CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- México experimenta una metamorfosis sutil y profunda. El diálogo social ya no se cimienta únicamente en medios, testimonios o hechos comprobables. Ahora está moldeado por algoritmos que deciden qué temas alcanzan resonancia nacional, qué se vuelve tendencia y qué desaparece sin justificación. En este contexto, la inteligencia artificial no solo crea imágenes o textos; forja representaciones del país que aparentan ser auténticas, aunque nunca hayan ocurrido. La Constitución resguarda la libertad de expresión, pero dicho marco se concibió para un ámbito humano, no para uno artificial. La carencia de normativas deja a la ciudadanía vulnerable ante montajes, *deepfakes*, campañas automáticas y relatos que se difunden sin control.
Primero. México carece de una legislación sobre Inteligencia Artificial y de una Ley de Plataformas Digitales. Las redes operan sin obligatoriedad de transparencia ni límites bien definidos. Los algoritmos que determinan el contenido que ve cada usuario favorecen material emotivo, controvertido o rupturista. Su meta no es informar, sino enganchar. En ese escenario, una falsedad repetida se convierte en creencia. Un video alterado provoca indignación masiva. Un *deepfake* puede arruinar una reputación velozmente. La presunción de inocencia, resguardada por la Constitución, queda invalidada por el veredicto instantáneo de la esfera digital. El debido proceso se contamina por percepciones manufacturadas. La esfera íntima se vulnera en instantes. E incluso la propia imagen se vuelve un activo maleable. El artículo 6° constitucional se ve superado por tecnologías capaces de generar discursos que parecen humanos, pero carecen de un responsable identificable. Este vacío exacerba las tensiones: cada facción consume su propia visión del país. La división se intensifica. Y el ámbito público se deteriora al no haber un terreno compartido desde donde restaurar la confianza.
Segundo. Las herramientas de IA difuminan la línea divisoria entre lo real y lo inventado. Un rostro puede ser reproducido con exactitud. Una voz puede ser clonada. Un vídeo puede mostrar a alguien incurriendo en un acto que no cometió, sin que el espectador pueda discernir si es auténtico, generado por IA, o si combina elementos verídicos y falsos. La audiencia, a menudo sin la debida formación digital, acepta estos materiales como pruebas inexpugnables. La falsedad se convierte en evidencia. El engaño se transforma en argumento político. Esto origina un nuevo caos informativo que no solo confunde, sino que desgarra el tejido social. Las personas dejan de debatir sobre el mismo país porque ya no comparten el mismo panorama. Emergen universos paralelos creados por algoritmos que detectan qué tipo de enfado genera más interacción. La polarización se vuelve sistémica. La identidad colectiva, ya maltrecha por desigualdades históricas, se desmembra aún más debido a la circulación masiva de narrativas incompatibles. Ante la ausencia de reglas, la tecnología gana poder y la verdad pierde solidez. Una sociedad que acepta la mentira digital normalizada pierde la capacidad de forjar consensos básicos.
Tercero. México requiere una legislación moderna, calibrada y democrática. No para imponer silencio a las críticas. No para fiscalizar ideas. Sino para prevenir que tecnologías sin supervisión arruinen vidas, distorsionen procedimientos judiciales y fracturen la realidad compartida. La regulación debe centrarse en deberes verificables para las plataformas y los desarrolladores de IA, y en derechos efectivos para los usuarios. Las exigencias mínimas que debería incluir una ley mexicana son las siguientes:
1. Marcaje obligatorio de contenido originado por IA
Todo *deepfake*, archivo sonoro sintético, imagen alterada o vídeo producido por IA debe llevar una señalización visible, perpetua e inequívoca.
2. Protocolo rápido de remoción para material falso perjudicial
El contenido que atente contra la intimidad, la imagen, la reputación o la presunción de inocencia debe ser retirado en plazos cortos y comprobables.
3. Evaluación externa e independiente de los algoritmos
Las plataformas deben facilitar inspecciones periódicas para identificar la amplificación automatizada de falsedades.
4. Trazabilidad técnica básica
Debe ser factible determinar si un contenido fue creado o modificado con IA, así como su trayectoria esencial de difusión.
5. Colaboración impuesta con entidades judiciales
Las plataformas deben suministrar información técnica cuando un contenido fraudulento impacte procesos judiciales, la seguridad personal o la integridad digital.
6. Salvaguarda del debido proceso y la inocencia presunta
Se necesita un mecanismo legal que module la exposición pública de contenidos falsos que obstaculicen investigaciones o litigios.
7. Derechos digitales tangibles para los usuarios
Derecho a conocer si un material es generado por IA, derecho a una corrección reforzada y derecho a la eliminación de montajes que afecten la identidad personal.
8. Preservación total de críticas, sátiras y expresiones legítimas
La ley debe distinguir entre manifestaciones humanas protegidas y falsificaciones sintéticas que causan perjuicio directo. La defensa de las libertades debe permanecer incólume.
Estas disposiciones no constituyen censura. No imponen silencio. No penalizan. Simplemente organizan un entorno donde la tecnología no puede seguir operando sin límites definidos. La libertad de expresión se robustece cuando la falsedad tecnológica no se confunde con el cuestionamiento legal.
La falta de normativas para la IA y las plataformas digitales no es una cuestión técnica. Representa un peligro constitucional, democrático y social. La desinformación artificial lesiona derechos, fomenta la división, agrava las fricciones y debilita el entendimiento mínimo sobre el que se asienta una nación. México precisa una regulación sólida, actual y tutelar de las libertades. Una ley que no acalle voces, pero que evite que la patraña tecnológica domine el debate público. Pues sin reglas, la verdad deja de ser un espacio compartido y se convierte en una pieza más del algoritmo. Y ninguna nación puede sostener su vida democrática viviendo inmersa en una realidad inexistente.
Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.















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