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Dick Cheney, uno de los hombres más influyentes y conflictivos que ocupó la vicepresidencia de EE. UU., fallece a los 84 años

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El Darth Vader del gobierno", como Bush describía la imagen pública.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

WASHINGTON — Dick Cheney, el enérgico conservador que se erigió en uno de los vicepresidentes más influyentes y polémicos de la historia de Estados Unidos, y uno de los principales impulsores de la incursión en Irak, ha fallecido a los 84 años.

Cheney, quien sirvió como vicepresidente de George W. Bush, expiró el lunes debido a complicaciones ligadas a neumonía y problemas cardiovasculares, comunicó su familia el martes en un comunicado.

Bajo el mando de Cheney, la vicepresidencia se transformó en un núcleo de poder e influencia, dejando atrás su rol discreto donde los ocupantes se limitaban a secundar las aspiraciones de su jefe, asistir a eventos protocolares y aguardar en un segundo plano su propia ocasión de ascender.

Cuando se resguardó en ubicaciones seguras no reveladas tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, esto no fue meramente un contratiempo para Cheney, sino más bien un reflejo de una trayectoria de poder ejercido desde las tinieblas.

Era el hombre modesto manejando grandes mecanismos como si fuera el titiritero de Oz. Un Maquiavelo con una sonrisa irónica. “El Darth Vader del gobierno”, como Bush describía la imagen pública.

A nadie parecía divertirle más esa percepción que al propio Cheney. “¿Soy el cerebro malvado en la sombra que nadie ve salir de su madriguera?”, se preguntó. “En realidad, es una forma óptima de operar”.

La fuerza estaba de su lado.

Cheney dirigió las fuerzas armadas como secretario de Defensa durante la Guerra del Golfo Pérsico bajo el presidente George H.W. Bush, antes de retomar la vida pública como vicepresidente del hijo de Bush, George W. Bush.

Para todos los efectos prácticos, Cheney fue el director de operaciones del mandato del joven Bush. Tuvo una participación, frecuentemente decisiva, en la ejecución de las resoluciones más trascendentales para el presidente y algunas de máximo interés personal, todo mientras lidiaba con afecciones cardíacas. Tras concluir su gestión, recibió un trasplante de corazón. Cheney mantuvo una defensa constante de las medidas excepcionales de vigilancia, detención e interrogatorio implementadas tras los sucesos de 2001.

“La historia lo recordará como uno de los mejores servidores públicos de su época, un patriota que aportó rectitud, gran intelecto y seriedad de propósito a cada función que desempeñó”, declaró Bush el martes.

Años después de dejar su puesto, se convirtió en blanco de las críticas del presidente Donald Trump, sobre todo luego de que su hija, Liz Cheney, se posicionara como la principal crítica republicana y fiscalizadora de los intentos desesperados de Trump por aferrarse al poder tras su derrota electoral y sus acciones durante el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.

“En los 246 años de historia de nuestra nación, nunca ha existido alguien que represente un peligro mayor para nuestra república que Donald Trump”, sentenció Cheney en un anuncio televisivo para apoyar a su hija. Trump “intentó apoderarse de la última votación recurriendo a falsedades y violencia para permanecer en el cargo después de que los electores lo rechazaran. Es un pusilánime”, agregó.

En un giro que los demócratas de su tiempo jamás hubieran imaginado, Dick Cheney manifestó el año pasado que votaría por la candidata, Kamala Harris, en las elecciones presidenciales frente a Trump.

Pese a su firme conservadurismo, Cheney brindó su respaldo, tanto en privado como en público, a su hija Mary Cheney después de que esta anunciara su homosexualidad, años antes de que el matrimonio igualitario fuera ampliamente aceptado y posteriormente legalizado. “La libertad debe ser para todos”, afirmó.

Sobreviviente de cinco percances cardíacos, Cheney solía considerar que vivía con un tiempo limitado y expresó en 2013 que despertaba cada mañana “con una sonrisa en el rostro, agradecido por el don de un día más”, una imagen extraña para una figura que siempre parecía estar en pie de lucha.

Durante su tiempo en funciones, el cargo de vicepresidente dejó de ser meramente formal. Por el contrario, Cheney lo convirtió en un entramado de vías secundarias desde donde ejercía influencia en políticas sobre Irak, terrorismo, facultades ejecutivas, energía y otros pilares de una agenda conservadora.

Con un gesto que parecía una media sonrisa constante —sus adversarios lo tachaban de mueca—, Cheney ironizaba sobre su notoria fama de estratega oculto.

Entre quienes colaboraron con él y en ocasiones discreparon, el asesor de la Casa Blanca de Bush, Dan Bartlett, comentó en una serie de entrevistas orales del Centro Miller que con Cheney siempre sabías a qué atenerte.

“En Washington y en política, uno se topa con muchas personas que te apuñalan por la espalda”, señaló. “Dick Cheney no tenía reparo en clavártela en el pecho”. Le gustaba esa característica.

Se comprobó que Cheney, ferviente defensor de la invasión de Irak y cada vez más aislado a medida que otros partidarios de la línea dura abandonaban el gobierno, se había equivocado en cada aspecto de la guerra iraquí, aunque jamás perdió la convicción de que, fundamentalmente, tenía razón.

