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El Poder Blando y el Poder Duro en el Caribe: la lid diplomática entre China y Estados Unidos

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Esta diplomacia trasciende lo meramente simbólico; se materializa en hechos concretos.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

El reciente escrito de Alberto García Watson pone de manifiesto el marcado contraste entre las tácticas diplomáticas que China y Estados Unidos están implementando en el Caribe.

Tal como he comentado en análisis anteriores, hay dos maneras esenciales de ejercer influencia a nivel global: el *Poder Blando* (*Soft Power*), cimentado en la colaboración, el atractivo y la diplomacia financiera; y el *Poder Duro* (*Hard Power*), basado en la coacción, las represalias y la presión política.

En Latinoamérica y el Caribe, estas dos estrategias no solo coexisten, sino que chocan frontalmente en la pugna por la supremacía regional.

Estados Unidos insiste en aplicar una política de *Poder Duro*, visible en su enfoque de “máxima presión” sobre Venezuela, Cuba y Nicaragua. El conjunto de sanciones económicas, el estrangulamiento financiero, el aislamiento diplomático y la manipulación de foros multilaterales constituyen un repertorio habitual de la identidad geopolítica americana en el área. Desde la Doctrina Monroe (1823) y el Destino Manifiesto, hasta las disputas arancelarias del siglo actual, Washington procura sostener una posición de dominio unilateral, incluso a costa de sus propios aliados. La querella arancelaria con Canadá y otros socios estratégicos indica que Estados Unidos no procede con base en el respeto mutuo, sino desde la lógica de su propia conveniencia estructural.

Esta dinámica se acentúa en el ámbito militar. Como indica García Watson en su texto “El Portaaviones y la ‘Lanza del Sur’: La Amenaza de un Orden Moribundo”, el despliegue del USS Gerald Ford no es un suceso aislado, sino “la vanguardia de un plan de intimidación descarada y militarización denominado ‘Operación Lanza del Sur’ por la Administración Trump, bajo la excusa de combatir el narcoterrorismo”. La presencia del buque de guerra más potente del mundo en aguas caribeñas confirma el afán de Washington por reafirmar una primacía geoestratégica que muestra claros signos de agotamiento.

Frente a esta política de amedrentamiento, China estructura un enfoque totalmente diferente. Su incursión regional se apoya en el *Poder Blando*: aportes de capital, desarrollo de infraestructuras, colaboración sanitaria, transferencia de tecnología y pactos comerciales con escasas exigencias políticas. Esta diplomacia trasciende lo meramente simbólico; se materializa en hechos concretos. García Watson lo resume de forma brillante en su segundo contraste: “El Hospital Flotante: Un Poder Blando que Atrae y Convence”. Mientras Estados Unidos presenta un portaaviones, China remite a Nicaragua el buque hospital Ark Silk Road 867, como parte de la Misión Armonía 2025, lo cual se convierte en “la expresión palpable del Poder Blando chino y su diplomacia de asistencia, con un impacto propagandístico opuesto y contundente”.

La diferencia es tan patente como ilustrativa:

Este tipo de gestos explica por qué China ha logrado proyectarse como un colaborador práctico, menos sesgado por ideologías y más enfocado en resultados palpables. América Latina requiere mejor infraestructura, tecnología, apoyo sanitario y diversificación económica, y Pekín parece dispuesto a ofrecerlo sin demandar adhesiones políticas.

No obstante, determinar qué modelo es más beneficioso para la región exige desechar ideas preconcebidas y visiones dogmáticas. No se trata de glorificar a China —toda potencia actúa según sus intereses—, sino de reconocer que existe una disparidad esencial en su trato. Mientras Washington recurre al castigo, la amenaza y la presión, Beijing opta por la cercanía, la utilidad y el acuerdo mutuo.

Esto no significa que América Latina deba someterse a ningún bando. Más bien, implica que la zona dispone de una oportunidad histórica: capitalizar la rivalidad entre potencias para fortalecer su autodeterminación, ampliar sus alianzas y avanzar hacia un progreso menos dependiente de Washington. En un contexto mundial multipolar, Latinoamérica puede dejar atrás su rol de “patio trasero” y adoptar una postura más independiente y estratégica.

La confrontación entre el *Poder Duro* americano y el *Poder Blando* chino no es solo un roce geopolítico; es la confirmación de que el orden internacional está en transformación. La región tiene, por primera vez en mucho tiempo, la posibilidad de elegir con mayor libertad y exigir respeto desde una posición menos sujeta a subordinación.

La pugna entre estas potencias no debe generar temor: debe sernos útil. De no entenderlo así, seguiremos confinados a las viejas estructuras de sometimiento que tanto perjuicio han causado a nuestros pueblos.

Concluyo con esta cita del gran Eduardo Galeano:

“El mundo se divide, sobre todo, entre indignos e indignados, y ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar…”

El autor es politólogo, graduado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Recinto San Francisco. Analista internacional y ensayista sobre temas locales, nacionales e internacionales.

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