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El doctor Antonio Selman-Geara lleva décadas redactando ‘El Buzón del Diabético’ para este LISTÍN DIARIO. Considerando el interés del medio en publicar relatos de superación, de contribuciones a la sociedad nacional e internacional, con mucha humildad, llamó para resaltar el trabajo que hace su nuera en el área neurovascular en el Jefferson, Einstein de Filadelfia.
«Hola, Marta. Te quiero comentar que la esposa de mi hijo y madre de mi nieta Mía, que es colombiana, una latina muy capaz, está trabajando con una especialidad muy compleja. Ella es neurovascular, con vasta experiencia y realiza una labor excelente en ese campo de la medicina». Por supuesto que la respuesta fue un sí, sobre todo, en estos tiempos en los que las afecciones neurológicas tienen una alta incidencia en la humanidad.
Se hizo la conexión con María Virginia Díaz Rojas, esposa de Antoine Selman Fermín, hijo del doctor. Con la amabilidad que caracteriza a los colombianos, agradeció que se le contactara para contar sobre su historia en este mundo de la medicina.
Una pregunta obligatoria fue: ¿Quién la inspiró a estudiar medicina? Su respuesta no se hizo esperar. «Desde pequeña fui muy curiosa. Siempre quería entender cómo funcionaban las cosas, hacer preguntas y descubrir el porqué de todo. Además, tuve una gran pasión por la música, el arte y la biología, pero, sobre todo, por ayudar a los demás. Crecí viendo a mis padres y abuelos maternos siempre dispuestos a tender una mano al necesitado, lo que sembró en mí la idea de ser una persona que pudiera marcar la diferencia en la vida de otros». Deja claro que sus raíces influyeron en que hoy sea una latina sobresaliente en Estados Unidos.
Aunque María Virginia se dejó influenciar más por la ciencia, al parecer, sigue atada a las otras áreas que han dado sentido a su vida. «Al igual que la música, la medicina es un arte que requiere disciplina, entrega y pasión. Creo que la formación musical que recibí de niña me enseñó la constancia y la sensibilidad necesarias para dedicarme a esta carrera. Esa misma curiosidad que me acompañó desde pequeña, se convirtió en el motor que me llevó a explorar, cuestionar y, finalmente, elegir la medicina como mi camino perfecto». Sin duda, sabe vivir intensamente lo que le apasiona.
¿Cuándo supo que le gustaba la especialidad de neurovascular? Fue otra interrogante que se le hizo por la responsabilidad que esto representa. «La neurociencia me fascinaba por su complejidad y por todo lo que aún queda por descubrir sobre el cerebro humano. A pesar de los grandes avances en la medicina, seguimos estando años atrasados en comparación con el conocimiento de otros órganos, lo que lo hace aún más apasionante». Una poderosa razón para asumir este compromiso.
Tanto le atrae esta especialidad a la protagonista de esta historia, que no ha parado de capacitarse para estar en el lugar que hoy se encuentra. «Tuve múltiples rotaciones en Neurocirugía, en Colombia y en Estados Unidos, pero sentía que me faltaba algo: la conexión prolongada con los pacientes. La relación médico-paciente en Neurocirugía me parecía demasiado breve y yo quería un rol más activo y continuo en su recuperación». Trabajó para lograrlo.
Fue entonces cuando descubrió que, en Estados Unidos, la Neurología tenía un papel mucho más dinámico y que los neurólogos participaban en todo el proceso del paciente, desde la atención en urgencias hasta su evolución en la clínica. «Ahí nació mi pasión por el ictus y decidí especializarme en neurología vascular». Desde ese momento ha podido hacer grandes aportes al área.
«Me entusiasma poder tomar el control desde el momento en que un paciente llega con un ictus, evaluar la situación en cuestión de segundos y decidir el tratamiento más adecuado. Me motiva ser parte activa del proceso, coordinar las intervenciones necesarias y acompañar al paciente en su recuperación. Para mí, es un camino increíblemente gratificante y significativo». Con gran entusiasmo lo cuenta, quien ahora se desempeña como directora del Programa de Ictus del Jefferson, Einstein de Filadelfia.
La especialista latina, no solo está involucrada en el cuidado de los pacientes, sino también, ejerciendo una posición administrativa. Está a cargo de que el hospital cumpla con todos los requisitos y certificaciones para poder brindar la mejor calidad de atención, y los mejores resultados para los pacientes con ictus.
Para lograr una plaza en el Jefferson, Einstein de Filadelfia, la neovascular colombiana, María Virginia Díaz Rojas, tuvo que recorrer un camino lleno de desafíos, tanto externos como internos.