Alegó conexiones entre los ataques de 2001 contra EE. UU. y el Irak de antes de la guerra que en realidad no existían. Aseguró que las tropas estadounidenses serían recibidas como libertadoras, pero no ocurrió así.

Declaró que la rebelión iraquí estaba en sus fases finales en mayo de 2005, cuando 1,661 militares estadounidenses habían fallecido, menos de la mitad del total al concluir el conflicto bélico.

Para sus partidarios, mantuvo la firmeza en tiempos de inestabilidad, resuelto incluso cuando la nación se volcó en contra de la contienda y los líderes que la dirigían.

No obstante, ya avanzado el segundo mandato de Bush, la autoridad de Cheney se vio mermada, restringida por decisiones judiciales o por el cambio en el panorama político.

Los tribunales se pronunciaron en contra de sus intentos por expandir el poder presidencial y justificar un trato excepcionalmente severo para los sospechosos de terrorismo. Sus posturas beligerantes hacia Irán y Corea del Norte no fueron totalmente aceptadas por Bush.

La relación entre Cheney y Bush

Desde el inicio, Cheney y Bush forjaron un pacto peculiar, tácito pero bien entendido. Dejando de lado cualquier aspiración que pudiera tener de suceder a Bush, a Cheney se le concedió un poder en ciertos aspectos equiparable al de la presidencia misma.

Dicho acuerdo se mantuvo en gran medida.

“Tomé la determinación al unirme al presidente de que la única directriz que tendría sería la suya, que no actuaría como la mayoría de los vicepresidentes, procurando discernir cómo competiría por la presidencia al finalizar su período”, manifestó Cheney.

Su inclinación por el secretismo y las gestiones discretas tuvieron un costo. Terminó siendo visto como una figura sensible que orquestó una respuesta torpe a las críticas sobre la guerra en Irak. Y cuando, en 2006, hirió a un compañero de caza en el tórax, cuello y rostro con una escopeta, él y su equipo tardaron en informar del suceso.

El vicepresidente lo calificó como “uno de los peores días de mi vida”. La persona afectada, su amigo Harry Whittington, se recuperó y le perdonó rápidamente. Los humoristas se ensañaron con el incidente durante meses.

Cuando Bush inició su campaña por la presidencia, buscó el apoyo de Cheney, un experto en Washington que se había retirado al sector energético. Cheney encabezó el equipo encargado de seleccionar al aspirante a la vicepresidencia.

Bush determinó que la mejor opción era el mismo hombre elegido para asistirle en la elección.

Juntos afrontaron una larga disputa postelectoral en el año 2000 antes de poder celebrar la victoria. Una serie de nuevos conteos e impugnaciones judiciales sumió al país en la incertidumbre por semanas.

Cheney asumió el control de la transición presidencial antes de que el triunfo fuera definitivo, y coadyuvó a que el gobierno tuviera un comienzo sin tropiezos a pesar del tiempo perdido. Ya en el cargo, los desacuerdos entre ministerios que pugnaban por una mayor porción del presupuesto limitado de Bush llegaban a su mesa y con frecuencia se dirimían allí.

En el Congreso, Cheney defendió los programas del presidente en los pasillos que había recorrido como un congresista de tendencia firmemente conservadora y como líder secundario de la bancada republicana en la Cámara de Representantes.

Abundaban las bromas sobre cómo Cheney era la verdadera figura número uno en la capital; a Bush no parecía molestarle e incluso participaba en ellas. Sin embargo, tales comentarios se volvieron menos adecuados más tarde en la administración de Bush, cuando este se consolidó claramente en su posición.

El 11 de septiembre de 2001, con Bush fuera de la ciudad, el presidente delegó en Cheney la potestad de ordenar al ejército derribar cualquier aeronave secuestrada que estuviera aún en vuelo. Para ese momento, dos aviones habían impactado el World Trade Center y un tercero se dirigía a la capital desde el cercano aeropuerto de Dulles, en Virginia.

Un agente del Servicio Secreto irrumpió en la oficina del Ala Oeste, lo agarró por el cinturón y el hombro y lo trasladó a un búnker bajo la Casa Blanca. “No me preguntó, ‘¿Nos vamos?'”, rememoró Cheney a NBC News años después. “No lo hizo con miramientos”.

Cheney se comunicó de nuevo con Bush desde el búnker y le informó: “Washington está bajo ataque, y lo mismo Nueva York”.

Tras el retorno de Bush a la Casa Blanca esa noche, Cheney fue trasladado a un lugar secreto para mantener separados al presidente y al vicepresidente y tratar de asegurar que al menos uno de ellos sobreviviera a cualquier asalto posterior.

Cheney rememoró que su primera impresión al enterarse del choque del cuarto avión secuestrado, en Pensilvania, fue que quizás había sido derribado por una orden suya. Se estrelló después de que los pasajeros se enfrentaran a los secuestradores.

La política atrajo a Dick Cheney a Washington por primera vez en 1968, cuando fue becario del Congreso. Se con

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