadie es infalible

8889684236.png
En los últimos días me topé con una hipótesis de una psicóloga de EE. UU.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

En los últimos días me topé con una hipótesis de una psicóloga de EE. UU. que sostenía que, al exigir perfección a nuestros hijos, estamos generando problemas; cualquier señal de imperfección se interpreta como un trastorno que nos lleva a buscar ayuda psicológica e incluso a medicarlos.

Somos los adultos quienes, al colocar a los jóvenes en “cajas de oro”, creemos estar fomentando su felicidad, pero en realidad les estamos diciendo que están enfermos, que no pueden resolverlo por sí mismos y que requieren asistencia externa.

No hablo de casos extremos, sino de la cotidianidad: actitudes y conductas diarias que no comprendemos dentro del marco en que nacen, de cómo se están formando y de la manera en que los padres los criamos.

Nos hemos convertido en cazadores de fallas. No les permitimos equivocarse, enfadarse o actuar fuera de lo que catalogamos como “ideal”.

Identificamos dos situaciones que comparten la misma vulnerabilidad en nuestros hijos.

La primera corresponde a aquellos que se vuelven inseguros y se recluyen en sí mismos. Anhelan ese modelo perfecto, pero no logran alcanzarlo. Al final, aparecen comportamientos que activan la alarma, sin que se comprenda su origen.

La segunda agrupa a los que, por la necesidad de pertenecer, se dejan arrastrar por presiones externas y no consiguen desarrollar una personalidad sólida. Se suben a la corriente que creen los hará entrar en la sociedad.

Sea cual sea el patrón, los padres nos angustiamos al no comprender lo que ocurre y recurrimos a la terapia, creyendo que será la solución. Sin intención, los metemos en una espiral donde piensan que algo está mal en ellos, que no pueden solucionarlo por sí mismos y que requieren ayuda. Así, crecerán bajo esa premisa.

TRA Digital

GRATIS
VER