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Donald Trump ha insinuado que busca alinear a las naciones sudamericanas con su administración, basándose en una política de incentivos o represalias.
Donald Trump ha manifestado de diversas maneras que ha comenzado a prestar especial atención a Sudamérica durante su potencial segundo mandato como presidente de Estados Unidos. Lo hizo, por ejemplo, al ordenar un inusual despliegue militar en el sur del Caribe y una serie de bombardeos navales cerca de las costas de Venezuela y Colombia contra embarcaciones que afirma transportan narcóticos, sin aportar pruebas.
Trump también inició un enfrentamiento político-comercial con Brasil, aplicándole un arancel del 50% en un intento por prevenir que su simpatizante, el exmandatario Jair Bolsonaro, fuera procesado por un intento de quiebre institucional. Y posteriormente dejó clara su inclinación hacia Argentina, al otorgar una ayuda extraordinaria de 20.000 millones de dólares al gobierno de Javier Milei antes de las elecciones legislativas del pasado domingo.
“Estamos enfocándonos intensamente en Sudamérica y estamos logrando una fuerte influencia en la región de muchas maneras”, declaró Trump el lunes, al felicitar públicamente a su afín Milei por su victoria electoral.
Ya sea por la “lucha contra el terrorismo” del presidente George W. Bush (2001-2009), por el “pivote hacia Asia” de su sucesor Barack Obama, o por los conflictos en Ucrania y Gaza que acapararon la atención de Joe Biden antes de ceder el mando a Trump, Sudamérica estaba relegada en las prioridades de Washington.
Sin embargo, la situación parece haber cambiado en los nueve meses desde el regreso del republicano a la Casa Blanca. “Sudamérica ha vuelto a ser una zona relevante para EE.UU., algo que no sucedía desde hace muchos años”, comenta a BBC Mundo Monica de Bolle, investigadora principal del Instituto Peterson de Economía Internacional, con sede en Washington.
¿A qué se debe esto?
Trump ha señalado su intención de conseguir que los países sudamericanos se alineen con su gestión, empleando una estrategia de recompensas o sanciones. Al recibir al ultraliberal Milei en la Casa Blanca este mes, antes de las elecciones legislativas en Argentina, Trump afirmó que la asistencia a ese país “no marcará una gran diferencia” para EE.UU. “Pero sí para Sudamérica. Si a Argentina le va bien, otros seguirán”, añadió. “Hay muchas otras naciones adoptando nuestra línea de conducta”.
Como ilustración, mencionó a Bolivia, donde el centrista Rodrigo Paz fue elegido presidente este mes y planea restablecer los nexos de su país con EE.UU., interrumpidos desde 2008 bajo los mandatos del Movimiento al Socialismo.
Algunos analistas sugieren que Washington busca aumentar su acceso a diversos recursos en Sudamérica, desde minerales esenciales hasta tierras raras, y establecer corredores de suministro cruciales para su propia estabilidad económica. Pero también perciben que, con estas exhibiciones de poder e influencia en la zona, Trump busca alejar a China de la región.
Recibiendo a Milei en la Casa Blanca, Trump marcó una especie de límite cuando un reportero le preguntó si Argentina debería desvincular un acuerdo de intercambio de divisas que mantiene con China y una estación espacial asiática en la Patagonia. “Pueden realizar cierto intercambio comercial, pero no deben ir más allá. Ciertamente no deben involucrarse en nada de índole militar con China. Y si eso está sucediendo, me resultaría muy molesto”, manifestó.
En este siglo, China ha expandido su relación con Sudamérica hasta convertirse en su principal socio comercial, superando a EE.UU., y ha forjado vínculos estratégicos con una docena de países. “Sudamérica en general se convirtió en los últimos años en un área de influencia china, y creo que (Trump) está intentando revertir ese panorama para que Sudamérica vuelva a ser un área de influencia estadounidense”, señala de Bolle. No obstante, advierte que “revertir esa tendencia resulta muy complicado”.
Una muestra de tal complejidad surgió tras el apoyo financiero de Trump a Milei: hubo quejas del sector agropecuario estadounidense al considerar que esto incentivaba a Argentina a vender a China la soja que ese país había dejado de comprar a los norteamericanos debido a la guerra comercial mutua.
