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El pasado 29 de octubre, se presentó en la Biblioteca Nacional un conversatorio centrado en el tópico “¿Novela histórica, ¿verdad o fantasía?”. Participaron los escritores Eduardo Gautreau de Wind, Emilia Pereyra, Edwin Disla y el firmante de esta crónica, quien destacó por adoptar una postura opuesta a la de los demás ponentes.
Fui el “pájaro raro” del grupo, ya que mientras los demás panelistas defendían que la novela histórica admite la inclusión de sucesos o individuos inventados, yo sostengo que para ser considerada “histórica” debe ajustarse a los hechos verídicos.
En primer lugar, el adjetivo histórico significa aquello referente a la historia. Podemos hablar de un informe histórico, una crónica histórica… un suceso histórico.
Lo que verdaderamente existe y sobre lo que podemos debatir es sobre la novela, sin calificativos. Si bien el contenido principal de la obra puede llevar a una clasificación temática.
De igual manera, existe la novela que emplea personajes o acontecimientos históricos; esa es una novela con temática histórica. A un individuo real utilizado como figura literaria, no es lícito atribuirle actos o expresiones que no le corresponden.
Las obras argumentales de carácter histórico, de algún modo, retratan una época o sucesos acaecidos en un periodo concreto, y sirven como referentes válidos para acercarse a una realidad. No obstante, en el ámbito literario, no hay nada más arriesgado que catalogar como histórica una obra de ficción. Esto induce a confusión, ya que el lector aceptará como comprobados eventos que no lo son.
La Historia es una disciplina científica y se fundamenta en la verdad; es un asunto de gran seriedad. Ni el cronista ni el periodista tienen licencia para inventar sucesos al redactar sus relatos.
Su labor debe ajustarse a lo acontecido. El novelista goza del derecho a la invención, pero entonces no puede nombrar su creación como novela histórica. El autor de reportajes puede mostrar su destreza creativa en ciertos casos, pero en la composición del escrito, sin añadir aquello que no sucedió.
Ciertas personas, debido a sus acciones y conducta, se vuelven singulares y merecen que su vida sea narrada. A la figura real, aunque parezca un personaje de ficción, debemos tratarla como tal. Si Juan Pablo Duarte apareciera con familia y residiendo en Santo Domingo tras 1844, la obra podría ser una novela, pero jamás histórica.
Hay eventos reales, notables, extraordinarios que parecen sacados de un relato de ficción. Un novelista puede contarlos como una pieza artística, y tendrá la licencia de añadir lo que considere oportuno, pero en ese caso, no debe utilizar el nombre del individuo que le sirve de base.
Las fechas y los escenarios, por ejemplo, pueden ser modificados. Pero, si esto ocurre, entonces no debe denominarse novela histórica.
Las proezas fuera de lo común, para gozar de credibilidad, deben ser relatadas con estricta adherencia a la verdad. Para que un escrito sea calificado de histórico, debe mantener lealtad absoluta a los hechos y al perfil de los protagonistas. Quienes no respeten esto, no están escribiendo novelas históricas, sino obras de tema histórico.
Insistir en usar la etiqueta “histórica” le resta mérito investigativo al texto. La historia y la invención no se mezclan.















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