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Juntada Venezolana: reuniones cada mes en el centro de París, Francia

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Es multiinstrumentista y allí forjó una fructífera carrera tocando la mandolina y como docente de música tradicional.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Cada tercer martes del mes, hay un encuentro especial con la música venezolana en una barcaza atracada cerca de la Villette, en el noreste de París.

En las riberas del sistema fluvial parisino, varias barcazas —pequeños navíos tipo crucero— forman parte del paisaje urbano. Al menos una decena de estas embarcaciones, ancladas en los canales y dársenas del distrito XIX de París, suelen destinarse a propuestas artísticas: desde centros de creación cultural, cine y teatro hasta otras artes escénicas. Pero, una de ellas destaca especialmente para la diáspora venezolana: la Péniche Anako.

En este pequeño barco amarrado al costado de la dársena del Bassin de la Villette, músicos y entusiastas de los sonidos autóctonos de la tierra de Bolívar se reúnen mensualmente para organizar lo que llaman la Parranda Vénézuélienne.

Una dupla con gran y reconocida trayectoria en el folclore musical venezolano es la promotora de esta reunión artística: Cristóbal Soto y Hayley Soto. Ella es vocalista, y se encarga de la planificación de las presentaciones y de la selección de los artistas.

“Se nos ocurrió proponer este formato: ofrecer un recital de 45 minutos y luego permitir que el público en general, no solo los estudiantes, pudiera unirse y participar en la creación de música venezolana”, comenta Hayley.

Su cónyuge, Cristóbal, es franco-venezolano, nacido y criado en París; a los 20 años se trasladó a Caracas, la capital de la nación de su progenitor. Es multiinstrumentista y allí forjó una fructífera carrera tocando la mandolina y como docente de música tradicional. Años más tarde, al retornar a suelo francés, fundó la Asociación Sonar en París para dar continuidad a su labor de enseñanza y divulgación de los ritmos folclóricos. Sonar es el precursor de la Parranda Vénézuélienne.

“Actualmente somos varios los que impartimos clases en nuestro espacio, organizamos un campamento de verano desde hace más de veinte años. Cada verano pasan unos treinta o cuarenta estudiantes durante una semana… Y eso es música desde las nueve de la mañana hasta bien entrada la noche”, explica Cristóbal.

El curso intensivo anual de la Asociación Sonar, que se realiza en las afueras de París, es un punto de convergencia para el repertorio tradicional venezolano en esta parte del mundo y una cantera de proyectos musicales. De ahí surgió el Collectif Bululú, un ensamble que interpreta y exhibe una gama de géneros venezolanos en París. Sus integrantes son cuatro jóvenes criollos y dos galos, quienes participan regularmente en las sesiones improvisadas de las parrandas.

La venezolana Rossmary Rangel canta e interpreta la tambora y la bandola en el Colectivo, pero además tiene su propio proyecto como flautista, con el cual presentó su reciente álbum “Guayayo Project” en la velada de junio. “Provengo de un ámbito distinto, el de las orquestas sinfónicas”, relata la artista a RFI, durante un ensayo con sus compañeros de Bululú en una sala de la Asociación Sonar en París, previo a su actuación.

La música popular es el pan de cada día de los venezolanos, independientemente de su formación académica. “Ya observas agrupaciones de cuatro, ensambles de mandolina, arpa, maracas (…) Así que, la música vernácula no está distante ni es exclusiva de un sector. Aquí hemos cultivado esa tradición desde muy chicos… Yo incluso me formé tocando música más de corte académico, pero siendo música venezolana”, añade Rangel.

El Sistema de Orquestas venezolano ha sido indudablemente un faro y gran impulsor de la cultura musical del país. Se trata de un programa social, formativo y cultural, instaurado por el maestro José Antonio Abreu en 1975. Este modelo, reconocido globalmente, ha transformado la vida de miles de jóvenes, tal como ocurrió con Rossmary.

Más allá de la enseñanza formal, la música tradicional es una arteria que recorre la identidad de esta nación sudamericana. Muchas celebraciones venezolanas están vinculadas a festividades religiosas y suelen estar acompañadas de ritmos vernáculos. En diciembre, por ejemplo, cuando las familias se unen para elaborar hallacas, las gaitas, las parrandas y los aguinaldos son tan fundamentales como los propios ingredientes de ese plato navideño latinoamericano.

