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Se cumplen 30 años del magnicidio de Yitzhak Rabin, fecha en que se extinguió la ilusión de un nuevo Estado Palestino

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La fotografía dio la vuelta al orbe y reactivó la esperanza de una coexistencia pacífica tras más de cuatro décadas de hostilidades y conflictos bélicos.

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La fotografía dio la vuelta al orbe y reactivó la esperanza de una coexistencia pacífica tras más de cuatro décadas de hostilidades y conflictos bélicos. El 13 de septiembre de 1993 en Washington, el premier israelí Yitzhak Rabin le dio la mano al líder palestino Yasir Arafat, bajo el amparo del entonces presidente estadounidense Bill Clinton. Tras nueve meses de pláticas confidenciales en Noruega, mediadas por Estados Unidos, se rubricaron los Convenios de Oslo.

Estos estipularon los inicios de un esquema de autogobierno palestino y una retirada paulatina del ejército israelí de los territorios ocupados en 1967. Israel dio reconocimiento a la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), y Yasir Arafat aceptó la existencia del Estado de Israel, renunciando a la vía armada. Persistían temas sin resolver: el derecho de retorno de los refugiados, Jerusalén, los asentamientos, y la conformación de un estado palestino, pero este fue un avance hacia la tranquilidad.

A la cabeza de este pacto, por el lado israelí, estuvo un actor clave: Yitzhak Rabin. Nacido en 1922 en la Palestina bajo el Mandato Británico, fue primordialmente un militar. Luchó en 1948 por la soberanía de Israel, llegando a ser jefe del Estado Mayor del ejército israelí. Apodado el “Halcón”, fue uno de los artífices de la victoria en la Guerra de los Seis Días, que triplicó la superficie territorial bajo control de Tel Aviv.

Incursionando en la arena política en 1973 con el Partido Laborista, más tarde defendió una postura firme y de seguridad ante la movilización palestina. “Impondremos la ley y el orden en las zonas ocupadas, aunque sea con sufrimiento […] Si es necesario, quebrarles los brazos y las piernas”, declaró como ministro de Defensa durante la primera intifada. Fue primer ministro de Israel de 1974 a 1977, y fue en 1992, durante su segundo periodo, que entendió la necesidad de alcanzar un acuerdo para poner fin a una disputa que se arrastraba desde 1948. El militar Rabin se transformó entonces en el arquitecto del diálogo con la facción palestina. El 13 de julio de 1992, ante la Knesset, sentenció: “Estamos obligados a convivir en este mismo trozo de tierra”.

Al sellar los Pactos de Oslo, Rabin manifestó que era una “chance para alcanzar la paz”. Yasir Arafat expresó: “Mi gente anhela que este acuerdo que firmamos hoy marque el inicio de una época de quietud, convivencia y equidad de derechos”.

No obstante, este sendero hacia la paz no satisfacía a todos. Los sectores más radicales de ambas partes —la ultraderecha judía y Hamás— desataron oleadas de ataques, si bien sin lograr paralizar el proceso conciliatorio. Yitzhak Rabin fue blanco de una feroz campaña mediática interna, orquestada por sus rivales políticos del Likud. En septiembre de 1995, Benjamin Netanyahu participó en una protesta en Jerusalén donde se exhibían pancartas que representaban, entre otras cosas, a Rabin ataviado con uniformes nazis, e incluso féretros en nombre del premier. Itamar Ben-Gvir —hoy ministro de Seguridad Nacional y una figura prominente de la extrema derecha israelí— figuraba entre los más acérrimos opositores a Yitzhak Rabin, llegando a instar a su “castigo”. Pero el primer ministro israelí mantuvo su norte trazado: consolidar la paz.

El 4 de noviembre de 1995, tras haber obtenido el Premio Nobel de la Paz junto a Yasir Arafat y Shimon Peres, Yitzhak Rabin asistió a una masiva concentración en Tel Aviv, con más de 100.000 asistentes, en apoyo a su política pacifista. “El ambiente era electrizante”, rememora Elie Barnavi, historiador, diplomático y exembajador israelí en Francia. Amigo de Yitzhak Rabin, estuvo a su lado ese 4 de noviembre y fue uno de los últimos en intercambiar palabras con él antes del trágico suceso. “No imaginábamos que tendría tal éxito. La explanada estaba repleta de gente. El propio Rabin había dudado mucho. Acudió con reticencia, temiendo que hubiera poca asistencia. Además, estaba afectado por las manifestaciones hostiles que enfrentaba a diario. Al ver la multitud, se alegró. Dijo que fue el día más feliz de su vida. Comprendió que la gente lo respaldaba”, añade.

Pero justo cuando el primer ministro concluía de cantar un himno por la paz con las miles de personas congregadas en la Plaza de los Reyes de Israel, un joven extremista ultranacionalista religioso judío, Yigal Amir, de 23 años, le disparó tres veces a muy corta distancia. Su bazo y espina dorsal resultaron comprometidos. Yitzhak Rabin, de 73 años, feneció horas después en el centro médico.

