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Trump: ¿Figura de estado o instigador de tensiones?

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Un líder de Estado fortalece la ley, incluso cuando esta le resulta un obstáculo.

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Miami. — Una evaluación seria sobre si Donald Trump puede ser considerado un hombre de Estado, acotando el análisis rigurosamente a su segundo mandato, requiere primero entender el panorama: una toma de posesión en enero de 2025 marcada por una ráfaga de órdenes ejecutivas, un uso extensivo de poderes de emergencia y una meta que parece ser reestructurar, más que solo gestionar, la maquinaria gubernamental heredada. Aquel inicio quedó patente desde el mismo día de la investidura y en la sucesión de decretos y proclamas publicadas en el Registro Federal.

Quienes argumentan que “sí es un hombre de Estado” presentan tres pilares fundamentales: primero, la promesa de orden y firmeza; segundo, su capacidad para influir en el escenario internacional; y tercero, la implementación directa de una visión ideológica consistente. Los primeros cien días de su gestión también revelaron alineamientos notables con la hoja de ruta de Project 2025, tal como han señalado medios y analistas.

No obstante, la postura contraria, que sostiene que “no, no es un hombre de Estado”, posee argumentos igualmente robustos, y si el estándar para ser ungido como tal es institucional, quizás sea más convincente. Un líder de Estado fortalece la ley, incluso cuando esta le resulta un obstáculo. En su primer día, Trump firmó un perdón general para casi todos los implicados en el asalto del 6 de enero de 2021. “Una acción legalmente viable, por supuesto, pero con un impacto demoledor en la rendición de cuentas ante la violencia política”, comentó el experto Daniel Álvarez a EL UNIVERSAL; “esos gestos abren una brecha entre un liderazgo y la legitimidad que la historia tiende a penalizar”, añadió.

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El analista agrega que tampoco favorece la tesis del hombre de Estado “el recurso constante a potestades extraordinarias para modificar políticas sin forjar acuerdos legislativos estables”. El abandono del Acuerdo de París por segunda vez, la restauración de una forma de Schedule F para politizar miles de puestos en el servicio público y la declaración de emergencia energética ya enfrentan litigios estatales y una oleada de medidas precautorias y resoluciones del “shadow docket” en la Corte Suprema. “Son señales de que el camino institucional elegido debilita los pesos y contrapesos, en lugar de reforzarlos”, opinó.

En noviembre de 2025, Trump procuró imponer su propia narrativa: la de un presidente-estadista que “restablece el orden” en un contexto global turbulento, capaz de detener conflictos con una mano y avivar la bonanza con la otra. La interrogante esencial, sin embargo, no es cómo se autodefine, sino si sus acciones, especialmente en política exterior, cumplen con el riguroso parámetro de un estadista: poseer visión a largo plazo, habilidad para generar alianzas, cautela estratégica y lograr frutos duraderos tanto para el interés nacional como para el orden mundial, según una definición de manual.

El suceso que más ha marcado este año en la era Trump 2.0 “fue la orden de bombardear emplazamientos nucleares en Irán —Fordow, Natanz e Isfahán— utilizando armamento perforante de alta potencia. Fue un ataque quirúrgico, enfocado en anular capacidades más que en derrocar un gobierno”, explicó Álvarez. Desde una perspectiva técnica, la operación demostró firmeza y puntería; en lo político, abrió un dilema más intrincado: ¿contuvo una amenaza o sembró las bases para una escalada regional difícil de controlar? Expertos del Boletín de Científicos Atómicos señalaron un aspecto incómodo para el relato épico: desmantelar Fordow por sí solo no elimina el riesgo nuclear si Teherán conserva el material, el conocimiento y la intención de reconstruir su programa.

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El propio carácter “encubierto” del ataque, empleando bombas GBU-57 diseñadas para penetrar metros de roca, proyectó una imagen de músculo. Pero la duda es si ese poder se alineó con un propósito perdurable. Según Understanding War, los análisis iniciales coincidieron en que las máquinas centrifugadoras sufrieron daños serios, aunque persistían las incógnitas sobre las reservas de uranio y las vías de reconstrucción. Un hombre de Estado prevé el día posterior: ¿qué incentivos, qué candados verificables, qué instrumentos diplomáticos evitarán que la confrontación armada desemboque en una pugna perpetua de acción y reacción?

La esfera política doméstica tampoco ayudó a resolver la cuestión. Los republicanos celebraron la “decisión” y recalcaron el mensaje de fuerza; influyentes demócratas hablaron de “un riesgo enorme” y exigieron al Congreso tener control sobre el uso de la fuerza. El desacuerdo democrático es lícito; “lo problemático, bajo el estándar de un líder de Estado, es cuando la operación militar carece de un mínimo de consenso estratégico interno; fue una apuesta mayúscula cuyo balance dependerá de si se traduce o no en estabilidad”, puntualizó el académico.

