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Juan Gabriel vuelve a expresarse, reír y cautivar con su talento en pantalla. Nueve años tras su fallecimiento, Netflix abre por primera vez su tesoro personal para narrar la vida del hombre detrás del ícono.
La serie documental *Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero*, dirigida por María José Cuevas y estrenada el 30 de octubre, reconstruye sus andanzas con más de dos mil cintas de video y cientos de miles de grabaciones de audio y fotos inéditas. Una travesía contada a través de su voz, sus confesiones y los recuerdos de quienes lo acompañaron.
Alberto Aguilera Valadez vino al mundo en Parácuaro, Michoacán, en 1950, aunque desde muy niño fue trasladado a Ciudad Juárez. Allí empezó a entonar donde le fuera posible: en las calles, los camiones y locales nocturnos. A los 13 ya tenía claro que la música sería su rumbo, y a los 20, tras insistir sin pausa, logró grabar con RCA Víctor.
Antes de hacerse conocido como Juan Gabriel, probó con otro nombre artístico: Adán Luna, tomado de un tebeo de superhéroes. Pero al momento de su debut profesional en 1971, le prohibieron usar ese seudónimo.
Fue entonces que eligió “Gabriel” en honor a su padre, y “Juan” como un añadido que armonizara con él. “Para acostumbrarme, lo escribí incontables veces”, comenta en uno de los audios recuperados para la serie. Así emergió Juan Gabriel, la voz que dominaría el mundo hispano.
El film no deja de lado los episodios sombríos. A sus cinco años, su madre, Victoria Valadez Rojas, lo internó en un hospicio. La carencia de afecto maternal se convirtió en un eco persistente en su existencia y en sus composiciones.
Ya adolescente, sufrió agresión sexual por parte de un cura para quien trabajaba. También estuvo preso injustamente siendo joven: primero en un centro de menores por su forma vista como “afeminada” de ser, y luego en la temida cárcel de Lecumberri, acusado de hurto.
Tiempo atrás, circulaban versiones que atribuían la creación del célebre tema “Amor Eterno” a la despedida de un amor perdido en Acapulco.
La serie documental, no obstante, aclara que el tema está íntimamente ligado al deceso de la progenitora de Juan Gabriel, ocurrido en diciembre de 1974.
Su pena fue tan demoledora que no acudió al funeral. “Me perdí, me descontrolé”, admite él mismo en el documental.
Años antes, había intentado acercarse a ella: le compró una finca, la llevaba consigo a Acapulco, buscaba cómo resanar el distanciamiento que existía con la mujer que más apreciaba. Pero Victoria jamás le devolvió ese cariño abiertamente.
La canción, brotada del sufrimiento más privado, se mantuvo oculta durante una década. Juan Gabriel era incapaz de interpretarla sin derrumbarse.
Entonces se la confió a Rocío Dúrcal, su gran amiga e inspiración. Ella la grabó en 1984 y la transformó en un canto universal sobre el duelo.
Finalmente, en 1990, el propio Juan Gabriel la interpretó frente a un público conmovido en el Palacio de Bellas Artes.
Si perdió a su madre biológica, la vida le regaló otra madre del alma: María de la Paz Arcaraz, viuda del músico Luis Arcaraz. Ella se convirtió en su mánager, su protectora, su soporte emocional.
En agradecimiento, él la apoyó, la cuidó y la honró públicamente. A ella le dedicó “María de la Paz”, una melodía no nacida de una obligación laboral, sino de la gratitud.
Por otra parte, “Yo no nací para amar” plasma la llaga abierta que dejó la soledad afectiva en su vida. Más que un tema de desamor, las letras podrían definirse como una declaración de aceptación del destino.
“Jamás tuvo una pareja pública y vislumbraba el amor en privado”, relata *InStyle* sobre sus romances.
En los años ochenta, Juan Gabriel formó un hogar con Iván, Joan, Hans y Jean, siempre bajo su tutela y resguardados del escrutinio público. El documental exhibe grabaciones caseras donde se le ve como un padre dedicado, presente en las celebraciones y momentos cruciales.
Laura Salas, hermana de su mejor amigo, fue quien se encargó de criarlos. Por largo tiempo, los chicos creyeron que ella era su madre.
Aunque comúnmente se dice que fueron adoptados, o gestados mediante fecundación asistida, el cantante jamás ofreció detalles concretos. “No tengo por qué dar cuenta”, le comentó a un reportero en cierta ocasión.
En la serie documental, el enigma persiste. Si bien sus hijos atestiguan sobre la faceta paterna de Juan Gabriel, no especifican cómo se constituyó la familia.
Hacia 2016, la salud del “Divo de Juárez” ya estaba deteriorada. Había superado una neumonía severa dos años antes; aunque él seguía sintiéndose comprometido con la música y su audiencia.
“Si me sintiera mal en un escenario, no diría nada, seguiría. Si me desmayo o algo, la gente ya entendería que es porque amo cantar y llevo muchos años haciéndolo”, pensaba.
Pero, tal como expone el documental, el cantautor comenzó a presentir su final.
Iván Aguilera, su hijo, relata que él insistió en despedirse antes de emprender viaje a otro concierto: “Yo debía adelantarme a El Paso para la siguiente fecha. Él me dijo: ‘no, no, no, tengo que verte antes de que te marches'”.
Un paseo por la playa confirmó que había una atmósfera peculiar: “Ese día estuvo muy sensible, hasta llegó a llorar… quería asegurarse de que todos nosotros estaríamos bien”, comenta en la serie.
Así, el 28 de agosto de 2016, un día después de una actuación intensa en Los Ángeles, Juan Gabriel falleció a causa de un paro cardíaco repentino. Tenía 66 años.
“Me llamaron por la mañana y me dijeron que papá no se encontraba bien. Quince o veinte minutos después me informaron que mi padre ya había partido. Cuando colgué el teléfono, me quedé mirando por la ventana y ni siquiera sabía lo que veía”, rememora Iván.
“Fue una partida abrupta, pero un día antes ofreció el mejor recital de su vida”, afirma Laura Salas.















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