Primera Plana Tecnologia

Las marcas no visibles de la pantalla

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El entorno digital ha borrado las líneas entre lo público y lo privado, y con ello, ha multiplicado las modalidades de ataque.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Quisiera arrancar esta semana con una cuestión incómoda, de esas que preferimos esconder bajo la alfombra del *scroll* infinito: ¿Hasta qué punto la tecnología, que nos prometió unirnos y liberarnos, se ha transformado en el nuevo cepo de tortura y menosprecio para tantísimas personas, sobre todo mujeres y jóvenes?

El entorno digital ha borrado las líneas entre lo público y lo privado, y con ello, ha multiplicado las modalidades de ataque. Antes, el hostigamiento era un murmullo en un pasillo; hoy, es un eco masivo que se esparce a la velocidad de un *clic*, dejando huellas invisibles, pero muy tangibles.

Hablemos sin rodeos: el hostigamiento y la violencia en línea ya no son sucesos aislados; son una epidemia oculta que mina la confianza, destruye reputaciones y, en los casos más graves, lleva a las personas afectadas a desenlaces fatales.

No hablamos solo de una ofensa menor. Nos referimos a compartir material íntimo sin permiso (el *sexting* involuntario), al robo de identidad, a la monitorización excesiva, a las amenazas directas y al *doxing* (revelar datos personales de alguien sin su consentimiento, como su domicilio o empleo).

Y hay un punto clave: esta agresión tiene un fuerte componente de género. El 80% de quienes sufren acoso digital a nivel mundial son mujeres. El ataque no solo busca silenciar una voz, sino también castigar su presencia, su opinión y, peor aún, su cuerpo.

Cuando una mujer expresa su opinión en plataformas digitales, la respuesta habitual no es un debate de ideas, sino una avalancha de ataques enfocados en degradarla sexualmente, cuestionar su honor o intimidar a su familia. Es un plan de terror digital diseñado para forzarnos a callar de nuevo.

**La ley del silencio frente a la cultura de la divulgación**

El asunto empeora debido a la falta de castigo. La velocidad de internet contrasta con la lentitud de nuestros aparatos legales y sociales. Muchas víctimas no presentan quejas por temor, pudor o porque, siendo francos, la respuesta institucional suele ser insuficiente. La frase que mantiene viva la cultura del silencio es: “¿De qué sirve denunciar si no habrá consecuencias?”.

Pero es aquí donde debemos hacer una pausa. El acoso digital es una extensión de la violencia social y machista; no es menos grave por estar oculto tras un alias o una pantalla. Es momento de comprender que el teclado no es un amuleto que exime de responsabilidad. Las palabras en la red tienen peso, y las acciones digitales repercuten en el mundo real.

Necesitamos una ciudadanía con mayor conocimiento digital que entienda que ser un observador neutral equivale a ser un cómplice.

**¿Cómo abordamos este problema?**

La solución no es desconectarse de internet; es aprender a desenvolverse en él con integridad y coraje. La responsabilidad recae en tres partes:

Las grandes plataformas tecnológicas deben dejar de anteponer la interacción que genera ingresos (*engagement*) a la protección de sus usuarios. Requerimos sistemas de reporte más veloces, transparentes y eficaces que sancionen a los infractores de manera firme y no solo con suspensiones temporales.

Se necesita una legislación clara, actualizada y flexible que tipifique y sancione de forma efectiva el hostigamiento cibernético y la divulgación no autorizada. No se trata solo de tener la norma, sino de aplicarla. Y, fundamentalmente, de formar a nuestras fuerzas de seguridad y al sistema judicial.

Nosotros, los usuarios, debemos ser los protectores de nuestro espacio compartido.

Sé un espectador activo en lugar de pasivo: Si observas agresión, no te quedes callado. Repórtala, denuncia y apoya a la víctima abiertamente.

Configura tus perfiles, salvaguarda tu información y recuerda que tienes derecho a establecer límites, bloquear y silenciar a quien altere tu tranquilidad.

La verdadera conexión que la tecnología nos prometió no puede fundarse en el miedo y la humillación. Debemos transformar el espacio digital en un sitio donde la libertad de expresión no sirva de coartada para la agresión.

Esta batalla no es por un “me gusta” o una moda; es por el respeto, la seguridad y el bienestar emocional de todos. Si no ponemos un freno ético a nuestro comportamiento en línea, continuaremos siendo víctimas y agresores en esta nueva época.

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