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¿Nos dominan los algoritmos? Pensamientos sobre nuestra autonomía digital

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Quizás tu pareja no sepa qué apeteces, pero la inteligencia artificial sí lo tiene claro: la viste mirando videos de tacos por la tarde y sabe que no puedes quitártelos de la cabeza.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Es de noche y te apetece ir a cenar. Quizás tu pareja no sepa qué apeteces, pero la inteligencia artificial sí lo tiene claro: la viste mirando videos de tacos por la tarde y sabe que no puedes quitártelos de la cabeza.

“Estamos rodeados de ideas, apetencias y sentimientos impuestos desde fuera porque los humanos somos bastante previsibles. Si aplicamos estadística a nuestras acciones pasadas, es como si nos leyeran el pensamiento”, sigue.

La capacidad para predecir nuestras necesidades o deseos es tan sofisticada que Michal Kosinski, psicólogo y académico de la Universidad de Stanford, demostró con sus experimentos que un algoritmo bien adiestrado con suficientes datos digitales puede anticipar tus preferencias o gustos mejor que tu propia madre.

Que la inteligencia artificial anticipe los intereses de alguien con tanta exactitud suena bien en principio. Pero conlleva un coste, advierte De Rivera, y es elevado: “Sacrificamos libertad, perdemos nuestra esencia, nuestra capacidad de imaginar”.

“Trabajamos sin cobrar para Instagram subiendo nuestras fotos para que la red social prospere y gane fortunas. Hay que ser conscientes y aprovechar las ventajas de estas plataformas sin que los peligros nos perjudiquen”, comenta.

Hablamos con De Rivera en el contexto del Hay Festival, que se celebra del 6 al 9 de noviembre en Arequipa, Perú, un certamen que reúne a 130 ponentes de 15 naciones.

Puedes leer: Conferencia de Ramonet: ¿Cómo lidiamos con la manipulación informática?

La solución que yo veo es muy simple, está al alcance de cualquiera, es gratuita y no daña el medio ambiente. Y es, sencillamente, reflexionar. Es decir, usar nuestra mente. Es una facultad humana que está cayendo en desuso, se ha perdido.

Esos espacios que teníamos para meditar están ahora totalmente ocupados por una distracción constante. Mediante el móvil recibimos un aluvión de estímulos que nos impide pensar.

Hay otras acciones posibles, pero esta me parece la más fundamental y accesible. Solo el pensamiento crítico puede resguardar la autonomía individual frente al control algorítmico y las intenciones ajenas.

Es casi imposible no entregar tus datos al inscribirte en una plataforma. Aún más complicado es leer toda la letra pequeña de un servicio o rechazar las “cookies” cada vez que visitamos una web. ¿Nos hemos vuelto indolentes?

Somos algo perezosos y un poco manejables, pero también carecemos de la información necesaria.

Por eso es crucial la formación, que consiste en exponer cómo funciona el modelo económico de estas grandes corporaciones.

¿Cómo consigue Google ser una de las empresas más ricas del planeta si no nos cobra por sus servicios? Plantearse esto es vital para que la gente comprenda el gran valor de toda la información que estamos cediendo sobre nosotros.

Lo que ocurre es que nuestra apatía es tan grande que si nos ofrecen las cosas resueltas, mejor que mejor. Todo esto nos sitúa en un punto donde somos más susceptibles de manipulación.

Puedes leer: El crecimiento de la inteligencia artificial: un 49.7% de los empleados públicos ya la emplean.

Vivimos en una especie de letargo generalizado de la voluntad. Aceptamos la digitalización de la sanidad, la vigilancia masiva y la enseñanza a distancia de nuestros hijos. Damos por hecho los atropellos, los abusos y la ignorancia como hechos ineludibles contra los que no podemos oponernos por pereza.

Cuando delegamos decisiones importantes, que incluso pueden afectar a la vida y a la muerte, el riesgo es enorme, sobre todo porque hay estudios que indican que los humanos tendemos a creer que si lo dicta un ordenador, será cierto, incluso si nuestra intuición difiere.