Margaret Myers, directora del programa Asia y América Latina del Diálogo Interamericano, un centro de estudios en Washington, sostiene que “el método de operación (de EE.UU. en la región) es claramente una negociación puntual y localizada geográficamente, y carece de una estrategia o doctrina hemisférica coherente”. En su opinión, la rivalidad con China influye en la visión de EE.UU. hacia el sur del continente, “especialmente desde la perspectiva de la disputa por recursos y las preocupaciones por la seguridad marítima”. “Este planteamiento ha generado algunos beneficios a corto plazo, pues ha incrementado la inquietud en la región sobre los acuerdos con China”, explica Myers a BBC Mundo. Pero añade que Pekín “sigue firme en su compromiso con la región, donde la relevancia de los intercambios comerciales con China tiene un gran peso en quienes toman las decisiones”.
El gobierno de Trump también ha dejado entrever que percibe a Sudamérica desde una óptica ideológica. El mandatario señaló, por ejemplo, que había prestado atención a Milei incluso antes de su elección como presidente, debido a que “se mostró muy conservador”. “Es un seguidor fiel de MAGA”, afirmó, utilizando las siglas de su movimiento político Make America Great Again (Hacer Grande a América de Nuevo), para luego sustituir América por Argentina.
Por otro lado, EE.UU. argumenta que el envío de navíos de guerra, cazas, bombarderos, infantes de marina y su portaaviones más grande al Caribe obedece a una ofensiva contra el narcotráfico. Al menos 57 personas han fallecido desde principios de septiembre en ataques estadounidenses contra embarcaciones que acusan de transportar drogas en aguas del Caribe y el Pacífico, cuya legalidad es cuestionada por especialistas.
Muchos especulan que uno de los objetivos de Trump con este despliegue militar es intimidar y forzar la salida del presidente venezolano de izquierda, Nicolás Maduro, a quien acusa de dirigir un cártel de drogas, algo que él niega. Marco Rubio, Secretario de Estado y asesor de seguridad nacional de Trump, es visto como un artífice de la estrategia hacia Venezuela, la cual incluye operaciones encubiertas de la agencia de inteligencia estadounidense CIA. Rubio, nacido en Miami de padres inmigrantes cubanos, abogaba desde su época de senador por una postura más dura de EE.UU. hacia Venezuela, Cuba y Nicaragua, y alertaba sobre la presencia china en América Latina.
La región podría adquirir un papel protagónico en los planes de defensa y seguridad nacional que el gobierno de Trump anticipa publicar pronto, según reportes. EE.UU. también ha impuesto recientemente sanciones al presidente colombiano de izquierda, Gustavo Petro, quien ha calificado de asesinatos los ataques militares a embarcaciones civiles y a quien Trump acusa de fomentar la producción de estupefacientes. Esto ha incrementado la fricción de Washington con Bogotá, uno de sus mayores aliados históricos en Latinoamérica. Algunos advierten que la situación podría obstaculizar la antigua colaboración antidroga entre ambos.
El mes pasado, Rubio fue consultado sobre la posibilidad de que las fuerzas de EE.UU. “ejecuten de forma unilateral a traficantes” de naciones aliadas como Ecuador o México, y pareció descartarlo. “En muchos casos no es necesario hacerlo con gobiernos amigos, pues los gobiernos amigos nos asistirán”, declaró Rubio durante una visita a Ecuador. “Ellos pueden llevarlo a cabo, y nosotros les brindaremos apoyo”.
Aunque Trump mantiene los aranceles contra Brasil que lo enfrentaron al presidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva, esta semana ambos se reunieron al margen de una cumbre en Malasia y la relación pareció suavizarse.
Algunos interpretan todas estas acciones de Trump en Sudamérica como un intento de reformular la Doctrina Monroe, introducida por un presidente de EE.UU. en 1823 contra el colonialismo europeo en el continente, bajo el lema “América para los americanos”. Alan McPherson, experto en las relaciones de la nación norteamericana con América Latina y director del Centro para el Estudio de la Fuerza y la Diplomacia en la Universidad de Temple (Filadelfia, EE.UU.), observa una “tendencia general del presidente Trump a expandir la presencia de EE.UU. y comportarse como un matón”. Pero niega que la Doctrina Monroe esté detrás de las motivaciones de Trump en Sudamérica.














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