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Un amplísimo segmento del ámbito político y de negocios en la República Dominicana exhibe una conducta intrincada y hasta misteriosa; hasta cierto punto carecemos de un rumbo claro para abordar lo más apremiante y factible, como son las necesidades fundamentales del pueblo dominicano. En nuestra realidad social, nos asemejamos a la descripción de la novela *Frankenstein* de Mary Shelley: “que el corazón humano es un ángel caído, cargado con el rencor de los dioses.” También podríamos afirmarlo de otra manera: que el sentir de muchos dirigentes empresariales y políticos, ¡una inmensa mayoría!, obran como entes sociales malignos que desbaratan los esquemas económicos y obstaculizan tanto el desarrollo de lo excelso como de lo elemental para la ciudadanía; actúan imbuidos de hostilidad social, distanciándose hasta crear hendiduras a modo de abismos y trampas devenidas en sepulcros, y hay que tener presente que esos féretros son para ellos mismos.
Puede decirse que el juego entre la esfera política y la cúpula empresarial dominicana es de interdependencia, pero desigual. Ambos buscan realizar sus aspiraciones y anhelos utilizando a toda una nación como recurso, dejando secuelas visibles y nocivas. Esas dos fuerzas se juntan y se separan, se amparan y se robustecen, pero olvidan a la gente que los ha encumbrado, y al hacerlo surgen vacíos, resentimientos, incertidumbres y agresiones. Estoy convencido, y no me equivoco, de que el empresariado dominicano junto a los políticos no han asimilado que las naciones empobrecidas generan disparidad y fricciones. No han comprendido que ellos mismos, esa élite tan peculiar, están rodeados por el mismo pueblo que se siente agraviado. Es preciso destacar que también hay empresarios y políticos distintos, muy preocupados ante el panorama actual.
El dúo característico y generador de la miseria —líderes y empresarios— deben tener muy, muy claro que cuando la ciudadanía percibe que su contribución laboral a la sociedad no se corresponde con lo que recibe, se fomenta una inclinación hacia el desorden y el riesgo. ¿Acaso no hemos notado que las disparidades económicas pueden suponer un peligro para la calma o la armonía ciudadana? No estamos promoviendo aquí un gobierno de izquierda o de derecha; el dilema en República Dominicana no es de índole ideológica, sino ética, ligada a la excesiva corrupción, a la profunda injusticia; no hemos gestado una estrategia comunitaria que impulse el bienestar general.
Contemplemos este escenario social: imagine a un empresario regresando a su hogar tras una jornada laboral, sabemos que su residencia o penthouse goza de total protección, cuenta con seguridad, cámaras, accesos automatizados, guardaespaldas armado; sin embargo, a pesar de toda esa salvaguarda, no se siente libre para deambular fuera de su morada por miedo a esas oquedades que hoy son trampas en forma de ataúdes aguardando a alguien. ¡Suena sombrío! Efectivamente, la dinámica de una economía fallida y un sistema desbalanceado origina inestabilidad para todos los estratos sociales; no solo para la capa denominada técnicamente clase media, nos afecta a la par.
La mayor parte de los políticos y un gran número de los empresarios han forjado sus propios espectros y ahora tememos que lo que creamos nos aniquile. Es análogo a lo narrado en aquella novela de Mary Shelley, *Frankenstein*; por analogía, podría ser este par peculiar, que edificó un monstruo para disipar sus dilemas de existencia, pero llega un punto en que confronta a ese ser que él mismo levantó, buscando ver quién se alza victorioso en esa pugna sin fin. ¡El monstruo resultó ser el triunfador! Pero no debería ser así entre nosotros los dominicanos; el político y el empresario, este vínculo desigual, deben colaborar para establecer un entorno habitable, de concordia social y de satisfacción para la mayoría.