Entonces, ¿en quién vas a confiar la decisión? ¿En tu madre, tu maestro, tu superior, en la inteligencia artificial? Este es un dilema muy antiguo del ser humano y me fascina el libro del psicoanalista, sociólogo y miembro de la Escuela de Frankfurt, Erich Fromm, “Miedo a la libertad”, que aborda precisamente esto.

Fromm argumenta que los seres humanos preferimos que nos digan qué debemos hacer, ya que nos aterra la idea de que todo dependa de nosotros. Decidir nos infunde mucho temor y preferimos actuar como autómatas a los que se les indica el camino. Y esto ya lo señalaba Fromm a principios del siglo XX.

Desde luego que sí. Hay maneras de no ceder nuestros datos. Es posible proporcionar solo lo estrictamente necesario, pero lo fundamental es comprender cómo operan estas plataformas. Así podrás tomar medidas.

Aunque sea solo para dificultar un poco la labor de quienes trafican con tu vida y tu información. Puedes habituarte a gestos sencillos como declinar las cookies al entrar en un sitio web.

¿Qué más podemos hacer?

También podemos debatir sobre la necesidad de contar con una normativa de protección, y fomentar la responsabilidad ética entre las empresas que implementan inteligencia artificial.

Es importante prestar atención a los confidentes (“whistleblowers”), a toda esa gente que está dentro, que conoce el funcionamiento interno porque trabaja en compañías como Google o Meta y que decide exponer realidades. Escucharlos y ofrecerles amparo cuando optan por hablar.

Sí, Snowden es para mí uno de los valientes de esta centuria, pero hay más. El suyo es el caso más conocido.

También está Sophie Zhang, científica de datos en Facebook, despedida tras advertir internamente sobre el uso sistemático de perfiles falsos y bots por gobiernos y partidos políticos para manipular la opinión pública y promover el odio.

Zhang notó que en muchas partes del mundo, en Latinoamérica, Asia, e incluso en ciertos lugares de Europa, había políticos utilizando identidades falsas, con seguidores inexistentes y con interacciones y compartidos incesantes, para engañar a la ciudadanía haciéndoles creer que contaban con un respaldo y una aprobación popular inexistentes.

Cuando comunicó el problema a sus superiores, se sorprendió al ver que nadie deseaba actuar para resolverlo.

Tardaron un año, por ejemplo, en eliminar la red de seguidores ficticios del entonces presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, quien fue declarado culpable por el Tribunal Federal de Distrito en Nueva York de tramar la importación de cocaína a Estados Unidos y de posesión de armas automáticas.

En tu libro también abordas el caso de la ingeniera informática Timnit Gebru, que fue codirectora del equipo de Ética de la inteligencia artificial en Google y que también fue despedida.

Sí, por denunciar que los algoritmos potencian la desigualdad racial y de género. Advirtió que los modelos de lenguaje extensos podían constituir un riesgo, que la gente podría llegar a creer que eran humanos y que podían influir en las personas. A pesar del escrito de protesta por su cese firmado por más de 1.400 empleados de la empresa, se quedó sin empleo.

Otro “héroe del silencio” es Guillaume Chaslot, ex empleado de YouTube, quien descubrió que el algoritmo de sugerencias dirigía constantemente a los usuarios hacia contenido sensacionalista, de teorías conspirativas y divisivo.

¿Qué esperanza nos queda?

Lo que sí sabemos con certeza es que, haga lo que haga, un programa informático no puede aportar ni la más mínima chispa de originalidad para generar alternativas nuevas, es decir, que no se basen en la estadística de experiencias previas.

Tampoco podrá ofrecer resoluciones cimentadas en la empatía para ponerse en el lugar del otro, ni en la solidaridad para buscar la propia felicidad en la dicha del semejante.

Tres cualidades intrínsecamente humanas, por definición.

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