«Tuve que enfrentar muchos obstáculos, salir de mi zona de confort, adaptarme a un país completamente diferente y, sobre todo, vencer mis propios miedos e inseguridades. Solo cuando me abrí a nuevas oportunidades y dejé atrás esas barreras, las puertas comenzaron a abrirse». Se le han seguido abriendo.
En la universidad donde estudió en Colombia, existía la posibilidad de hacer rotaciones en el exterior dependiendo del desempeño académico. «Investigando, encontré el Programa Harrington para Latinoamérica y el Caribe, de la Universidad de Miami. Gracias a este programa, tuve mi primer acercamiento al sistema de salud estadounidense, lo que no solo enriqueció mi formación, sino que también me ayudó a definir con claridad la especialidad que realmente quería seguir». A partir de la fecha, el éxito le ha sonreído a la protagonista de esta historia.
Durante esa experiencia, conoció a personas extraordinarias de diferentes países. «Individuos sumamente inteligentes, disciplinados y determinados. Su energía y compromiso me inspiraron a indagar sobre el proceso de validación médica en Estados Unidos. Al principio, me parecía un camino inalcanzable, hasta que un colega estadounidense me animó a considerarlo, asegurándome que, aunque parecía difícil, no era imposible». Con entrega y optimismo lo logró.
Se puso «manos a la obra» hasta que encontró un centro de entrenamiento para prepararse para los exámenes de certificación que, en ese entonces, eran tres. «Viajé mucho, viví en distintas casas de familia y amigos, y me involucré en múltiples voluntariados de investigación. Todo este esfuerzo dio frutos cuando me ofrecieron una posición como asociada de investigación en neurología cognitiva y cerebrovascular, en la Universidad de Miami». Siempre iba por más.
Mientras trabajaba allí, aprovechó el tiempo para completar sus exámenes y aplicar al ‘match’ (el proceso de selección de residencia médica en Estados Unidos). «Luego de varias entrevistas, logré obtener una plaza como residente de neurología en el Einstein Medical Center, en Filadelfia. Y así fue como llegué hasta aquí». Detrás de lo logrado ha habido un gran esfuerzo.
El camino hacia el éxito profesional ha requerido muchos sacrificios personales. Uno de los más grandes ha sido el tiempo con su familia. «Cuando tuve a mi hija, por ejemplo, fue increíblemente difícil lograr el balance entre los roles profesional, esposa y madre a la vez». Pero esto no se queda ahí. Antes, ya María Virginia había comprometido estabilidad y comodidad.
«Para alcanzar mis metas, tuve que salir de mi zona de confort, adaptarme a un país nuevo, enfrentar la incertidumbre y empezar prácticamente desde cero. Atravesé periodos de mucha presión y estrés mientras me preparaba para los exámenes de certificación y buscaba oportunidades en el sistema de salud estadounidense». También ha tenido que aprender a manejar la carga emocional que conlleva la medicina.
A esta especialista latina, que ostenta el cargo de directora del Programa de Ictus, del Jefferson, Einstein de Filadelfia, también le ha tocado poner en juego sus emociones. «Ver de cerca el sufrimiento de los pacientes, tomar decisiones en segundos, que pueden cambiar vidas y aceptar que, a pesar de todos los esfuerzos, no siempre se puede ganar cada batalla, es algo con lo que he tenido que lidiar en algunas oportunidades». Esto siempre le resulta difícil.
Sin embargo, cada sacrificio ha valido la pena. Todo lo que ha dejado atrás ha sido parte del proceso para llegar adonde está hoy, y aunque ha sido difícil, también la ha hecho más fuerte y resiliente.
La experiencia que ha adquirido en esta parte de la medicina, la faculta para decir: «La neurología cerebrovascular ha avanzado de manera acelerada en los últimos años, convirtiéndose en un campo en constante evolución». Esto los obliga a mantenerse siempre actualizados para ofrecer a los pacientes los mejores tratamientos disponibles.
Desde 1995, cuando se aprobó el primer medicamento trombolítico intravenoso para tratar a pacientes con ictus dentro de las primeras 4.5 horas de síntomas, hasta 2015, cuando múltiples estudios clínicos demostraron los enormes beneficios de la intervención endovascular en pacientes con trombos arteriales causantes de ictus, el progreso ha sido significativo.
Esto lo trae a colación para resaltar: «Gracias a estos avances, no solo se han salvado innumerables vidas, sino que también se ha mejorado drásticamente la calidad de vida de los pacientes, que es el verdadero objetivo en esta especialidad».
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