Nuestra conducta, nutrida por esquemas antiguos, refleja una coexistencia misteriosa y dañina urdida por un sector de negocios y la política; al hacerlo, nos volvemos una sociedad caótica, expoliadora, dada al aprovechamiento, regida por una urgencia desorganizada que domina cada acto nuestro. Nuestra cultura indómita y sin disciplina está impregnada y vigilada por una energía indómita que solo podrá ser contenida por alguien que logre evadir el propio entramado y que fuerce una implosión social dentro del marco democrático. La solución debe emanar de alguien que tome consciencia de la necesidad de abandonar la zona de comodidad, una persona con influencia y poder, pero dotada de profunda sensibilidad social.
Puede afirmarse que la interacción entre la élite política y el sector patronal dominicano es de dependencia mutua, pero a la vez desigual. Ambos buscan realizar sus fantasías y sus aspiraciones utilizando al país entero como materia prima, dejando secuelas tangibles y lesivas. Esos dos bloques se unen y se repelen, se cobijan y se fortalecen, pero ignoran al pueblo que les ha otorgado su posición, y en tales casos surgen vacíos, amarguras, fragilidades y asaltos. Considero que, sin equivocarme, el empresariado dominicano junto a la clase política no han comprendido que las naciones con carencias generan brechas y tensiones. No han entendido que ellos mismos, esa facción tan particular, están rodeados por el mismo público que se siente menoscabado. Cabe recalcar que también existe un empresariado y un cuerpo político diferentes, muy preocupados por la coyuntura.
El binomio peculiar y arquitecto de la pobreza —políticos y empresarios— deben tener absoluta certeza de que cuando la gente siente que su aporte social a través del esfuerzo laboral no se equipara a lo que percibe, se orienta hacia escenarios de caos y peligro. ¿Acaso no hemos notado que las diferencias económicas pueden amenazar la serenidad o la paz social? Aquí no debatimos sobre impulsar un gobierno de izquierda o de derecha; el problema en la República Dominicana no es ideológico, es moral, reside en la corrupción extrema, en la injusticia profunda; nos falta desarrollar una estrategia mancomunada que impulse el bienestar para toda la ciudadanía.
Observemos este panorama social; imagine a un hombre de negocios llegando a sus aposentos tras una jornada, es sabido que su torre o residencia está resguardada al máximo, tiene seguridad, cámaras, portones automáticos, personal armado; no obstante, a pesar de tanta protección, no experimenta la libertad de salir de su hogar por temor a esas oquedades que hoy son trampas fúnebres aguardando por alguien. ¡Suena sombrío! Así es, la operatividad de una economía deficiente y un sistema desequilibrado provoca inestabilidad para todas las clases sociales; no solo para la franja que técnicamente se denomina clase media, nos afecta a todos.
La mayoría de los políticos y un sector significativo de los empresarios han engendrado sus propios espectros y ahora tememos ser destruidos por lo que hemos creado. Es como relata aquella obra de Mary Shelley, *Frankenstein*, a modo de comparación: el par misterioso construyó un monstruo para anular sus conflictos existenciales, pero llega un punto en que se enfrenta a esa criatura suya, busca la manera de ver quién prevalece en esa lucha incesante. ¡El monstruo fue quien salió airoso! Pero no debe ser nuestro desenlace entre los dominicanos; el político y el empresario, ese tándem desigual, deben colaborar para generar un ambiente propicio para vivir, de unión comunitaria y de satisfacción para la mayoría.
Nuestro actuar, incentivado por modelos tradicionales, refleja una unión misteriosa y perniciosa tejida por un sector de negocios y la política; transformándonos así en una sociedad caótica, extractiva, dada al oportunismo, guiada por una búsqueda inmediata y desordenada que domina nuestras acciones. Nuestra cultura indócil y desorganizada está invadida y manejada por una chispa salvaje que solo podrá ser controlada por alguien externo al mismo sistema y que provoque una implosión social dentro del marco democrático. La salida debe provenir de alguien que tome consciencia de la urgencia de dejar la zona de confort, una persona con capacidad de mando e influencia, pero con una profunda carga de sensibilidad social.















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