La muerte de Rabin sentenció el proceso de paz. Shimon Peres postergó las inminentes elecciones y desechó enfocar la campaña electoral en el magnicidio del primer ministro. En mayo de 1996, Netanyahu fue declarado vencedor. “Se dice que los asesinatos políticos, en su mayoría, no alteran el panorama. Bien, en este caso, el cambio fue drástico. Esto frenó el proceso de pacificación de golpe e invirtió la dinámica. Nos trajo al punto donde nos encontramos hoy”, afirma con pesar el exembajador israelí.

El recién electo primer ministro Netanyahu tenía la intención de revertir algunas concesiones ofrecidas a los palestinos, especialmente en cuanto a la expansión de los asentamientos en los territorios ocupados. La agenda de paz quedó descartada. Por el contrario. Las fuerzas contrarias a Oslo se fortalecieron mutuamente, unas expandiendo colonias y otras mediante la confrontación armada. Y durante 30 años, la situación no ha hecho sino empeorar. “Rabin generaba confianza entre israelíes, palestinos y el mundo entero. Era un pilar. Era la persona capaz de proseguir este proyecto y, probablemente, llevarlo a buen puerto. Y se fue, no fue sustituido”, puntualiza Elie Barnavi.

Han transcurrido 30 años desde el fallecimiento de Yitzhak Rabin, lo que equivale a una generación. Y hoy, más de la mitad de los israelíes no habían nacido en 1995. Según una encuesta del Jewish People Policy Institute (JPPI) divulgada por i24News el 19 de octubre, el 48% de los consultados ve Oslo como un rumbo erróneo, frente al 45% que lo considera una iniciativa positiva, pese a sus resultados limitados. Además, un tercio de los israelíes cree que el asesinato de Rabin truncó la vía de la paz, otro tercio opina que se habría detenido de todas formas, y el resto considera que continuó.

“En esta jornada, en este lugar, convergen los dos momentos de quiebre más significativos en la historia del Estado de Israel: el atentado contra Rabin y el 7 de octubre”, declaró el líder opositor israelí Yair Lapid el sábado 1 de noviembre, durante la conmemoración del trigésimo aniversario del asesinato de Yitzhak Rabin. “Ciertamente, está en lo cierto. Pero él mismo no saca todas las deducciones necesarias. Se supone que es el líder de la oposición, pero es un líder opositor endeble, que teme a su propia sombra, que no expresa las cosas como deben ser dichas. El 7 de octubre es una calamidad que pudo haberse transformado, como ocurre con toda tragedia histórica, en la herramienta de un resurgimiento, en el instrumento para enmendar la historia. Pero no es lo que está ocurriendo. Resulta sumamente complejo decirle a los israelíes: ‘Escuchen, abran los ojos. El 7 de octubre, tuvimos algo que ver’. Es un discurso actualmente inaudible. No digo que lo sea para siempre, pero hay que esperar, debemos deshacernos de este Gobierno y luego veremos qué puede hacerse”, reflexiona Barnavi.

Y el exdiplomático, quien alberga la esperanza de que las próximas elecciones previstas para 2026 modifiquen el escenario, ya que el ejecutivo actual es meramente una “versión judía de Hamás”, enfatiza la necesidad del apoyo internacional para lograr un ambiente de estabilidad. En este sentido, la precaria tregua en la Franja de Gaza, pactada por el mandatario estadounidense el 10 de octubre, es sin duda un primer paso favorable tras dos años de barbarie que dejaron más de 70.000 palestinos muertos.

Pero la expansión de los asentamientos en Cisjordania está creciendo a un ritmo sin precedentes, y más de 1.000 palestinos, fuera del enclave, han perecido desde el 7 de octubre de 2023. La colonización parece ser el factor clave para entender el ambiente que condujo al asesinato de Yitzhak Rabin el 4 de noviembre de 1995. El choque se da entre dos visiones de lo que debe ser un Estado judío: una visión sionista tradicional, representada por Rabin —que busca asegurar la supervivencia del pueblo—, y la visión mesiánica y religiosa, que prioriza asegurar la posesión de la tierra. Y la colonización es el núcleo de esta concepción nacional. Desde el magnicidio de Rabin, el paradigma mesiánico ha marcado la pauta en la política israelí.

“Requerimos de otros. Por nuestra cuenta, no saldremos adelante. Porque la única manera de encarar el futuro con optimismo es la paz con los palestinos. Y eso exige un Estado palestino. No existe otra vía, salvo la de un Estado judío sobre todo el territorio, desde el mar hasta el Jordán, lo que devendría en un régimen de apartheid, un país donde personas como yo no podrían residir. Por ende, lo que debe hacerse es obvio”, concluye Elie Barnavi.

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