Dariana López, la vocalista, compositora y ejecutante de cuatro del grupo, subraya que “Venezuela es un país donde la música goza de un espacio muy importante en la vida cotidiana; mucha gente entona y toca sin ser necesariamente instrumentista profesional (…) en casi todos los hogares hay un cuatro. El cuatro es el instrumento canónico de Venezuela”.

Esa pequeña guitarra de cuatro cuerdas es, por lo tanto, indispensable en las parrandas, y a ella se suman otros instrumentos: “desde mandolinas, maracas, bajo, contrabajo, guitarra… Un repertorio variado de instrumentos criollos venezolanos: las maracas, la bandola… muchísimos instrumentos de percusión”, detalla Daniel Uzcategui, el cuatrista principal y arreglista del Colectivo Bululú.

Para ser incluido en el programa de la Parranda, cada propuesta debe demostrar un grado mínimo de destreza musical y cumplir con el requisito ineludible: ejecutar música venezolana. “Que, además, no es tan conocida como por ejemplo la música de Brasil o la misma música colombiana, que tienen más foros donde se presentan en distintos lugares. Hay muchas reuniones de samba, muchas de cumbia, pero parrandas venezolanas, por ahora, solo hay una”, señala López.

Esa singularidad de la que habla Dariana es lo que hace tan especial la convocatoria musical en la barcaza, pues además de ser punto de encuentro para la comunidad venezolana, es una explosión de ritmos y un crisol de culturas.

La Parranda procura abarcar el vasto y rico espectro de géneros musicales que posee Venezuela. “Claro, se interpreta bastante joropo llanero, que es quizás el más conocido, el que incluye el arpa y en ocasiones la bandola. Está el merengue venezolano, que es un elemento que nunca faltará (…) es casi un género distintivo de Venezuela”, pone como ejemplo López.

La cosmopolita París, sin duda, es cómplice de todo esto. Ofrece un escenario perfecto para audiencias de variadas edades y procedencias. Anabel es venezolana y visita desde Panamá a su hija Eliana, radicada en Francia. Ella afirma que la música tradicional es lo que te enlaza con tu esencia: “Me ha hecho revivir un pasado que dejé en mi país”, comenta después de asistir a la Parranda Venezolana.

Para algunos residentes locales, ya se ha convertido en una cita fija en la capital francesa. Francis, un músico francés fascinado por el repertorio venezolano, asiste cada mes con su guitarra a la Parranda: “Soy guitarrista y puedo interpretar esas melodías que tocaba hace mucho tiempo”. Brillitte, también francesa, es otra asidua: “Conocí al maestro Cristóbal Soto y comencé a tocar el cuatro (…) y realmente es una fecha que no podemos perdernos. Hay que venir cada mes porque es un momento musical único”.

La paradoja de la música es que si bien afianza la identidad de una nación, al mismo tiempo diluye las fronteras, porque como dice Cristóbal: “La música no la define el documento de identidad, la define el interés y la pericia para estudiarla, trabajarla, practicarla y compartirla”.

Ese sentir es compartido por Daniel, desde su vivencia en el Colectivo Bululú: “se disuelve esa línea entre el venezolano y el francés, y es como si se te olvidara mientras tocas. Cuando estoy instrumentando con Adrien, cuando estoy tocando con Juliette, con Marina, con Dariana, no me fijo si Juliette es de Venezuela o de Francia. Es como un espacio donde esa barrera, esa división geográfica de un pasaporte, desaparece”.

Ese ímpetu por compartir la música es lo que ha sostenido a Cristóbal y a Hayley constantes en su proyecto de enseñanza de los sonidos ancestrales, durante más de veinte años en este lado del Atlántico.

“Es que está viva en nosotros. Es parte de nuestra existencia (…) No tenemos otro objetivo que gozar de aquello que conocemos y que nos agrada difundir”, reflexiona el maestro Cristóbal.

Tras cinco años en París, esa vitalidad también impregna a Dariana. Cada vez que actúa, las montañas de su natal Mérida se sienten más cerca: “Hacer música tradicional venezolana aquí es una forma que me permite seguir conectado con lo que dejé allí, ¿no? Gracias a la música folclórica venezolana, he tejido esta red que me hace continuar sintiéndome en casa”.

La Péniche Anako es gestionada por una organización de armenios y gracias al acuerdo con la Asociación Sonar, esta celebración musical venezolana es ya un hito permanente en el calendario mensual desde hace más de una década. Cada tercer martes del mes, La Parranda Venezolana resuena a orillas de la Villette y constituye una parada obligatoria para quienes tocan, los curiosos y los aficionados a los ritmos latinoamericanos.

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