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El Ballet Nacional Dominicano, dirigido por Stephanie Bauger, junto con el Ballet de Medellín, presentó en el Teatro Nacional el espectáculo de danza “Botero”, de la coreógrafa colombo-belga Annabelle López Ochoa, inspirado en las pinturas del gran pintor colombiano Fernando Botero.
Desde tiempos antiguos, la danza ha sido fuente de inspiración para grandes artistas; ya en el antiguo Egipto murales con escenas de danza nos permiten conocer este arte milenario.
En el siglo XVI, en la pintura flamenca de la dinastía de los Brueghel, la danza está presente, y en Francisco de Goya -siglo XVIII- en sus estampas campesinas. En escultores como Antonio Canova y Auguste Rodin, la danza es motivo de inspiración.
En el siglo XIX y principios del XX, la danza adquiere protagonismo en obras de pintores renombrados como Edgar Degas, Toulouse Lautrec, Emil Nolde, Henri Matisse, Auguste Rodin, Joaquín Sorolla, Pablo Picasso. Fernando Botero pinta la danza en su cuadro “La Bailarina de Ballet”.
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Así como la danza ha sido fuente de inspiración, las obras de algunos pintores -aunque no tan frecuentemente- han motivado a los creadores de danza, a los coreógrafos. José Antonio en su ballet “Negro Goya” se inspira en las pinturas negras de este célebre pintor y de este mismo pintor el dominicano Pablo Pérez, lleva a escena “Las Lavanderas”.
Annabelle López Ochoa, pone en movimiento las pinturas de Fernando Botero, cuyas figuras voluminosas rompen esquemas, aunque en la variedad de formas también puede manifestarse la belleza corporal, especialmente a través del movimiento, lo que lleva al límite la capacidad creadora de la coreógrafa, convirtiendo las diferentes escenas en una sinfonía danzaria, llena de colorido, cual paleta multicolor del gran creador.
La danza expresada a través de los cuerpos de los danzantes, logra expresar la belleza de los movimientos. Los bailarines del Ballet Nacional dieron muestras de su capacidad interpretativa y su nivel técnico en cada escena.
Una enorme naranja a manera de bodegón, domina la primera escena, el personaje de Botero, tiene un excelente intérprete, Eliosmayker Orozco. La sempiterna mosca de sus pinturas, cobra vida con la bailarina Laura de los Santos.
La pasión por la tauromaquia, lleva a Botero a plasmar en sus cuadros una visión del mundo taurino, e inspira a la coreógrafa a una escena de gran colorido; las bailarinas Ana Molina, Yuleida Pérez, Lia Saladi, Diana Dopico y Gabriela Rodríguez, con gracia y garbo, se convierten en “Las Toreras”.
Dentro de esa línea, en la escena “Los Matadores”, los bailarines Jean Carlos Ramos, Maykel Acosta, Ednis Gómez, Adrián Jáquez y Joendy Genao, con gran destreza, se convierten en relatores de la obra.
Los aires porteños, parte del alma del pueblo antioqueño, inspiran a la coreógrafa, su pieza “Tango”, es “un sentimiento triste que se baila”. El ritmo pauta los hermosos movimientos, es un diálogo de cuerpos entre las parejas: Ana Molina-Adrian Jáquez, Lelis Collado-Alexander Duval, Diana Dopico-Erick Guzmán, Cora Collado-Joendy Genao. Bailarines.
Las escenas se suceden, cada una es un deleite visual, cual cuadro del maestro. En el “Circo”, el colorido de las formas expresa alegría, optimismo, en “Desnudos” aflora el erotismo a través del volumen de las figuras.
“Reflexiones de Botero”, expresa el placer de pintar; “Pedrito” es un momento de angustia, tras la pérdida de un hijo. Cada escena pletórica de símbolos es parte de la dramaturgia danzaria de Annabelle.
Artista, reflejo de su tiempo, Botero inmortaliza hechos históricos, la coreógrafa en su escena “Blanco y Negro”, con gran creatividad reproduce instantes en la Plaza San Antonio a los que dan vida los magníficos bailarines. Otro periodo de violencia produce un momento estelar de danza en la escena “Caballo y Obispos -La Intolerancia”, con la participación de los bailarines Rick Guzmán, Alenxander Duval y Joendy Genao, como los Caballos, y Jean Carlos Ramos, Jadeline Almonte, Ana Molina y Cony Martínez, como los Obispos. La división entre conservadores y liberales fue un hecho que motivó a Botero y dio origen a una de sus obras más importantes, “Los Obispos muertos”. La escenografía y los efectos enfatizan cada momento.
Un personaje siniestro que permanece en la memoria colectiva da origen a la Escena “Escobar”, interpretado por el bailarín Ednis Gómez con un despliegue de virtuosismo y dosis de dramatismo. La inventiva de Annabelle es una espiral imparable, como la vida misma, con luces y sombras, que solo la creatividad puede convertir en un hecho danzario.
El cierre es una apoteosis de danza, los bailarines logran unidad y calidad en cada escena. Las escenografías, los marcos como elementos sugerentes, se adecuan a cada escena, nos conectan con la plástica de Botero, un excelente trabajo de Diana Echandía.
Ese halo mágico que sustenta la danza, la música, es un elemento esencial, el compositor Juan Pablo Acosta logra ambientar cada momento, su música es un verdadero deleite. El público de pie, complacido, retribuyó con calurosos aplausos, la calidad y belleza de este “Botero” monumental. Felicitaciones.
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