Entretanto, en Gaza, la Casa Blanca impulsó una tregua progresiva y un esquema de “fuerza internacional estabilizadora” acompañado de un ente civil-militar para coordinar seguridad, asistencia y reconstrucción. El propósito es claro; los límites, borrosos. Chatham House del Reino Unido lo expresó sin rodeos: el plan “aún no es un acuerdo de paz acabado y precisa de una estructura diplomática constante, pautas claras y participantes verdaderamente comprometidos”. Un hombre de Estado no solo firma pactos, sino que logra que funcionen cuando el contexto y los intereses de las partes impulsan en dirección opuesta. La parte operativa de esa “fuerza internacional” puso de manifiesto otra fricción. La propuesta requiere que aliados árabes y europeos asuman riesgos en un entorno híper tenso donde, sin respaldo local, cualquier contingente puede ser visto como una extensión de una ocupación. Coinciden críticos en advertir que no hay un “grupo disponible” de efectivos con mandato, normas de enfrentamiento y financiamiento pactados. “El líder de Estado, en este caso, no es quien organiza conferencias de prensa, sino quien asegura la letra pequeña crucial para que una misión no se desmorone al primer conflicto”, comentó Álvarez.

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De forma paralela, Washington ensayó su táctica de “freno y acelerador”: es decir, un ultimátum seguido de un gesto conciliador. Con China, el enfoque principal fue un aumento gradual de aranceles universales y gravámenes específicos, seguido, meses después, por una atenuación condicional para estabilizar mercados y dialogar sobre precursores químicos del fentanilo, propiedad intelectual y la sobrecapacidad industrial. La señal es inconfundible: las barreras arancelarias se emplean como herramienta de presión, no como meta final. Pero varios economistas y centros de análisis advirtieron que esta es la subida de gravámenes más amplia desde la Ley Smoot-Hawley de los años treinta, con costes para los hogares y riesgo de represalias. Un hombre de Estado pondera no solo la urgencia política del momento, sino las repercusiones acumulativas en el entramado de alianzas y la economía mundial, aseguran expertos del Penn Wharton Budget Model.

En su defensa, voces republicanas sostienen que la “presión arancelaria” rectifica desequilibrios y gana tiempo para la reactivación industrial; por otro lado, figuras demócratas lo ven como “impuestos al consumo” que afectan directamente a las familias. Ambas interpretaciones son válidas, pero el criterio del estadista exige demostrar que el instrumento no socava los cimientos que intenta fortalecer.

Ucrania fue el otro indicador clave. En el frente terrestre, el otoño centró la pugna agotadora en Pokrovsk, con incursiones rusas y contraataques ucranianos, mientras aumentaba la presión al norte sobre Járkov. Según Understanding War, manejar esa coyuntura demandaba de Washington dos cosas: mantener el suministro de recursos vitales y asegurar la cohesión europea en materia de sanciones y financiación. En 2025, ambas gestiones avanzaron, aunque con obstáculos y retrasos.

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La ofensiva aérea rusa contra la red eléctrica ucraniana se recrudeció entre octubre y noviembre, con oleadas de drones y misiles que forzaron racionamientos y reparaciones a contrarreloj. “En semejante escenario, el discurso de un hombre de Estado se mide en sistemas antiaéreos, munición de intercepción, piezas de repuesto y equipo de arreglo, no en mensajes de Twitter”, apunta Álvarez. La administración estadounidense colaboró en organizar nuevas entregas y facilitar que socios europeos agilizaran la llegada de sistemas Patriot, pero la arremetida contra las infraestructuras demostró que la defensa flexible de un país extenso requiere una constancia que no admite atajos.

En el ámbito naval, la estrategia ucraniana en el mar Negro, apoyada en vehículos no tripulados, misiles de crucero y operaciones de despiste, volvió a restringir la capacidad operativa rusa y a mantener activo el corredor de cereales. Respaldar esa innovación con inteligencia, ciberseguridad y soporte industrial es, precisamente, el tipo de inversión discreta que caracteriza a un líder de Estado. Los cazas F-16 prometidos comenzaron a llegar de forma paulatina; sistemas Patriot adicionales, liderados por Alemania en colaboración con EE. UU. y Noruega, reforzaron zonas críticas; y la fabricación de proyectiles de artillería de 155 mm en EE. UU. se aceleró, si bien por debajo de las expectativas iniciales. El mensaje a Kiev y Moscú fue claro: el apoyo no cesa, pero tampoco es ilimitado ni inmune a atascos industriales y debates presupuestarios. La administración precisa de esa cadena de suministro —con transparencia y previsibilidad— constituye otra prueba para un hombre de Estado.

Un aspecto sensible de 2025 fue el escenario del mar Rojo y Yemen.

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Washington alternó ataques puntuales contra las capacidades hutíes para proteger el tráfico marítimo, con esfuerzos diplomáticos a través de Omán para lograr una posible desescalada.

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